Duns Scoto, Juan - Ordinatio

(Parte A)

PRÓLOGO

PRIMERA PARTE:

De la necesidad de la doctrina revelada

CUESTIÓN ÚNICA

¿Es necesario inspirar al hombre en el presente estado alguna doctrina sobrenatural?

2.924 … A la otra razón aducida hay que negar la afirmación que se hace, a saber, que se conoce naturalmente que el ente es el primer objeto de nuestro entendimiento, en toda su indiferencia, respecto de las cosas sensibles e insensibles, y la afirmación asimismo que hace Avicena de que eso nos consta naturalmente. Pues en eso mezcló su secta-que fue la secta de Mahoma-con las cuestiones filosóficas, y afirmó algunas cosas como filosóficas y probadas por la razón, y otras como conformes a su secta: de ahí que expresamente dice en el libro IX de la Met., c.7, que el alma separada conoce a la sustancia inmaterial en sí, y por eso tuvo que sostener que la sustancia inmaterial está comprendida en el objeto primero del entendimiento. No así Aristóteles: sino que, según él, parece que el objeto primero de nuestro entendimiento es o parece ser la quididad sensible, sensible en sí, o en algún inferior suyo: tal quididad es la abstraíble de las cosas sensibles…

2.925 Ni conocemos a esos seres [a las sustancias separadas] con una demostración propiamente dicha que sea «quia» y por los efectos. Se prueba: los efectos, o dejan dudoso al entendimiento respecto de esas propiedades, o lo hacen caer en el error. Eso se ve claro en las propiedades de la primera sustancia inmaterial en sí. En efecto: es propiedad suya el ser comunicable a tres; mas los efectos no ponen de manifiesto tal propiedad, ya que no proceden de ella en cuanto trina. Y si se argumenta de los efectos a la causa, más bien nos llevan a todo lo contrario y al error, ya que en ningún efecto se encuentra una naturaleza más que en su supósito. Es también propiedad de esa naturaleza ad extra el causar contingentemente: en oposición a eso, los efectos nos llevan a error, como se ve en lo que pensaron los filósofos, que el ser primero causa necesariamente cuanto causa. Y por lo que hace a las propiedades de las demás sustancias, también es cosa clara, ya que los efectos, según ellos, más conducen a su eternidad y necesidad que a su contingencia y comienzo de ser. Igualmente parecen también concluir los filósofos de los movimientos que el número de esas sustancias separadas es conforme al número de los movimientos celestes. Asimismo, que esas sustancias son naturalmente felices e impecables. Cosas todas absurdas.

2.926 En la razón que se aduce en la respuesta comete una falacia en la expresión o dicción. En efecto: aunque el ente, en cuanto que es algo inteligible en un acto (como el hombre es inteligible en una intelección), sea naturalmente inteligible, no se puede poner al ente como el primer objeto cognoscible naturalmente, ya que es primer objeto en cuanto que está incluido en todos los objetos que se conocen de por sí, y, como tal, no es cognoscible naturalmente si no lo es cada uno de esos objetos. Se comete, pues, un paso o transición indebido de «esto» a «esto en una determinación suya», cuando se argumenta: «el ente es naturalmente inteligible, luego el ente, en cuanto que es el primer objeto del entendimiento, esto es, adecuado, es cognoscible naturalmente»; el antecedente es verdadero en cuanto que por ente se entiende algún objeto especial inteligible, como lo es lo blanco, pero el consecuente concluye del ente en cuanto va incluido en todo inteligible, y no en cuanto es un objeto que se entiende sin ellos.

TERCERA PARTE:

Sobre el objeto de la teología

CUESTIÓN III

Si la teología trata de todos los objetos por atribución a su primer sujeto

2.927 A la primera cuestión sobre nuestra teología respondo que, cuando un hábito reside en algún entendimiento poseyendo evidencia originada por parte del objeto, entonces el objeto primero de ese hábito, como propio de tal entendimiento, no sólo contiene virtualmente a tal hábito, sino que, como conocido del entendimiento mismo, contiene a ese hábito, de suerte que el conocimiento del objeto en ese entendimiento contiene la evidencia del hábito en el mismo. En cambio, en el hábito que no posea la evidencia por parte del objeto, sino causada por otro principio, no hay que pensar que su primer objeto reúna esas dos condiciones suyas dichas: es más, hay que pensar que no se da ninguna de ellas, porque para ese propósito, para el hábito es lo mismo que si fuese de seres contingentes, que no tienen objeto primero de ninguno de esos modos. A tal hábito, pues, que carece de evidencia por parte del objeto, se le asigna un primer objeto sobre un cierto ser primero conocido, es decir, de un primer ser perfectísimo, esto es, de un ser que es sujeto inmediato de las primeras verdades de ese hábito.

2.928 Nuestra teología es un hábito que no tiene evidencia por parte del objeto; y aun la ciencia que poseemos de las cosas teológicamente necesarias, no tiene más evidencia, en cuanto está en nosotros por parte del objeto conocido, que la que versa sobre los objetos contingentes; luego a nuestra teología en cuanto tal no hay que asignarle más que un objeto primero conocido, sobre el cual ‘se conozcan las verdades primeras. Ese ser (objeto) primero es el ente infinito, porque éste es el concepto más perfecto que podemos tener del que es en sí el primer sujeto, el cual, sin embargo, no reúne en sí ninguna de esas dos condiciones dichas, pues no contiene virtualmente nuestro hábito ni en sí, ni mucho menos como conocido de nosotros. Sin embargo, como nuestra teología sobre los seres necesarios versa sobre las mismas cosas que la teología en sí misma considerada, por eso se le asigna un objeto primero por lo que hace a su carácter de contener en sí un conjunto de verdades, y ése es el mismo que el sujeto primero de la teología en sí misma considerada, pero como tal objeto no nos es evidente, por eso no las contiene como conocido por nosotros; mejor dicho, no nos es conocido.

2.929 Cuando, pues, se concluye: «luego no es el primer objeto de nuestro hábito», respondo: es verdad que no es un primer objeto que nos proporcione evidencia, pero es un primer objeto que contiene en sí todas las verdades, apto o capaz de proporcionar evidencia en grado suficiente, si fuese conocido.

2.930 Al segundo argumento respondo que no hay metafísica de Dios como de sujeto primero. Y lo pruebo: Debe haber, además de las ciencias particulares, alguna ciencia común, en la cual se demuestren todas las verdades comunes a dichas ciencias particulares; luego, además de las ciencias particulares, debe haber una común sobre el ente, en la cual se proporcione el conocimiento de las propiedades del ente, conocimiento que se supone en las ciencias particulares: por lo tanto, si se da alguna ciencia sobre Dios, además de ella existe otra, obtenida por conocimiento natural, del ente en cuanto ente.

2.931 Y cuando, para probar que la ciencia metafísica trata de Dios, se aduce el pasaje del libro VI de la Met., digo que la razón que trae concluye esto: «La ciencia más noble trata del género más noble», como primer sujeto, o como considerado en esa ciencia del modo más perfecto que puede ser considerado en una ciencia adquirida naturalmente. Y Dios, aunque no es el primer sujeto en la metafísica, es considerado en esa ciencia del modo más noble con que puede ser considerado en una ciencia adquirida naturalmente.

2.932 Al texto aducido del Comentador en el libro I de la Física respondo que Avicena ?a quien refutaba el Comentador? tenía razón, y el Comentador, no. Y lo pruebo: Primero: si la existencia de algunas sustancias separadas fuese supuesta en la metafísica, y probada en la ciencia natural, entonces la física sería, sin más, anterior a toda metafísica, ya que demostraría la existencia del sujeto de la metafísica, que se presupone a toda esta ciencia. Segundo: por cualquiera condición o manera de ser del efecto se puede demostrar la existencia de la causa, ya que es imposible que tal condición de ser se dé en el efecto si no existe la causa; ahora bien, en la metafísica se consideran muchas propiedades cuya existencia en sus sujetos no puede deberse sino a alguna causa primera de esos seres: luego por esas propiedades puede demostrar la metafísica que existe alguna causa primera de esos seres. Se prueba la menor: la multitud de los seres, su dependencia, su composición y otros caracteres parecidos, que son propiedades metafísicas, demuestran que existe algo simple en acto, completamente independiente y necesario en el existir. Además, mucho más perfectamente se demuestra la existencia de la causa primera por las propiedades de los seres causados, que considera la metafísica, que de las propiedades naturales, con las que se demuestra que existe un primer motor, pues es más perfecto y más inmediato conocimiento del primer ser el conocerlo como el primer ser o como necesario en el existir que el conocerlo como primer motor… (Opera omnia, ed. Vatic., p.129-131).

LIBRO I

DISTINCION II

PRIMERA PARTE:

De la existencia de Dios y de su unidad

CUESTIÓN II

¿Es evidente de por sí que existe un ser infinito?

2.933 …Proposición evidente de por sí es aquella que es evidente a cualquier entendimiento por el conocimiento mismo de sus términos. Ahora bien, esta proposición: «el ente infinito existe» no es evidente a nuestro entendimiento por sus mismos términos. Prueba: no concebimos esos términos hasta que creamos o sepamos por demostración tal proposición, y en ese entretanto no nos es evidente; ya que no la sentamos con certeza sino por la fe o por la demostración… (I p.140).

2.934 En tercer lugar, porque no se tiene ninguna evidencia de un concepto no absolutamente simple si no es evidente de por sí la unión de las partes de ese concepto: ahora bien, ningún concepto que ponemos en Dios propio de El y no común con las creaturas es absolutamente simple o, al menos, ningún concepto que nosotros percibimos de manera distinta que es propio de Dios es absolutamente simple; luego no tenemos ninguna evidencia de tal concepto si no es evidente de por sí la unión de las partes de dicho concepto: ahora bien, tal unión no es evidente de por sí, ya que se demuestra por dos razones…

2.935 Prueba de la menor: todo concepto que concibamos de lo bueno o de lo verdadero, si no se le contrae por algo, de suerte que no sea un concepto absolutamente simple, no es un concepto propio de Dios. Llamo concepto absolutamente simple a aquel que no es resoluble en otros conceptos simples, cada uno de los cuales pueda ser conocido en un acto simple de una manera distinta.

2.936 Por esta razón últimamente aducida está clara la respuesta a estas instancias que se hacen cuando se arguye: «Esta proposición es de por sí evidente: el necesario en el existir existe». Se prueba: lo que se opone al predicado repugna al sujeto: [ya que] si no existe, no es «necesario en el existir»; también esta proposición es de por sí evidente: «Dios existe», porque, según toda la exposición que hace el Damasceno en el capítulo 9, se llama «Dios» por su operación en acto, a saber, fomentar, o arder, o ver; luego, según todas las acepciones del nombre, «Dios existe» es lo mismo que «el que obra actualmente existe», proposición que parece evidente de por sí, porque, como en el caso anterior, el opuesto del predicado es inconciliable con el sujeto.

2.937 A esas instancias respondo que ninguna de estas proposiciones es evidente de por sí: «el necesario en el existir existe»; «el que obra actualmente existe», porque no es de por sí evidente la unión actual de las partes del sujeto. Respecto de la afirmación de que «el opuesto del predicado es inconciliable con el sujeto», digo que de eso no se sigue que la proposición sea evidente de por sí si esa repugnancia no es evidente, y con ello que, además, ambos extremos tienen un concepto simplemente simple o que los conceptos de las partes se unen simplemente… (Opera omnia II p.142-144).

2.938 Viniendo a la primera cuestión, digo que no es demostrable por nuestra parte con demostración por las causas o razones la existencia del ente infinito, aunque por parte de la naturaleza de los términos tal demostración es posible.

2.939 Pero sí que es demostrable por nuestra parte esa proposición con demostración por los efectos, a partir de las creaturas. Ahora bien, las propiedades del ente infinito que dicen relación a las creaturas se hallan más inmediatamente unidas o vinculadas a lo que hace de medio en ese género de demostración que las propiedades absolutas, de suerte que se puede concluir la existencia de tales propiedades relativas a tal demostración de modo más inmediato que la existencia de las propiedades absolutas, ya que de la existencia de un relativo se sigue inmediatamente la existencia de su correlativo. Por eso, trataré primero la cuestión de la existencia de las propiedades relativas del ente infinito, y después, la de la existencia del ente infinito, ya que tales propiedades relativas competen solamente al ente infinito. Resultarán así dos artículos principales.

2.940 Respecto al primer punto, afirmo: las propiedades relativas del ente infinito respecto de las creaturas son, o las de causalidad o las de eminencia; y las de causalidad, de dos tipos: o eficiente, o final. En la que se suele añadir, la causa ejemplar, no se trata de un género de causa distinto del de la eficiente, porque, si no, serían cinco los géneros de causa; sino que la causa ejemplar es algo eficiente, porque obra por medio del entendimiento, distinto del que obra por la naturaleza, de lo cual se tratará en otro lugar.

A) De la existencia de las propiedades relativas del ente infinito.

2.941 En el primer artículo principal demostraré sobre todo tres puntos. Primero, que en el orden de la eficiencia hay algo entre los seres que es absolutamente primero, y que también hay algo que es absolutamente primero en el orden del fin, y algo que es absolutamente primero en el orden de la eminencia; en segundo lugar, demuestro que aquello que es primero en algún orden de primacía lo es también en los otros órdenes de prioridad, y, en tercer lugar, demuestro que esa triple primacía compete a una sola naturaleza, y no a varias naturalezas diferentes entre sí específica o quiditativamente. Y así, en el primer artículo habrá tres artículos parciales.

2.942 El primero de esos artículos comprende las proposiciones principales, correspondientes a la triple primacía: y cada una de esas tres proposiciones comprende tres de las que resulta: la primera es que se da algo primero; la segunda, que eso es incausable; la tercera, que eso existe actualmente entre los seres. Así, pues, en el primer artículo hay nueve proposiciones, pero tres principales.

2.943 La primera de esas nueve proposiciones es la siguiente: que se da algo eficiente que es absolutamente primero, de suerte que ni es efectible ni eficiente en virtud de otro distinto de él. Se prueba: Algún ente es efectible; lo será, pues, o por sí, o por la nada, o por algún otro. No por la nada, porque lo que es nada, nada causa; no por sí, porque no existe ninguna cosa que se cause o engendre a sí misma (I De Trinitate c.1); luego por otro. Sea ese otro a. Si a es lo primero, del modo explicado, tenemos probado lo que pretendíamos; si no es lo primero, luego es un eficiente posterior, por ser efectible por otro, o por serlo en virtud de otro: negada la negación, se pone la afirmación. Llamemos a ese otro b, del cual preguntaremos como lo hemos hecho con a, y así, o se procede al infinito, en la cual serie cualquier miembro respecto del anterior será el segundo, o se llega a uno que no tenga un miembro anterior. Ahora bien: es imposible una serie infinita en el orden ascensional; luego tiene que haber un primer miembro, ya que el que no tiene un miembro anterior o precedente, no es posterior a nada que venga después de él: no puede haber proceso circular en el orden de las causas… (Opera omnia II p.148-152).

2.944 La segunda proposición sobre el eficiente primero es la siguiente: lo que es eficiente independiente, es inefectible. Esto ya ha aparecido claro más arriba, porque, si tiene causalidad en virtud de otro, o es efectible por otro, una de dos: o se da proceso al infinito, o proceso circular, o se llega a un término en algo efectivo independiente e inefectible: a eso llamo primero, y el otro, es claro que no es primero, por la misma descripción que se hace de él. Por tanto, urgiendo, se concluye también: si eso primero es inefectible, luego es incansable, ya que no es capaz de tener causa, ni material ni formal.

2.945 Se prueba la primera consecuencia, a saber: que, si es inefectible, luego no es capaz de tener causa final: la causa final no causa sino porque mueve metafóricamente a la misma causa eficiente; para causar, pues, no tiene otro modo de depender de ella la entidad de lo que es causado finalísticamente más que a priori: y nada es causa en sentido propio si no depende esencialmente lo causado de ello como a priori.

2.946 Las otras dos consecuencias, a saber que, si es inefectible, no es capaz de ser causado con causalidad material y formal, se prueban a la vez: Lo que no tiene causa extrínseca, tampoco la tiene intrínseca, porque la causalidad de la causa extrínseca dice perfección sin imperfección; en cambio, la de la causa intrínseca comporta necesariamente aneja imperfección, ya que la causa intrínseca es parte de lo causado; por lo tanto, el carácter de causa extrínseca es naturalmente anterior al de la causa intrínseca, con lo que, negado el primero, queda negado el segundo.

2.947 Otra prueba de esas mismas consecuencias: las causas intrínsecas son causadas por las extrínsecas, o en su entidad misma, o en cuanto que causan al compuesto, o de ambos modos, ya que las causas intrínsecas no constituyen el compuesto de por sí solas sin el agente. Con esto aparece con bastante claridad la verdad de la segunda proposición.

2.948 21. La tercera proposición sobre el eficiente primero es la siguiente: El primer eficiente es existente en acto, y una naturaleza existente en acto verdaderamente, como lo que es eficiente. Se prueba: el ser a cuya naturaleza repugna al existir [causado] por otro, puede existir de por sí si puede existir; ahora bien, a la naturaleza del primer eficiente repugna absolutamente- el existir por otro, como aparece claro por la segunda proposición. Igualmente, puede existir, como aparece por la primera proposición, en la cual se ha puesto la prueba quinta, que parece concluir menos, y, sin embargo, concluye eso… (Opera omnia II p.162-164).

2.949 Conforme a estas tres primeras proposiciones sobre la causa eficiente, propongo otras tres similares sobre la causa final.

Alguna causa final es absolutamente primera, esto es, ni ordenable a otro ni capaz de mover finalmente a otro en virtud de otro. La prueba estriba en cinco puntos similares a aquellos que se han propuesto en la primera proposición sobre el primer eficiente.

2.950 La segunda proposición es que la primera causa final es incansable. Se prueba: no tiene causa final; de lo contrario, no sería primera, luego es, además, inefectible. Se prueba esta consecuencia: Todo verdadero agente obra por el fin (por el libro II Phys.), donde el Filósofo afirma eso de la naturaleza, en la cual aparece menos claro que en el que obra por deliberación. Ahora bien: el ser que no tiene una verdadera causa eficiente no es efectible, ya que en ningún orden lo que es de manera puramente accidental e impropia puede ser [lo] primero, como es claro en el caso presente, especialmente en las causas que obran sin intención, que son el azar y la fortuna, que, según Aristóteles (en el libro II Phys.), se reducen necesariamente a las causas que obran con intención, como son las mencionadas, a saber, la naturaleza, la inteligencia y el designio. Por lo tanto, el ser que no tiene ninguna causa eficiente con intención, no tendrá ninguna causa. Ahora bien: el ser que no tiene causa final, no tiene causa eficiente por intención; luego será inefectible, ya que lo que puede ser ordenado a un fin es superado por el fin en la bondad y, consiguientemente, en la perfección.

2.951 La tercera proposición es que la primera causa final es existente en acto y que esa primacía compete a alguna naturaleza existente en acto. Se prueba de la misma manera que la proposición sobre la causa eficiente.

2.952 Conforme a las tres proposiciones sobre ambos órdenes de la causalidad extrínseca, propongo otras tres similares sobre el orden de la eminencia: 1). Alguna naturaleza eminente es absolutamente primera en el orden de la perfección. Esto consta porque entre las esencias se da un orden esencial, ya que, en decir de Aristóteles (en el libro VIII Met.), las esencias son como los números: y en ese orden hay un término, lo que se prueba con las cinco razones con que se prueba más arriba que tiene que haber un término en el orden de la eficiencia.

2.953 2). La segunda proposición es: La naturaleza suprema es incausable. Se prueba: porque no es ordenable a un fin, por lo que queda dicho, luego es inefectible, y además incausable. Estas dos consecuencias se han probado en la segunda proposición sobre el orden de la eficiencia. Asimismo, se prueba que la naturaleza suprema es inefectible porque todo efectible tiene alguna causa esencialmente ordenada, como consta por la prueba de la proposición b en la primera sobre el primer eficiente. Ahora bien, la causa esencialmente ordenada supera al efecto.

2.954 25. La tercera proposición es: La naturaleza suprema es algo existente en acto: se prueba por lo que precede (Opera omnia II p.165-168).

CUESTION III

¿Existe un solo Dios?

2.955 En esta cuestión la solución es cierta. Pero dicen algunos que tal solución no es demostrable, sino que la tenemos tan sólo por la fe; y conforme a eso está el texto de Rabbi Moyses (c.23), que dice: «La unicidad de Dios la sabemos por la Ley».

También por la razón se hace ver lo mismo, porque, si se pudiese conocer por la razón natural que Dios es único, se podría conocer por vía natural que Dios es singular, luego se podría conocer la singularidad de Dios y su esencia como singular, lo cual es falso, y se ha dicho lo contrario en la cuestión sobre el sujeto de la teología.

2.956 Sin embargo, parece que la unicidad de Dios se podría demostrar por la razón natural, tomando los argumentos, primero, del entendimiento infinito; segundo, de la voluntad infinita; tercero, de la bondad infinita; cuarto, del concepto de potencia infinita; quinto, del concepto del infinito en absoluto; sexto, del concepto del necesario en el existir; séptimo, del concepto de omnipotencia.

2.957 Por el entendimiento infinito se argumenta así, en primer lugar: el entendimiento infinito conoce todo inteligible de una manera perfectísima en todo lo que tiene de inteligible; si, pues, hay varios dioses, sean éstos a y b: a conoce a b perfectísimamente, en todo lo que esb de inteligible. Pero eso es imposible. Se prueba: porque o conoce a b por la esencia de b, o no. Si no, y b es cognoscible por su esencia, se sigue que no conoce a b de la manera más perfecta, y en todo lo que es de inteligible. Nada, en efecto, que sea cognoscible por su esencia se conoce de la manera más perfecta si no se le conoce por su esencia o por algo que incluya a su esencia, más perfecto de lo que ella es; ahora bien, la esencia de b no está incluida en nada más perfectamente que en b, pues, de lo contrario, b no sería Dios. Y si lo conoce a b por la esencia de b, entonces el acto de a es posterior naturalmente a la esencia de b; así a no será Dios. Y que el acto de a sería posterior a b se prueba porque todo acto de conocer que no es idéntico al objeto es posterior al objeto: el acto no puede ser ni anterior ni simultáneo, naturalmente, a algo distinto del acto, pues entonces el acto podría entenderse sin el objeto, como sucede a la inversa.

2.958 Si se replica que a entiende a b por la esencia de a, que sea muy semejante a b, de suerte que a entienda a b bajo el aspecto de especie común a a y a b, se responde: ninguna de las partes de esa respuesta salva el que a entiende a b de la manera más perfecta, y, por consiguiente, no es Dios, ya que el conocimiento de un objeto por semejanza solamente y en universal no es el conocimiento más perfecto e intuitivo del objeto, y así, a no conocería a bintuitivamente y de la manera más perfecta, que es lo que se pretendía.

2.959 En segundo lugar, por parte del entendimiento se argumenta así: un mismo acto no puede tener dos objetos adecuados; a es objeto adecuado a su intelección, y b sería objeto adecuado a la misma si a pudiese entender a b; luego es imposible que a entienda en una única intelección a la vez perfectamente a a y a b. Y si a tiene intelecciones realmente distintas, no es Dios. La mayor es evidente: de lo contrario, el acto se adecuaría a un objeto, desaparecido el cual, no menos se saciaría y adecuaría, y así en vano se daría tal objeto. ..

2.960 Por la sexta vía argumento en primer lugar así: la especie multiplicable en individuos no está determinada de por sí a un cierto número de individuos, sino que, cuanto es de. su parte, admite una infinidad de individuos, como se ve en todas las especies corruptibles; luego si la naturaleza: «necesario en el existir» es multiplicable en individuos, no está determinada a un cierto número, sino que, por lo que es de su parte, admite una infinidad de ellos. Ahora bien: si pudieran existir infinitos necesarios en el existir, existen infinitos necesarios en el existir; el consecuente es falso: luego también lo es el antecedente del cual se sigue.

2.961 En segundo lugar: argumento así y por esta vía: si existen muchos necesarios en el existir, se distinguen por algunas perfecciones reales: sean ésas a y b. Entonces digo: o esos dos seres que se distinguen por a y por b son formalmente necesarios en el existir por a y porb, o no; si no, luego a no es la razón formal de existir necesariamente, y, por consiguiente, tampoco b; por lo tanto, tampoco lo que incluye a a es necesario primariamente, porque incluye alguna entidad que no es formalmente necesidad de existir ni necesaria de por sí. Y si esas perfecciones son formalmente necesarias en el existir por a y por b, y, además, ambas, ay b, son necesarias en el existir por aquello en que el uno conviene con el otro; luego ambos tienen en sí dos razones o aspectos, cada uno de los cuales es formalmente necesario en el existir; pero esto es imposible, ya que ninguna de las dos incluye a la otra; por lo tanto, prescindida, pues, o dejada a un lado cualquiera de ellas, sería tal ser necesario en el existir por la otra, y así, algo sería formalmente necesario en el existir por una razón prescindida o dejada a un lado, la cual sería, con todo, necesaria al insistir, cosa imposible (Opera omnia II p.232-234).

DISTINCION III

PRIMERA PARTE:

Sobre la cognoscibilidad de Dios

CUESTIÓN II

¿Es Dios el primer objeto conocido naturalmente por nosotros en esta vida?

2.976 … Sobre el concepto unívoco a Dios y a la criatura. En segundo lugar, digo que Dios es conocido no sólo en un concepto análogo al concepto de la creatura, es decir, que sea completamente distinto del concepto que se predica de la creatura, sino en un concepto unívoco a Dios y a la creatura. Y para que no haya disputa sobre el nombre de univocación, llamo unívoco a aquel concepto que es uno de tal manera, que su unidad es suficiente para la contradicción, afirmándolo y negándolo del mismo sujeto; es suficiente también para constituir un término medio en el silogismo, de suerte que se pueda concluir que los extremos unidos en ese medio que presenta tal unidad se identifican entre sí.

2.977 La existencia de tal univocación así entendida la pruebo con cinco argumentos:

Primero: todo entendimiento que esté cierto de un concepto y dudoso de otros diversos, tiene un concepto del cual está cierto, diverso de los conceptos de los cuales está dudoso. Ahora bien: el entendimiento puede en esta vida saber de Dios con certeza que es ser, dudando de que sea finito o infinito, creado o increado; luego el concepto de Dios es diverso de éste y aquél, y es neutro de por sí, y se incluye en cada uno de ellos: luego es unívoco.

2.978 54. Prueba de la mayor: no existe ningún concepto que sea a la vez cierto y dudoso; luego, o se tratará de dos conceptos distintos, o será nulo el concepto, y entonces no habrá certeza de concepto alguno.

Prueba de la menor: cualquier filósofo estaba cierto de que lo que él ponía como principio era ser; así el uno, del fuego; el otro, del agua, estaba cierto que era ser: en cambio, no estaba cierto de que ese principio era un ser creado o increado, primero o no primero. No estaba cierto de que era primero, porque entonces habría estado cierto de algo que es falso, y lo falso no es objeto de conocimiento cierto (no es escible); tampoco lo estaba de que fuese un ser no primero, porque, entonces, no habría puesto (afirmado) lo contrario. Y se confirma: porque el que viese las discusiones de los filósofos, pudo estar cierto de que cualquiera de ellos puso al primer principio como ser, y, sin embargo, a la vista de la discordancia de las opiniones, pudo dudar si tal principio era este o aquel ser. Y si se le hiciese una demostración a ese que tenía esa duda, a favor o en contra de alguno de los conceptos inferiores, por ejemplo, que el fuego no es el primero, sino un ser posterior al primer ser, no se destruiría con eso aquel concepto anterior del que estuvo cierto, y que tuvo del ser, sino que se salvaría en aquel concepto particular que tenía del fuego; y con esto, queda probada la proposición [tesis] que estaba supuesta en la última consecuencia deducida, a saber, que aquel concepto cierto, que de por sí mismo no era ninguno de los dudosos, se salva en cada uno de ellos.

2.979 Si no se quiere tener en cuenta el argumento extrínseco derivado de la diversidad de opiniones de los filósofos, y se dice que cada uno tenemos dos conceptos en el entendimiento, parecidos, que, a causa de ese parecido de analogía parece que son un solo concepto: en contra de eso parece estar el que, entonces, con esta respuesta evasiva parecía quedar destruida toda vía para probar la unidad unívoca de algún concepto: al que diga, en efecto, que el hombre tiene un concepto común a Sócrates y a Platón, se le negará, y se le dirá que son dos, aunque «parece uno», a causa de su gran semejanza.

2.980 Además, esos dos conceptos son absolutamente simples; luego no son inteligibles sino de una manera distinta y total. Luego si ahora no «parecen» dos, tampoco después.

Asimismo, o se los concibe como completamente distintos e inconexos, y entonces es extraño cómo parecen uno solo, o se les considera como relacionados por la analogía, o por la semejanza, o la distinción, y entonces, o a la vez, o antes, se les concibe como distintos. Luego no parecen un concepto… (Opera omnia III p.18-21).

2.981 En segundo lugar, y principalmente, arguyo así: ningún concepto real es causado en el entendimiento del hombre en esta vida sino por las causas que mueven a nuestro entendimiento. Esas son los fantasmas o el objeto representado en el fantasma y el entendimiento agente; luego ningún concepto simple se produce por vía natural en nuestro entendimiento sino como lo pueden producir esas causas. Ahora bien, el concepto que no fuese unívoco al objeto representado en el fantasma, sino completamente diverso, y anterior, respecto del cual el otro sería análogo, no puede ser producido por el entendimiento agente y el fantasma; luego ese concepto diverso que se pone como análogo, nunca existirá naturalmente en el entendimiento en esta vida, y así, no se podrá tener naturalmente ningún concepto de Dios, lo cual es falso.

2.982 Prueba del antecedente: Todo objeto representado, ya en el fantasma, ya en la especie inteligible, produce, con la cooperación del entendimiento agente o posible, como efecto adecuado y término de su capacidad efectiva, un concepto suyo propio y un concepto de cuanto se incluye en él esencial o virtualmente; pero ese concepto que se pone como análogo, no está incluido en dicho concepto ni esencial ni virtualmente, ni tampoco es él; luego ese concepto no sería producido por esas causas dichas.

2.983 59. Y se confirma el argumento, por parte de lo que es «objeto»: aparte de su concepto propio y adecuado, y del incluido en él de uno de los dos modos que acabamos de decir, no se puede conocer de tal objeto nada sino por discurso; mas el discurso presupone el conocimiento de eso simple que es término del proceso discursivo. Podría entonces formarse el argumento así: ningún objeto produce un concepto simple propio en este entendimiento, concepto simple propio, digo, de otro objeto, si no contiene a ese objeto esencial o virtualmente. Ahora bien, un objeto creado no contiene el ser increado esencial o virtualmente, y ello, bajo el aspecto bajo el cual se le atribuye eso, a saber, como «lo posterior esencialmente se atribuye a lo anterior esencialmente», pues va contra la condición de lo «posterior esencialmente» el incluir virtualmente a su anterior, y es evidente que el objeto creado no contiene al ser increado en algún rasgo a éste exclusivamente propio y no común; luego tal objeto no produce un concepto simple y propio del ser increado… (Opera omnia III p.21-24).

2.984 Asimismo, en cuarto lugar: o una «perfección absoluta» tiene un concepto común a Dios y a la creatura, y, entonces, se tiene lo que pretendíamos probar, o no lo tiene, sino que lo tiene propio sólo de la creatura. Y entonces, su concepto o razón no conviene formalmente a Dios, lo cual es inadmisible; o tiene un concepto propio y exclusivo de Dios, y entonces se sigue que no se ha de atribuir a Dios nada porque sed perfección absoluta, ya que eso equivale a decir que, porque su concepto, en cuanto conviene a Dios, es perfección absoluta, por eso, se atribuye a Dios; y con eso se destruye la que nos enseña Anselmo en el Monologium, en el cual dice que, «aparte las relaciones, en todo lo demás hay que atribuir a Dios aquello que es mejor que su negación, y recusarle lo que no sea eso». Según él, pues, primero se conoce que algo es tal cosa y después se atribuye a Dios; luego no es tal precisamente por hallarse en Dios. Y se confirma: porque entonces no habría ninguna perfección absoluta en la creatura; la consecuencia está clara, porque ningún concepto de ninguna tal perfección conviene a la creatura más que el analógico; «tal» en sí, pues el concepto analógico es imperfecto y en ninguno su afirmación es mejor que su negación, ya que, de lo contrario, se pondría en Dios bajo esa razón analógica.

2.985 Se confirma también esta cuarta razón: todo estudio metafísico de Dios procede considerando la razón formal de algo y removiendo de esa razón formal la imperfección que tiene en las creaturas y manteniendo esa razón formal y atribuyéndole la mayor perfección absolutamente, y atribuyendo así eso a Dios. Ejemplo: la razón formal de sabiduría o de voluntad: se la considera en sí y por sí [en lo que comporta]; y fundándonos en que tal razón encierra formalmente alguna imperfección o limitación, se remueven de ella las imperfecciones que la acompañan en las creaturas y, manteniendo invariada la razón de sabiduría o de voluntad, se atribuye a Dios en grado perfectísimo. Luego toda investigación sobre Dios supone que el entendimiento posee el mismo concepto unívoco que obtuvo de las creaturas… (Opera omnia III p.25-27).

De qué condición es tal univocación del ente, a cuántos y a qué entes se extiende, se expondrá por extenso en la cuestión del objeto primero del entendimiento… (Opera omnia III p.30).

[Del concepto del ser infinito]

2.986 En cuarto lugar, digo que podemos llegar a muchos conceptos propios de Dios que no convienen a las creaturas, como son los conceptos de todas las perfecciones simples, en el grado sumo. Y se tiene el concepto más perfecto, en el cual, como en una descripción, conocemos del modo más perfecto a Dios, concibiendo todas las perfecciones absolutas y en el grado sumo. Sin embargo, el concepto más perfecto a la vez y más simple, a nosotros posible, es el concepto del ser infinito. En efecto, tal concepto es más simple que el concepto del ser bueno, del ser verdadero, o de otros semejantes, pues «infinito» no es a modo de atributo o propiedad del ser, o del sujeto de quien se dice, sino que implica un modo intrínseco de aquella entidad, de suerte que, cuando digo «ser infinito», no tengo un concepto como por unión accidental, de sujeto y pasión, sino un concepto verdaderamente uno en un cierto grado de perfección, a saber, de la infinitud, como blancura intensa no dice un concepto con unidad accidental, como blancura visible; es más, la intensidad es un grado intrínseco de la blancura en sí. Con esto queda manifiesta la simplicidad del concepto «ser infinito».

2.987 Se prueba la perfección de ese concepto: primero, porque este concepto entre todos los conceptos concebibles por nosotros, incluye virtualmente muchas cosas-pues así como el ser incluye virtualmente en sí a la verdad y a la bondad, así el ser infinito incluye la verdad infinita y la bondad infinita, y toda perfección simple como infinita-; después, por la demostración por los efectos se concluye en último término la existencia del ser infinito, como se ve por la cuestión 1ª. de la 2 distinción; ahora bien, los seres más perfectos son aquellos que llegan a ser conocidos como término último de la demostración por los efectos, a partir de las creaturas, ya que por su alejamiento de las creaturas es muy difícil concluir su existencia a partir de las creaturas mismas.

2.988 Se dirá que el sumo bien o el sumo ser dice un modo intrínseco del ser e incluye virtualmente otros conceptos; respondo que si «sumo» se toma comparativamente, dice relación a otras cosas distintas; ahora bien, «infinito» es un concepto absoluto. Si se toma «sumo» en sentido absoluto, esto es, que aquella perfección no puede ser superada, eso se concibe de manera más explícita en el concepto de ser infinito. «Sumo bien», en efecto, no indica si es infinito o finito… (Opera omnia III p.40-41).

2.989 A la segunda cuestión respondo que, por lo que hace a este propósito, existen tres órdenes de inteligibles: uno es el orden de origen o de generación; otro, el orden de perfección, y el tercero, el orden de la adecuación o de la causalidad como tal

[A) Del orden de origen de los inteligibles]

2.990 Empezando, pues, por el orden de origen, hay que considerar en primer lugar el conocimiento actual; después, el conocimiento habitual.

Por lo que hace al primero, hago dos observaciones previas. Primero, que concepto absolutamente simple es aquel que no es resoluble en más conceptos, como el concepto de ente o de última diferencia. Y concepto simple, pero no absolutamente simple, llamo a aquel que puede ser concebido por el entendimiento por un acto de simple inteligencia, aunque puede resolverse en varios conceptos, concebibles separadamente.

2.991 Segundo: una cosa es entender algo confuso y otra, entender confusamente. Confuso es lo mismo que indistinto. Y así como hay dos clases de distinguibilidad, la del «todo esencial» en las partes esenciales, y la del «todo universal» en sus partes subjetivas, así hay dos clases de indistinción, correspondientes a esas dos clases de «todo» y sus partes. Pues bien: se entiende algo confuso cuando se entiende algo indistinto de una de las dos maneras dichas. Y se dice que se concibe algo confusamente cuando se lo concibe como se lo expresa o denota por el nombre, y distintamente, cuando se concibe como se lo expresa por la definición.

2.992 Hecha esta explicación, expondré primero el orden de origen en el conocimiento actual de los objetos que se conciben confusamente. Respecto de este punto, digo que lo primero actualmente conocido confusamente es la especie especialísima, cuyo singular mueve al sentido el primero con más eficacia y fuerza, en el supuesto de que se halle presente al sentido en la debida proporción. Porque, si se pone algún caso en el cual el sentido no siente primeramente la naturaleza específica -como cuando no aparece en seguida si es un color rojo o verde- y, consiguientemente, el entendimiento no concibe por esa sensación al punto la naturaleza específica, siempre, creo, se tratará de una proporción indebida del objeto singular al sentido: o por la imperfección de la potencia visiva, que es superada por esa visibilidad de esa naturaleza como tal, o por algún defecto en el medio, de la luz, o cosa parecida, o por la excesiva distancia… (Opera omnia III p.49-51).

2.993 69. Pruebo la aserción propuesta: la causa natural procede a producir su efecto conforme a la última disposición de su capacidad, cuando no está impedida; luego al punto se pone a producir primero el efecto más perfecto que puede producir. Todos los factores que concurran en la producción de tal acto primero del entendimiento son causas meramente naturales, ya que preceden a todo acto de la voluntad, y no están impedidas, como es cosa clara; luego producen primeramente el concepto más perfecto que pueden: tal concepto no es otro que el concepto de la especie especialísima producida. Si algún otro concepto, por ejemplo, el concepto de algo más común, fuese el más perfecto que esas causas pudiesen llegar a producir, como el concepto de lo más común es más imperfecto que el concepto de la especie especialísima (como la parte es más imperfecta que el todo), se seguiría que esas causas no tendrían eficacia para producir el concepto de esa especie y, así, nunca lo producirían.

2.994 Segunda prueba de mi aserción: Según Avicena (en I Met. c.3), la metafísica es la última en el orden de la enseñanza. Luego los principios de todas las demás ciencias, y sus términos, pueden ser concebidos antes de los principios de la metafísica. Pero eso no sería así si se tuviesen que conocer actualmente en primer lugar los conceptos más comunes antes que los conceptos de las especies especialísimas, pues entonces habría que concebir primero el ente y las nociones afines, y así se seguiría más bien que la metafísica es la primera en el orden de la enseñanza… (Opera omnia III p.52-53).

2.995 68. En segundo lugar, del conocimiento actual distintamente de los objetos concebidos, digo que sucede a la inversa, pues lo primero concebido es lo más común, y los más próximos a él, son concebidos antes, y los más alejados, después.

Y lo pruebo: por la segunda observación, nada se concibe distintamente más que cuando se conciben todos los elementos que están incluidos en su razón esencial; el ente se incluye en todos los conceptos inferiores quiditativos; luego ningún concepto inferior se concibe distintivamente sin ser concebido el ente. Por otra parte, el ente no puede ser concebido más que distintamente, ya que tiene un concepto absolutamente simple. Luego puede ser concebido distintamente sin otros objetos, y los demás no lo’ pueden sin ser él distintamente concebido. Luego el ente es el primer concepto concebible distintamente. De esto se sigue que los objetos que son más próximos al ente se conciben antes, porque el conocer distintamente se obtiene por la definición que se investiga por el método de división, empezando del ente hasta llegar al concepto del objeto definido.

Ahora bien, en la división se presentan primero los objetos concebidos antes, como el género y la diferencia, en los cuales se concibe distintamente el concepto más común.

2.996 En segundo lugar, pruebo que la metafísica, según Avicena, en el texto aducido más arriba, es la primera en el orden de saber distintamente, ya que oficio suyo es «proporcionar conocimiento cierto de los principios de las demás ciencias»: luego sus objetos cognoscibles son los primeros cognoscibles distintamente. Y no se contradice Avicena en poner a la metafísica la última en el orden de la enseñanza y la primera en el orden del conocer distintamente, porque-como se ha visto claro en la cuestión sobre la proposición evidente de por sí-los principios de las demás ciencias son evidentes de por sí por el concepto confuso de sus términos; pero, una vez conocida la metafísica, se tiene después la posibilidad de investigar la esencia de los términos distintamente; y así, los términos de las ciencias especiales no se conciben ni sus principios son entendidos antes de la metafísica. Así también muchas cosas pueden aparecer al metafísico-geómetra que antes no eran conocidas del geómetra por el concepto confuso.

2.997 Ejemplo: el geómetra, en cuanto geómetra, no usa como principios evidentes de por sí sino aquellos que son en seguida evidentes por el concepto confuso de los términos, como se presenta en el conocimiento de las cosas sensibles, como «la línea es una longitud», etc., sin preocuparse de a qué género pertenece la línea, si, por ejemplo, es sustancia o cuantidad; pero, una vez conocida la geometría y las demás ciencias especiales, viene después la metafísica, que trata de los conceptos comunes, a partir de los cuales se hace una reflexión por método de división para investigar las esencias de los términos en las ciencias particulares así conocidas, y entonces, por esas esencias conocidas, se conocen más distintamente los principios de las ciencias especiales. Se conocen también muchos principios que no eran conocidos antes por los términos conocidos confusamente. Y así queda claro en qué sentido es la primera la metafísica y en qué sentido no.

2.998 Pero, comparando el orden de concebir confusamente con el orden de concebir distintamente, digo que todo el orden de concebir confusamente es anterior, y por eso, lo primero en ese orden es absolutamente y sin más lo primero, y eso se prueba por el texto citado de Avicena, sobre «el orden de la metafísica comparada con las demás ciencias…» (Opera omnía III p.54-56).

[Sobre el conocimiento habitual y virtual]

2.999 Por lo que hace al conocimiento habitual o virtual, declaro primero qué entiendo por esos términos. Llamo al conocimiento «habitual» cuando el objeto está presente de tal manera al entendimiento como inteligible en acto, que el entendimiento puede al punto tener un acto elícito acerca de él. Y «virtual» cuando algo se entiende en algo como parte del primer objeto entendido, pero no como lo primero entendido, como cuando se entiende «hombre» se entiende «animal» en el hombre como parte del objeto entendido, pero no como lo primero entendido o como objeto total que sea término de la intelección. Eso se llama «entendido virtualmente» con bastante propiedad, ya que está bastante próximo a lo entendido actualmente; pues no podría ser entendido más actualmente si no fuese entendido con una intelección propiamente dicha, que sería de él como el término primero y total.

3.000 Por lo que hace a este conocimiento habitual y virtual, digo que los objetos más comunes son los primeros conocidos, en el orden de la generación.

Y se prueba: como las diversas formas que perfeccionan a un mismo sujeto tienen disposición natural para perfeccionarle siguiendo un orden, más mediata o más inmediatamente, así, si una misma forma contiene en sí virtualmente las perfecciones de esas formas ordenadas, perfeccionará a ese sujeto siguiendo un orden natural parecido: así, por ejemplo, si la forma del cuerpo, de sustancia y otras fuesen formas distintas, e informase primero la forma de sustancia y después la forma de cuerpo, etc.; así, si una forma incluye virtualmente a todas esas formas, informará de alguna manera primero a la materia bajo el aspecto de sustancia, antes que bajo el aspecto de cuerpo; y siempre, en este orden de la generación, lo imperfecto será antes, ya que se procede de la potencia al acto.

3.001 Por tanto, así como varios conceptos, más y menos comunes, habituales o virtuales, tienen capacidad natural para perfeccionar el entendimiento en el orden de la generación, de suerte que el más imperfecto siempre lo hace antes, del mismo modo, si un solo concepto incluye virtualmente a todos esos conceptos, perfeccionará al entendimiento antes como concepto más común y más universal que como concepto particular. Esto por lo que atañe al orden de origen o de generación… (Opera omnía III p. 60-61).

CUESTIÓN III

¿Es Dios el primer objeto natural adecuado respecto del entendimiento en esta vida?

3.002 … Respondiendo a la cuestión, digo brevemente que no se puede poner ningún objeto natural de nuestro entendimiento en razón de tal adecuación virtual por la razón expuesta contra la primacía del objeto virtual en el caso de Dios o de la sustancia. Por tanto, o no se pone ningún objeto primero o hay que buscar un «primer objeto adecuado» en razón de la comunidad que en él concurre. Si se estima equívoco respecto del ser creado y del increado, y de la sustancia y del accidente, siendo todos estos objetos, como son, inteligibles de por sí para nosotros, no parece que se pueda señalar ningún objeto primero de nuestro entendimiento, ni en razón de su virtualidad, ni en razón de su comunidad. Pero si se adopta la posición que propuse en la 1.a cuestión de esta distinción, sobre la univocación del ente, se puede de algún modo salvar el que se dé algún objeto primero de nuestro entendimiento.

Para entender eso declararé primero de qué naturaleza es la univocación del ente y respecto de qué cosas, y, en segundo lugar, la tesis propuesta.

[A) De qué naturaleza es la univocación del ser y a quiénes]

3.003 Respecto del primer punto, digo que el ente no es unívoco en cuanto predicado quiditativamente de todos los inteligibles de por sí, ya que no lo es respecto de las diferencias últimas ni de las pasiones propias del ente. «Diferencia última» se la llama porque no tiene diferencia, porque no se resuelve en concepto quiditativo y cualitativo, determinable y determinante, sino que su concepto es tan sólo cualitativo, como el último género tiene un concepto tan sólo quiditativo.

3.004 Lo primero, es decir, sobre las diferencias últimas, lo pruebo de dos maneras. Primero, si las diferencias incluyen al ente que se predica unívocamente de ellas, y no son completamente nada, luego son entes diversos que implican alguna identidad. Tales son en sentido propio diferencia, según los libros V y X de la Metafísica. Luego esas diferencias últimas serán diferentes en sentido propio: luego difieren por otras diferencias. Si esas otras diferencias incluyen en su quididad al ente, se sigue para ellas la misma consecuencia que antes; y así se tendría un proceso al infinito en las diferencias, o se pondrá término en algunas que no incluyen en su quididad al ente, que era lo que pretendíamos probar, porque ellas solas serán las diferencias últimas.

3.005 Segundo, como el ente compuesto consta dé acto y potencia, así, el concepto compuesto con verdadera composición consta de concepto potencial y de concepto actual, o de concepto determinable y determinante. Así como, pues, la resolución de los seres compuestos tiene como término final los elementos simples absolutamente, es decir, el acto último y la potencia última, que son diversos irreductiblemente, de suerte que nada del uno incluya a algo del otro -de lo contrario, esto no sería irreductiblemente acto, ni aquello irreductiblemente potencia-, del mismo modo, en el orden de los conceptos tiene que resolverse todo concepto no absolutamente simple, y, sin embargo, uno, en conceptos absolutamente simples, de suerte que la resolución tenga como término conceptos absolutamente simples, a saber, un concepto sólo determinable, que no incluya nada que sea determinante, y un concepto sólo determinante, que no incluya algún concepto determinante. El concepto «sólo determinable» es el concepto del ente, y el «sólo determinante» es el concepto de última diferencia. Estos conceptos serán, pues, irreductiblemente diversos, de suerte que uno no incluya nada del otro.

3.006 El segundo punto, a saber, sobre las pasiones del ente, lo pruebo… en tercer lugar así (y con ello se confirma la primera razón aducida para probar esta proposición): si «uno» incluye en su quididad al ente, no incluye sólo al ente, pues entonces ese ente sería pasión de sí mismo: luego incluye al ente y algo más. Sea eso a: o a incluye al ente, o no. Si lo incluye, «uno» incluiría dos veces al ente, y se daría proceso al infinito.

3.007 O bien, dondequiera que se ponga el término, sea a eso último, que pertenece al concepto de «uno» y no incluye al ente. El «uno», en razón del ente incluido en él, no es pasión, porque una misma cosa no es pasión de sí misma; y, por consiguiente, eso otro incluido que es a es sólo pasión, y es de tal naturaleza que no incluye en su quididad al ente: y así todo lo que es sólo (irreductiblemente) pasión del ente, por eso precisamente no incluye en su quididad al ente… (Opera omnia III p.83-85).

B) Sobre el primer objeto del entendimiento

3.008 Por lo que hace al artículo segundo, digo que de esas cuatro razones se sigue que-no pudiendo haber nada más común que el ente, y no pudiendo, a su vez, ser el ente común unívoco predicado de la quididad de todos los inteligibles de por sí, ya que no lo es de las diferencias últimas ni de sus pasiones-, digo que se sigue que nada es el primer objeto de nuestro entendimiento en razón de su comunidad como perteneciente a la quididad de todo inteligible de por sí, y, no obstante eso, digo que el primer objeto de nuestro entendimiento es el ente, ya que en él concurren esas dos primacías dichas, de comunidad y de virtualidad: todo inteligible de por sí o incluye esencialmente la razón de ente o está contenido virtual o esencialmente en lo que incluye esencialmente la razón de ente.

3.009 En efecto: todos los géneros y especies e individuos, y todas las partes esenciales de los géneros, y asimismo, el ente increado, incluyen esencialmente al ente; y todas las diferencias últimas están incluidas esencialmente en alguno de esos entes y todas las pasiones del ente están incluidas en el ente y en sus inferiores virtualmente. Luego aquellos objetos respecto de los cuales no se dice el ente unívocamente predicado quiditativamente, están incluidos en aquellos respecto de los cuales el ente es unívoco de la manera dicha. Y así queda claro que el ente tiene la primacía de la comunidad quiditativa los primeros inteligibles, es decir, a los conceptos esenciales de los géneros y especies e individuos y de las partes esenciales de todos ésos, y del ente increado, y tiene la primacía de la virtualidad a todos los inteligibles incluidas en los primeros inteligibles, es decir, a los conceptos cualitativos de las diferencias últimas y sus propias pasiones… (Opera omnia III p.85-86).

[Objeciones contra la univocación del ente y su solución]

3.010 Para ver cómo es verdad esto -siendo así que antes se ha dicho que el ente no se predica quiditativamente de las diferencias-, hago a propósito de las diferencias una aclaración, y es que alguna puede ser tomada de la última parte esencial, que es una realidad y una naturaleza distinta de aquello de que se toma el concepto del género, como, por ejemplo, si se pone la pluralidad de formas, y se dice que el género se toma de la parte esencial anterior y la diferencia de la forma última. Entonces, así como el ente se predica quiditativamente de aquella parte esencial de la cual se toma tal diferencia específica, así se predica quiditativamente de tal diferencia en abstracto, de suerte que, así como esta proposición: «el alma intelectiva es ente», es quiditativa -tomando el mismo concepto del ente que cuando se predica del hombre o de la blancura-, así es quiditativa ésta: «la racionalidad es ente», si «racionalidad» es tal diferencia.

3.011 Pero ninguna tal diferencia es última, ya que en ella se contienen muchas realidades, de algún modo distintas (con tal clase de distinción o no-identidad como la que en la cuestión 1 de la distinción 2ª dije que se da entre la esencia y la propiedad esencial, o mayor, como en otro sitio se explicará), y entonces tal naturaleza puede ser concebida en algún aspecto, esto es, en alguna realidad y perfección, e ignorada en otro aspecto, y por eso el concepto de tal naturaleza no es absolutamente simple. Pero la última realidad o «perfección real» de tal naturaleza, de la cual se toma la última diferencia, es absolutamente simple: esa realidad no incluye quiditativamente al ente, sino que tiene un concepto simple. Así que, si esa realidad esa, esta proposición: «a es ente» no es quiditativa, sino accidental, y ello ya diga a esa realidad, ya diga a la diferencia en abstracto, tomada de tal realidad.

3.012 He dicho antes que ninguna diferencia simplemente última incluye quiditativamente al ente, por ser absolutamente simple. Pero alguna diferencia tomada de la parte esencial -que es parte de la naturaleza como se da en la realidad, distinta de la naturaleza de la cual se toma el género-, esa diferencia no es absolutamente simple e incluye al ente quiditativamente: y del hecho de que tal diferencia es ente quiditativamente, se sigue que el ente no es género, a causa de la comunidad del ente en tal grado. En efecto, ningún género se predica de alguna diferencia quiditativamente, ni de la que se toma de la forma, ni de la que se toma de la última realidad de la forma (como quedará claro en la distinción 8.a), porque siempre aquello de lo que se toma el concepto de género es en sí potencial respecto de esa realidad de la cual se toma el concepto de la diferencia, o respecto de aquella forma, si la diferencia se toma de la forma… (Opera omnia III, p.97-99).

[Duda sobre el primer objeto del entendimiento en el estado presente]

3.013 85. Pero queda una duda. Si el ente en su concepto comunísimo es el primer objeto del entendimiento, ¿por qué no puede mover naturalmente al entendimiento cualquier objeto contenido bajo el ente, como se ha argumentado en la primera razón en la primera cuestión?

Y entonces parece que Dios podría ser conocido naturalmente por nosotros, y también las sustancias inmateriales, cosa que hemos negado; es más, lo hemos negado de todas las sustancias y de todas las partes esenciales de las sustanciales, pues hemos dicho que no son concebidas en ningún concepto quiditativo más que en el concepto del ente.

3.014 Respondo: Como objeto primero de una potencia se asigna aquel que es adecuado a la potencia como tal, y no aquel que es adecuado a la potencia en alguno de sus estados: así como, en la vista, se señala como objeto primero, no a aquel que es adecuado a la vista que se halla en un medio iluminado por una candela, sino el que por disposición natural es adecuado a la vista de por sí, en lo que comporta la naturaleza de la vista. Ahora bien, como se ha probado antes -en contra de la primera teoría sobre el primer objeto del entendimiento, es decir, adecuado, que dice que es la quididad del ser material-, nada puede adecuarse a nuestro entendimiento, por lo que hace a su naturaleza como potencia, como primer objeto, sino lo más común; sin embargo, en el estado presente se le adecua como objeto motivo la quididad del ser sensible, y por eso, en ese estado, no entenderá por vía natural otros objetos que no estén comprendidos bajo ese primer objeto motivo.

3.015 Pero ¿cuál es el porqué de ese estado? Respondo: «estado» no parece ser sino «la permanencia estable», establecido por las leyes de la sabiduría. Ahora bien, esas leyes tienen establecido que nuestro entendimiento no entienda en el estado presente sino aquellos objetos cuyas especies se hallan en el fantasma, y ello, o en pena del pecado original, o por la natural concordancia de las potencias del alma en el obrar, conforme a lo que vemos que la potencia superior obra sobre lo mismo sobre lo que obra la inferior, sí ambas obran perfectamente, y así sucede, efectivamente, en nosotros: que, siempre que entendemos un universal, imaginamos con la fantasía su correspondiente singular. Pero esa concordancia que se da en el presente estado, no es esencial al entendimiento en cuanto tal, ni tampoco en cuanto se halla en el cuerpo, porque entonces en el cuerpo glorioso tendría una concordancia similar, lo cual es falso…

3.016 Sea cual sea el origen del presente estado, la mera voluntad de Dios, o la justicia punitiva (causa que insinúa Agustín en el libro XV De Trinitate c. último: «¿Qué causa, dice, hay de que no puedes mirar la luz directamente sino la debilidad misma?; ¿y quién te la produjo sino la iniquidad?»), ya sea, repito, esa la causa total, ya alguna otra, al menos no es el primer objeto del entendimiento por lo que tiene de potencia y naturaleza, sino algo común a todos los inteligibles, si bien el primer objeto, adecuado a él como motivo, sea en el presente estado la quididad del ser sensible… (Opera omnia III p.112-114).