Bifo (Franco Berardi) - La imagen dispositivo
Traducción: Emilio Sadier. Buenos Aires, Argentina. Mayo 2004. De www.rekombinant.org
“El acto de la imaginación es un acto mágico. Es un encantamiento destinado a hacer aparecer el objeto que se piensa, la cosa que se desea, de modo tal que de él podamos tomar posesión”. (Jean Paul Sartre, El imaginario, Gallimard, París, 1940)
Lo que nos interesa en la imagen no es su funcionamiento como representación de la realidad, sino su potencia dinámica, su capacidad de suscitar y construir proyecciones, interacciones y marcos narrativos que estructuran la realidad. Lo que nos interesa de la imagen es su capacidad de seleccionar entre las infinitas experiencias perceptivas posibles, constituyendo un imaginario, un campo de imágenes experimentables, tanto como para volver posible una imagin/ación [1], una actividad proyectiva que se extiende hacia el mundo, que suscita y crea un mundo coherente de objetos, de experiencias, de relaciones.
Consideramos la imagen como dispositivo narrativo, como un estrato de la conciencia que modifica la modalidad de proyección del cuerpo en el espacio, y modifica el significado que atribuimos a la experiencia. Cada conciencia es conciencia de algo, dice Husserl. Esto significa que la conciencia es intencionalidad, proyección de espacio, continuidad temporal dentro de la cual se vuelve posible el movimiento.
Movimiento en el tiempo. Tiempo en la conciencia. Conciencia de algo.
Mientras la representación re-presenta la cosa a la conciencia, como si la cosa preexistiese inmodificable, la imagen en movimiento de la cual habla Deleuze provoca efectos en la conciencia, y predispone la conciencia a producir efectos en el mundo. Lo que nos interesa es el carácter dinámico de la imagen, la acción que la imagen provoca sobre el cuerpo, sobre el mundo en el cual los cuerpos se encuentran y se desean, y se modifican recíprocamente.
La mutación tecnocomunicativa produce disturbios en la relación entre cuerpos, porque produce un disturbio en la elaboración de las imágenes, y patologías en la elaboración interior del mundo, y en la proyección relacional. La principal tarea política de la era videoelectrónica es el elaborar estrategias videopoéticas, proyecciones narrativas, mitopoéticas, dispositivos de construcción de la realidad.
Crucifijo eléctrico
Estaba en Barcelona, la mañana del 30 de Abril, y se me presentó la ocasión de ir al quiosco de diarios en compañía de Dee Dee Halleck, fundadora de Paper Tiger TV de New York. Compramos diversos diarios, españoles, italianos, estadounidenses. En la primera página de todos los diarios sobresalía la primera de las tantas fotos del horror que en días sucesivos han inundado el mediascape global. En aquella primera foto se veía una imagen surreal, absolutamente improbable, y sin embargo perfectamente clara: un detenido iraquí crucificado por cables eléctricos con una capucha negra y una túnica negra. Conteniendo el horror que la invadía, Dee Dee me ha dicho: “Con esta foto Bush ha perdido su guerra”.
No sé si tuvo razón, pero ciertamente desde aquel momento la percepción mundial ha cambiado, algo profundísimo se ha roto en la mente occidental. La narración dominante ha escapado definitivamente de las manos del sistema mediático y militar norteamericano.
En el curso del mes de Mayo de 2004 ha quedado claro que el proceso de transformación política y cultural del mundo tiene cada vez más como centro la producción, emisión y circulación de imágenes, la Infosfera. Imágenes que producen narraciones, que cambian la conciencia de millones de personas, e influencian la economía, la demanda, las inversiones, no menos que la política, los cambios electorales, las explosiones de violencia, la formación de alianzas.
El concepto de opinión pública no me parece adecuado para explicar lo que acontece. No se trata propiamente de opinión (doxa: discriminación crítica entre proposiciones racionales, disenso y consenso lógicamente motivado), sino más bien de imaginario. El imaginario es el espacio dinámico en el cual las imágenes innumerables que alcanzan a la conciencia colectiva se disponen en formaciones narrativas. A través de la estratificación de imágenes sobre la película mutable de la memoria colectiva se construyen dispositivos de proyección de la realidad, dispositivos psíquicos que modelan la atención a los sucesos, filtran las informaciones entrantes, modulan las reacciones psíquicas, y en conclusión influencian el posicionamiento y la elección de los individuos.
El Mediascape en la crisis del espectáculo publicitario
En la segunda parte del siglo XX la publicidad (adversiting) ha constituido el proceso general de modulación del imaginario, y ha sostenido, motivado y dirigido la mayor parte de las producciones mediáticas. La televisión ha sido un instrumento de la publicidad, que en efecto de ella ha sostenido por entero sus enormes costos de producción. La función de la publicidad es el expandir y fluidificar el mercado para los productos de la industria, pero para hacer esto el discurso publicitario ha construido una narración del mundo, centrada en el consumismo y la seguridad. La middle class norteamericana, según Oliver Zunz, ha sido formada por la difusión de un frame narrativo que dice más o menos así: “la vida de ustedes está enmarcada dentro del aburrimiento interminable del trabajo, pero en compensación el capitalismo les garantiza que en los momentos libres podrán consumir los últimos artefactos producidos por el ingenio humano, y tener una vida relativamente segura”.
Este discurso ha entrado en crisis al inicio del milenio. Después de la crisis precipitada de la new economy, que ha truncado la ilusión de un capitalismo de masas destinado a un eterno boom y a una expansión ilimitada de la base social, ha llegado el shock 911. El espectáculo global no es más aquel de la seguridad y del consumo, sino el del terror ilimitado. La televisión ha siempre mostrado catástrofes, destrucciones, violencia. Pero en el frame narrativo de la película, de la serie, del informativo que habla de sucesos lejanos, el espectáculo del horror tenía un efecto tranquilizador. “Lo que acontece en la película no puede pasarme a mí”, pensaba la middle class planetaria. Repentinamente, el 11 de Septiembre del 2001 la pantalla ha hecho una broma imprevista, de la cual la psiquis global está destinada a no olvidarse más. La pantalla ha mostrado una fiction en dos partes.
Primero una torre que está humeando, a causa de un incidente del cual no comprendemos el significado. Después, veinte minutos después (justo el tiempo necesario para que las estaciones televisivas de todo el mundo pudieran sintonizarse) el reconocimiento, la explicación, el escándalo (la revelación): un avión entra en la segunda torre, destruyéndola. En aquel momento ha entrado en crisis la ontología televisiva que por cincuenta años había modelado la auto-percepción de la humanidad. ¿Lo que estamos viendo es fiction o es información? se preguntan millones de personas en el mundo en aquellos minutos. Cuando han entendido que no se trataba de fiction en el sentido corriente de la palabra, sino de información, millones de personas han concluido de allí que había saltado el pacto sobre el cual se había fundado medio siglo de publicidad.
Desde aquel momento el Mediascape ha iniciado su divorcio de la publicidad, y ha iniciado su matrimonio con el Terror. El frame narrativo en el cual se insertan ahora las imágenes mediáticas no es más aquel que ha prometido por cincuenta años seguridad y consumo a la middle class planetaria, porque ahora promete cotidianamente una nueva dosis de horror. La televisión mostraba horrores también antes del 11 de septiembre, pero eran horrores distantes. El hecho mismo de que la televisión los mostrase decía que éramos sólo espectadores. El 11 de Septiembre nos ha revelado que no es más así. El espectador entra en el espectáculo.
La psicosfera asimétrica
En Mayo de 2004 hemos comenzado a entender algo más a propósito de la guerra de las imágenes que se desarrolla en la psicosfera global. Lo que ocurre en la psicosfera no es linealmente determinable: la percepción de un mensaje no depende únicamente del explícito contenido de la comunicación, de la cantidad de bombardeo mediático, de la repetición del mensaje. Depende además de factores difíciles de determinar de modo consciente, aleatorias aberraciones de la decodificación.
La superioridad cuantitativa que los EE.UU. disponen en el plano militar y económico no se traduce linealmente en un predominio del mensaje norteamericano, porque sobre la recepción del mensaje intervienen filtros que no son determinables de manera simétrica. La guerra remueve territorios que no son físicos, provoca terremotos y conflictos en zonas de la mente que no son tan sólo las conscientes. El sistema nervioso occidental está sobrexpuesto a un estrés cuyos efectos son difíciles de prever. Los bravos muchachos norteamericanos enviados a combatir una guerra en nombre del bien se vuelven locos, sus gestos revelan abismos de miseria psíquica. El Occidente se mira al espejo en aquellos abismos, y el vértigo podría ser fatal. La Mente occidental está a punto de colapsar.
¿Pero cuáles serán los efectos del colapso? ¿Qué direcciones tomarán los comportamientos colectivos, qué nuevas culturas germinarán, qué iluminaciones se volverán posibles, pero también qué fanatismos se formarán?
Las relaciones de fuerza internas al Mediascape (la potencia de las megacorporaciones, de los aparatos estatales, la ocupación del tiempo mental de parte del flujo informativo) influencian de manera directa la Infosfera, pero la Infosfera actúa sobre la mente colectiva (sobre los comportamientos, sobre las elecciones de la sociedad) de manera indirecta, asimétrica, impredecible, porque el filtro entre Infosfera y mente humana es la psicosfera. La psicosfera deforma, fragmenta, recompone asimétricamente el polvillo imaginario que proviene de la Infosfera.
Capuchas negras en la ciudad
Vuelto a Bologna después de la manifestación del primero de Mayo en Barcelona, me he comprometido en la organización de una performance que he realizado en diversas plazas bolognesas con una quincena de mis amigos de la telestreet OrfeoTV. El sound de la performance era una voz infantil y dulcísima que repetía una cancioncita:
“Viva la guerra viva la tortura
viva la nostra amata dittatura
viva il massacro di donne e di bambini
viva il governo Berlusconi Fini.” [2]
La cancioncita era mezclada con el himno norteamericano por Jimi Hendrix. Con este fondo sonoro algunos muchachos vestidos con colores militares aferraban chicos y chicas que caminaban en la plaza, les ponían sobre la cabeza un saquito negro, para después acumular sobre el adoquinado los cuerpos de los encapuchados.
En los mismos días performances del mismo género se han desarrollado en Londres, en EE.UU., delante de la casa de Rumsfeld. En Roma un grupo de jóvenes ha puesto en escena esta acción, y ha sido dispersado violentamente por la policía. ¿Por qué habíamos cumplido todos la misma performance, sin necesidad de coordinarnos? Porque hemos precisado poner en escena el horror, para comunicarlo primero de todo a nosotros mismos, y después para lanzarlo en la cara a los habitantes de las ciudades occidentales. Podríamos dar certeza de que la capucha negra pasará a ser parte de la coreografía de las demostraciones antimilitaristas de los próximos tiempos. ¿Pero qué cosa quiere suscitar esta exhibición? ¿Y qué efectos pone en marcha en el inconsciente colectivo?
¿Qué efectos puede producir sobre la mente occidental la campaña de culpabilización que se ha puesto en marcha inevitablemente después de la publicación de las fotos del horror norteamericano?
La imagen dispositivo
Debemos aprender a calibrar el efecto imaginario de cada acción, de cada imagen que la acción produce (las acciones tienen sobre todo una valencia visual, y son valoradas en base al efecto que son capaces de producir a nivel mediático y sobre todo a nivel imaginario). Debemos darnos cuenta del hecho de que las imágenes son hoy el dispositivo político fundamental.
Con la palabra dispositivo nos referimos a un mecanismo semiótico capaz de modelar series de acontecimientos, de comportamientos, de modos de ser, y sobre todo capaz de modelar narraciones, esquemas narrativos, proyecciones narrativas dentro de las cuales se vuelvan posibles comportamientos sociales antes impensados, y por ello imposibles.
¿Qué efecto produce el dispositivo culpabilizante de la capucha negra? No hay una respuesta unívoca, pero pienso que un efecto posible (y peligroso) pueda ser aquel que llamaré efecto KKK.
El Ku Klux Klan nació en los estados sudistas en 1862, después del fin de la guerra civil norteamericana, y la derrota de los esclavistas. Expuestos por largo tiempo a la culpabilización, sectores de la población blanca de aquellas zonas asumieron provocatoriamente la imagen que los culpabilizaba.
“¿Estamos acusados de ser racistas? Bien, nos pondremos en la cabeza capuchas blancas e iremos de paseo a linchar negros, a violar mujeres, a quemar, ahorcar, masacrar seres humanos. Los agarraremos en sus casas, los aislaremos en medio de la calle, los perseguiremos, los golpearemos hasta dejarlos sin vida, luego encenderemos grandes antorchas para celebrar nuestra cobardía”.
Nacía así el partido del orgullo blanco que en varias ocasiones se ha despertado en la historia norteamericana, como manifestación agresiva del sentido de culpa. Es preciso recordar que la fase más intensa y definitiva del genocidio al cual fue sometido el pueblo de los pieles roja es precisamente al fin de la guerra de secesión, y que en ese genocidio el pueblo norteamericano reencontró la unidad que había perdido en los años de la secesión, y consolidó el equilibrio inhumano sobre el cual se funda su identidad.
La culpabilización a la cual el pueblo norteamericano fue sometido cuando la guerra de Bush se ha revelado como la locura criminal que es, puede surtir un efecto peligroso que llamaré efecto KKK. Sólo en noviembre sabremos si ha sacado ventaja la razonabilidad democrática de la multicultura norteamericana, o si ha prevalecido el cinismo, la afirmación rabiosa de la fuerza sin moral, la compensación homicida del desprecio de sí.
La performance de las capuchas negras se puede relacionar con la idea artaudiana del teatro de la crueldad: la puesta en escena y ritualización de la violencia puede ayudar a visualizar el contenido inconsciente y de este modo poner en marcha una solución positiva. Pero el decurso de la terapia no es lineal, puede dar inicio a salidas perversas. Es necesario desarrollar una conciencia científica de los procesos de evolución psico-social, y por consiguiente perfeccionar de modo responsable la actividad comunicativa. Es necesario razonar sobre la imagen como dispositivo interpretativo y narrativo, capaz de predisponer series de gestos, acontecimientos, dobles vínculos, sacudidas.
En el curso de este mes de mayo la cosmovisión del horror ha presentado otro espectáculo, el de la decapitación de Nicholas Berg. La versión oficial de dicho acontecimiento no corresponde probablemente a la verdad. ¿Quién era verdaderamente el joven Nick Berg, que cosa había ido a hacer en Iraq, qué relación tenía con el terrorismo islámico, por qué ha sido arrestado y luego puesto en libertad por el FBI, ha sido verdaderamente puesto en libertad por el FBI? ¿Ha sido verdaderamente capturado y asesinado por terroristas árabes? ¿Ha muerto en manos de agentes americanos que han luego puesto en escena una decapitación poco verosímil, una decapitación sin salpicaduras de sangre? ¿El misterio inquietante de la decapitación ha funcionado en el psiquismo occidental como reequilibrador del sentido de culpa provocado por la visión de las torturas de Abu Ghraib, o más bien ha reforzado la percepción de un peligro intolerable para la conciencia occidental? No tenemos para todas estas preguntas una respuesta, y no está dicho que la tendremos alguna vez.
Por una ciencia de la interferencia
De lo que se ocupa el mediactivismo no es tanto al contrainformación, como la interferencia. No sirve demasiado denunciar los maleficios del poder, si no se está en condiciones de erosionar la base psíquica e intelectual sobre la cual el poder basa su dominio. El poder no controla de manera lineal los efectos de sus acciones, él no es control lineal sino detonante de cadenas asignificantes que pueden producir efectos de tipo contradictorio. El mediactivismo actúa en este espacio de indeterminación produciendo interferencias en el ciclo de la producción imaginaria.
Interferencia en la circulación de las señales que el poder induce en la Infosfera a través de los medios. Pero la interferencia puede tener caracteres muy diversos, desde el simple sabotaje de las repetidoras de una estación televisiva, a la emisión de señales que se inserten en el ciclo infosférico de modo tal de modificar las condiciones de recepción. Piensen en la Gioconda de Leonardo, y ahora imaginen hacerle el bigote. Como ven, la imagen cambia el significado, asume otra tonalidad emotiva, suscita en nosotros reacciones interpretativas imprevisibles. Perturbar el contexto insfosférico en el cual actúan las señales emitidas por el poder puede modificar de manera imprevisible la recepción de dichas señales, puede modificar el plano narrativo creado por el poder de manera decisiva. Cualquiera sea la potencia de emisión de la cual el poder dispone, la subversión comunicativa puede desviar el efecto del mensaje aún con dispositivos microscópicos, con pequeñas señales divergentes, pequeñas interferencias marginales. Pero es necesario preguntarse con claridad científica: ¿qué cosa queremos provocar con la interferencia? ¿Qué efectos queremos producir en la mente colectiva?
Publicidad, pornografía, tortura
En la mente global durante este último mes de perpetua exposición a la visión del horror se ha puesto en movimiento un proceso de tipo catastrófico. El estatuto de la imagen (tranquilizante exteriorización de una corporeidad cada vez más removida) ha cambiado dolorosamente. Después de las fotos y las filmaciones que se han juntado de las prisiones iraquíes, la imagen pone en cuestión el cuerpo, y la corporeidad es reducida al espacio de la violencia. La percepción publicitaria ha sido derribada, en el mes de mayo de 2004. La desnudez humana, que la publicidad ha siempre utilizado como agradable y tranquilizante promesa de felicidad, ahora se expone como signo de humillación, de burla, de degradación, de escarnio, de anulación. La foto de la señorita rubia que se inclina sonriente sobre el cadáver de un torturado tendido en su ataúd ahogado en el hielo, el gesto de la mano enguantada en plástico verde, que levanta el pulgar para decir: “OK, I have enjoied it” es una foto terrorífica, porque consigue cortocircuitar la publicidad, es parodia de la publicidad, horror puro y foto recuerdo de familia. Todo lo que la publicidad había presentado como imagen de la limpieza norteamericana ahora aparece como la prueba de la vergüenza, de la barbarie, de la crueldad. ¿Qué cosa provoca en la mente puritana de los cristianos evangélicos que sostienen la guerra de Bush en nombre de sus valores religiosos la visión del cuerpo del joven árabe desnudado con la violencia, expuesto a la reproducción fotográfica, teletransmitido vía satélite a las miradas divertidas de los amigos del bar, de la tía, de la abuela que toman el teléfono en el lejano Tennessee, y la visión de la sonriente señorita England que indica con los dedos de la mano los genitales desnudos de un joven iraquí?
Las fotografías de tortura son entrelazadas con las imágenes pornográficas de soldados norteamericanos que tienen sexo entre sí. En efecto, la mayor parte de las fotografías de tortura tienen tema sexual. La imagen de la joven mujer que arrastra un hombre desnudo con un cinturón de piel es un clásico del imaginario porno de la dominadora, que tiene un vasto repertorio en Internet.
¿Por qué los soldados norteamericanos se fotografían mientras torturan a los prisioneros? Las respuestas a esta pregunta son múltiples, e implican varios aspectos del horror norteamericano en la era Bush. El hecho que los soldados se fotografíen revela diferentes cosas: revela que ellos saben que tienen la complicidad de toda la jerarquía militar y política, hasta el Presidente Bush. En segundo lugar, los soldados se fotografían porque nada es verdaderamente visto, verdaderamente gozado, si no es registrado electrónicamente.
La videocomunicación instantánea hace parte del fun, y nada es verdaderamente funny si no es registrado. Finalmente tenemos la medida de la creciente familiaridad de la vida americana con la brutalidad. Susan Sontag se ha preguntado: ¿cuánto deberemos esperar hasta que salga un videojuego “Interrogating the Terrorists”?
El 20 de Mayo de 2004, el jefe del Pentágono Donald Rumsfeld, este Goebbels de la era digital ha decidido prohibir los videoteléfonos en las cárceles iraquíes. De este modo sus soldados dejarán de comportarse como turistas que pasean con videocámaras y videoteléfonos creando problemas a la autoridad. Se limitarán a torturar en silencio y a escondidas con han siempre hecho los negreros.
La desnudez
La visibilidad del cuerpo desnudo es inquietante tanto para la cultura machista islámica como para la cultura pornográfico-puritana. En el mundo obsesionado por la mercancía, por el poder y por la pertenencia, la dignidad está en la exhibición de la divisa militar, del vestido o del velo que confieren identidad. El cuerpo desnudo es la admisión de una debilidad, es sobreentendido sólo como la imagen de una derrota, de una humillación. La belleza del cuerpo desnudo ha sido cancelada y olvidada por la mercantilización, por la competición y por la publicidad, y así ha sido culpabilizada por el fanatismo, y sepultada por la agresividad militar.
Una reciente indagación publicada por el sitio www.medicina.clic nos informa del hecho que
“Casi dos italianos sobre tres, entre los 22 y los 46 años, recurren a la píldora para la impotencia antes de la relación sexual sin necesitarla verdaderamente. Pero lo que más impresiona es que 105 sobre 801 (13,4%) son jóvenes entre los 21 y los 26 años y el 32,1% (258 sujetos) tiene entre 33 y 38 años. Más de la mitad del total encuestado (51%) confiesa cándidamente que hace su uso cuando va a la discoteca. Además es más bien temido el primer encuentro: más de un participante encuestado sobre tres (34%) confía buscar seguridad en el auxilio de la píldora. El 40% dice tenerlo por falta de no tener la erección, el 33 por temor de tener una fea figura y el 27 porque teme no satisfacer a su pareja”.
La inseguridad, el miedo, la competición, y la mediatización de la relación comunicativa transforman el cuerpo en una máquina incómoda, y lo predisponen a ser dispositivo de agresión, de guerra, de violencia, de humillación.
Quizás la próxima acción comunicativa que deberemos ser capaces de construir en las calles de todo el mundo consiste en la exhibición sistemática del cuerpo desnudo. Millones de personas deberían desvestirse de frente a esta guerra, mostrarse en largos cortejos de desnudos, desvestirse en las ceremonias públicas, desvestirse en las manifestaciones políticas, desvestirse por miles contemporáneamente.
Cuando el presidente Bush venga a Roma el 4 de Junio de 2004 no se sabe qué sucederá. Quizás el movimiento pacifista no tendrá la fuerza de expulsar al mar al Hitler de nuestro tiempo, quizás tendremos inútiles escaramuzas con la policía, alguno terminará golpeado, alguno arrestado. Quizás al contrario seremos un río tan vasto de pueblo que las ciudades italianas se pararán, y el horrendo idiota que gobierna la Casa Blanca acompañado por el cómplice clown que lo ha invitado y lo hospedará en las salas de las instituciones romanas, se encontrarán rodeados y avergonzados e imposibilitados de salir de los edificios blindados, y se desplazarán entre nubes nerviosas de hombres armados. Ciertamente, muchos miles de personas llegarán a Roma con la capucha negra. Se lo pondrán en la cabeza para señalar al mundo que ya es evidente qué cosa quiere decir la política de los tiranos de Washington y de Roma: enceguecimiento violento del género humano, imposición de un camino ciego hacia la común derrota.
Pero yo creo que sería útil sobre el plano imaginario otro gesto, otra puesta en escena. Centenares de miles de personas que se desnuden públicamente, en conjunto, en Plaza Venecia, delante del Altar de la Patria, muchedumbres de hombres y mujeres que ofrezcan su cuerpo desnudo no como testimonio de una humillación, sino como afirmación de la belleza del cuerpo humano en todas sus formas. La belleza del estar indefensos entre personas no agresivas, la belleza de la debilidad que se reconoce en la debilidad del otro, la belleza de la igualdad y de la libertad.
Millones de cuerpos desnudos serían la acción más liberadora, desdeñosa y feliz al mismo tiempo. Serían el anuncio de un imaginario posible que esquiva a la guerra y a la violencia y a la vejación, al espíritu de venganza y al resentimiento, que abre un mundo posible en el cual el contacto es más importante que la propiedad, el goce del tiempo experimentado más importante que el consumo de tiempo coagulado en forma de mercancía, en el cual la gran compasión demuestra su superioridad frente a la torpeza tiránica de la potencia militar.
[1] immagin/azione en el original italiano, lo cual pone a jugar el sentido de “acción” (azione en italiano) que en castellano queda desdibujado (N. del T.).
[2] Viva la guerra viva la tortura/viva nuestra amada dictadura/viva la masacre de mujeres y niños/viva el gobierno Berlusconi Fini. (N. del T.)