Cocco, Giuseppe - Lula: ¿Gobierno Nacional o Política Global?

Para cambiar el pais, el gobierno petista va a necesitar decidir entre nacionalistas decepcionados y la multitud de sujetos “sin”. Los primeros quieren una moratoria y empleo en la gran industria. Los segundos, derechos universalizados para no depender mas de la relacion asalariada y de la disciplina fabril.

Giuseppe Cocco

El gobierno del presidente Lula se aproxima a la marca de un año en la gestion. Ya tenemos elementos para esbozar una evaluacion parcial. Esta puede basarse en una gran constatacion: con la llegada del Partido dos Trabalhadores (PT) al gobierno no hubo ni ruptura del proceso de globalización y aun menos implementación de un politica economica alternativa. Una oposicion fuerte surgió dentro del propio PT, sobretodo en su base “intelectual”, al paso que la politica actual del Gobierno de Lula constituye una desmentida cabal del discurso que atribuia la crisis del Estado a las politicas neoliberales. Será por fin que el “cambio” prometido pasa por un gobierno en nombre del pueblo o por una politica global?

La oposicion interna en la base del PT se divide en dos bloques distintos: por un lado, los que reman hacia la construccion de una fuerza de izquierda alternativa. Por otro, los que, desde dentro del gobierno, apuestan a la inflexion “desenvolvimentista” de la politicas economicas. Para los que ya están haciendo oposicion abierta al gobierno de Lula, son los “mercados” y los “bancos” que imponen politicas de cuño neoliberal. El gobierno de Lula no seria mas que un instrumento de esos intereses. Para ellos, Palocci es el “enemigo”. Para los que hacen oposición desde dentro del gobierno, los altos impuestos y las reformas constituyen una fase pasajera, heredada del gobierno de FHC, de construccion de confianza necesaria hacia el verdadero cambio del “modelo”. Para ellos, el enemigo no es Palocci, sino “el grupo de él”, o sea, los técnicos que representan la continuidad de las politicas neoliberales mas allá de lo necesario.

En los dos casos, el cambio esta en el rumbo “economico” del gobierno. Para cambiar, el gobierno Lula seria necesario un verdadero “Gobierno Nacional” – en nombre del pueblo y no de los bancos, del FMI, y de los acreedores.

“la tradicional critica de la izquierda quedó presa por mas de dos décadas (y aun no podemos decir si esta trampa esta siendo superada) de dirección economicista, segun el cual el unico sujeto capaz de combatir al mercado es el Estado”

Esos dos bloques de “decepcionados” tienen en común una dirección teórico economicista. El cambio seria antes que nada un cambio del modelo económico. El “dinero” y su gestión es la variable estratégica en una secuencia mecánica que va del crecimiento a la distribución de la riqueza, de la economía hacia lo social. Para ellos, sin cambio de rumbo económico la política social (tipo “fome zero”) seria menos engañosa. Se cree que, automáticamente, el no pago de los compromisos de la deuda se transformaría en aumento de ahorros e inversiones publicas y privadas. En inversión industrial, en incrementos de salarios. Las grandes obras en estructuración productiva de los territorios. El aumento de los gastos en médicos y docentes, en expansión de la salud publica y la enseñanza universal. El economicismo se sustenta en el error político de considerar a las políticas neoliberales como causas de la crisis del Estado y como condición permisiva de una globalización considerada como “nefasta”.

Se menosprecia la profundidad de la crisis del Estado, la correlación que liga la crisis del Estado a la crisis de la relación salarial moldeada en el suelo fabril y en las contradicciones sociales (y el trabajo) de tipo nuevo que atraviesa un capitalismo cada vez mas basado en el conocimiento y en la información.

[Ceguera desenvolvimentista] En suma, ciegos por la idealización excesiva del debate y por la fe en el papel “progresivo” del Estado, esos teóricos no vieron que el neoliberalismo se constituye (tanto en los países centrales, cuanto – sino más – en las economías periféricas) en una respuesta, reaccionaria, más pertinente, a una crisis del Estado cuyo origen esta en la crisis de la gran industria y en el tipo de trabajo (de sociedad) que esta necesita y genera al mismo tiempo.

El hecho es que, a lo largo de los años 80, cuando ocurrió la primera onda de la ofensiva neoliberal en los países centrales, y en los años 90, cuando el periodo neoliberal se instaló en Brasil, la oposición de izquierda y las organizaciones sindicales se juntaban paradójicamente y mecánicamente, en las tradicionales defensas del Estado para, en el fondo, defender el futuro del trabajo en función de una imposible sobrevivencia del empleo industrial “formal”, lo que alimentaba, en las economías centrales de la post guerra, el pleno “empleo” y la dinámica de los salarios reales.

La tradicional critica de izquierda quedó presa por mas de dos décadas (y aun no da para decir si esta jaula esta siendo superada) en dirección economicista según el cual el único sujeto capaz de “combatir” el mercado es el estado. La oposición “interna” a la base del PT torna más visible algunas paradojas de esa postura político – teórica.

Lo primero tiene que ver con la defensa “del empleo” como empleo asalariado de la gran industria.

La “maldición del trabajo asalariado” es de esta manera transformada, en la mejor de las hipótesis, en un mal necesario, en la peor de las hipótesis en una “virtud”. Lo segundo es la defensa de la gran industria, en el caso nacional. Lo tercero apareció en las movilizaciones (de sindicatos e intelectuales) en defensa de los privilegios corporativos de una previsión social publica que, en las economías periféricas y en Brasil en particular, no llegó a ser objeto de un proceso de universalización negociada.

“La cuestión que se coloca no es, pues, la de saber si el gobierno Lula representa a los intereses del “Pueblo” o los del FMI, los del ALCA, los de los Banqueros, etc, etc, sino cuanto sus reformas pueden ser apropiadas, materializadas por un proceso de universalización de los derechos para enfrentar realmente al FMI en bases diferentes”

Ahora, la crisis del Estado está determinada por la incapacidad de la relación salarial de reproducir las grandes proporciones que garanticen la reproducción del Estado (sea democrático – redistributivo o autoritario – desenvolvimentista) y con el de la acumulación capitalista. Las transformaciones del trabajo, en las economías centrales bien como en las periféricas, hacen que no haya mas el mismo coeficiente multiplicador entre crecimiento económico y dinámica del empleo (formal de la gran industria). Una economía puede volver a crecer (como fue el caso de los EUA a lo largo de la segunda mitad de los años 1990) y ver el fenómeno de la precarización del empleo.

Aun más, en la mayoria de las cadenas productivas industriales, el aumento de las inversiones se puede traducir en reducciones “relativas” del empleo industrial al paso que la tendencia será multiplicar el amplio en el sector de servicios. La expansión del sector terciario implica, por un lado, en la multiplicación de los tipo de contratos de trabajo (con la ampliación estructural de la “informalidad” – no mas como residuo del subdesenvolvimiento) y, por el otro, la movilización de las las cualidades cognitivas de las nuevas fuerzas de trabajo. La relacion salarial se “deshace en el aire”. Ella no consigue funcionar mas como un proceso de inclusión social que hacia que (en reales economias fordistas – keynesianas – en las periferias fue solamente una “mirada”) a la universalización correspondiese una cierta universalización del bienestar social.

[Razones de la crisis] La llamada crisis fiscal del Estado no es una crisis de contabilidad sino una crisis de compatibilidad. Crisis de las “proporciones” que la relación salarial conseguía producir entre la dinámica de la acumulación y expansión del bienestar social. La consecuencia es un dislocamiento del conflicto social: del ámbito de la gran industria hacia la sociedad como un todo.

Del lado del capital, eso significó, desde el inicio de los años 1980, intentar reconstituir el comando por la multiplicación de los tipos de contratos de trabajo (inclusive de los “sin contrato”: inmigrantes, desempleados, etc.) y proponer el mercado (las privatizaciones)como mecanismo de universalización más eficaz que el Estado. Del lado del trabajo (que esta vez corresponde a una multitud de figuras no mas homogeneizadas por la disciplina fabril), se colocó la cuestión de constituir nuevos mecanismos de universalización de los derechos como condiciones necesarias a una integración que no depende mas de la subordinación a la relación salarial (y, pues, de la organización corporativa y neocorporativa de la sociedad que ella determina).

Eso significa que el conflicto entre capital y trabajo escapó, ni bien – ni mal, de la relación salarial. Con todo, lejos de desaparecer, ese conflicto se generaliza y atraviesa la sociedad como un todo en torno a la cuestión de la universalización material de los derechos como condición esencial de la movilización productiva. Es por no tener mas condiciones de mantener (en el caso de Brasil, de apuntar) la compatibilidad del conflicto entre capital y trabajo que el Estado esta “quebrado” económica y políticamente: sus deudas se acumulan de manera insustentable al paso que las tradicionales formas de representación política no paran de descomponerse (recordemos la “elección” de Bus Jr,, el pasaje al segundo turno de Le Pen, la realización del segundo turno en Argentina).

En esa perspectiva, afirmar que es preciso “romper con el FMI” es, al mismo tiempo, una afirmación correcta y demagógica, pues en realidad es preciso romper con la dinámica que hace que el País tenga que recurrir al FMI cada dos o tres años. Se trata de desmontar la falsa alternativa entre “alta inflación” y “pagos altísimos” en la cual la economía brasileña esta presa hace mas de veinte años. La “falsedad” de esa alternativa está en su dimensión monetaria: solo “otra” política conseguirá trasponerla. En efecto, ella representa dos configuraciones diferentes de una misma situación cuyas correlaciones de fuerza estructurales en la distribución de la riqueza y en a producción de derechos universales no son modificadas. Crecimiento económico y monetarización de la distribución fragmentada de “derechos” se transforman inmediatamente en un ritmo inflacionario descontrolado. El control de la inflación dispararía las tasas a un nivel que estrangularía toda posibilidad de crecimiento. La moneda aparece entonces por lo que ella es: no el espejo neutro de cantidades económicas, sino el resultado y el instrumento político de una sociedad profundamente marcada por la fragmentación social, segregación espacial y el racismo.

En este horizonte, no se trata de privilegiar ni a lo “social”, ni a lo “económico”, pero si a una política que articule los dos al mismo tiempo. Es en la perspectiva que ese horizonte diseña lo que debe encarar el Gobierno Lula. No debemos pensarlo en términos de gobierno nacional en nombre del pueblo. La cuestión que se coloca no es pues, la de saber si el gobierno Lula representa los intereses del “Pueblo” o los del FMI, los del ALCA, los de los Banqueros, etc, sino cuanto sus reformas pueden ser apropiadas, materializadas por un proceso de universalización de los derechos para enfrentar realmente al FMI en planos diferentes. Enfrentar al FMI significa construir democracia y aprehender ese desafío como un problema global, como una política global.