Negri, Toni - Interpretación de la Situación de Clase Hoy: aspectos metodológicos
Nota introductoria a las tesis 1 a 3
Estas tres primeras tesis recogen las conclusiones de mis trabajos previos sobre la teoría del valor. En inglés, véase Revolution retrieved (Londres, 1988) y Marx beyond Marx (South Hadley, Mass., 1984). En italiano, véase La forma Stato (Milán, 1977) y Macchina tempo (Milán, 1982.)[1] Estas tres primeras tesis tienen importancia metodológica. Aquellos que no estén familiarizados con mis trabajos previos citados más arriba pueden entonces encontrarlas difíciles. En ese caso, podría recomendar leer el texto comenzando por la tesis cuatro y retornar a estas tres primeras tesis al final. En los trabajos arriba citados procuré juntar continuamente dos temáticas tradicionales -(1) la cuestión de la validez de la ley del valor y (2) el desarrollo de la transición entre socialismo y comunismo- en contacto con la nueva fase de la historia política: (3) la subsunción de la sociedad entera en el proceso de acumulación capitalista y por consiguiente (4) el fin de la centralidad de la clase obrera industrial como el sitio de la emergencia de la subjetividad revolucionaria. En estas tres primeras tesis quiero afirmar el principio de que el fin contemporáneo de la función económica de la ley del valor, en la medida en que está ligada a una organización del trabajo y a una acumulación previas y superadas, no disminuye la centralidad de las contradicciones ligadas al trabajo social. La nueva subjetividad política subversiva, entonces, debe ser identificada en este nuevo terreno.
TESIS 1: Por constitución entiendo el mecanismo socio-político determinado por la ley del valor.
La forma del valor es la representación material de la organización del trabajo colectivo en una sociedad determinada. Cuando decimos “representación” queremos decir que la forma del valor es un producto conceptual. Pero cuando decimos representación “material” queremos decir algo diferente, a saber, que la forma-valor, además de ser una representación de la constitución social, también corresponde a la constitución social; o, más precisamente, está inscripta en la estructura de la cooperación productiva y del sistema de distribución y reproducción del valor producido en una determinada sociedad. El “modo de producción”, o el sistema de producción de una sociedad, reside, por así decirlo, en la “base” de la forma del valor; la última, en cambio, constituye la mediación socialmente efectiva y representativa del proceso de trabajo, de las normas de consumo, de los modelos de regulación -reside, para resumir, “por encima” del modo de producción. El modo de producción es la forma del valor sin la representación de la constitución social. La forma del valor es en cambio el material trascendental de una sociedad determinada -tiene, entonces, una intensidad ontológica más alta que el simple modo de producción.
La forma del valor es definida por la crítica del trabajo. La crítica del trabajo comprende dos elementos: primero, el análisis del trabajo; segundo, la propia crítica. Ahora bien, el análisis del trabajo no es simplemente un análisis de la economía política ni simplemente un análisis de la ideología, la ley y el estado; es un análisis de todo esto reunido bajo la categoría de lo político. El análisis del trabajo es por consiguiente un análisis de la política, o más precisamente de la constitución, de una sociedad determinada. Pero la constitución es el mecanismo del trabajo de una multitud de sujetos y, por consiguiente, el producto del funcionamiento determinado de la ley del valor-trabajo. Aquí, en consecuencia, el análisis del trabajo deviene la crítica del trabajo. Y donde el análisis del trabajo muestra que el desarrollo del trabajo social produce o bien un proceso de acumulación de valor o bien un complejo de normas de distribución, la crítica del trabajo rompe esta síntesis, desequilibra esta constitución y marca la singularidad y el dinamismo de los antagonismos comprendidos por la forma del valor.
Las reglas de solución de los antagonismos establecidas por una constitución son históricamente modificables. La forma del valor es siempre el resultado de una relación que cambia de acuerdo con los movimientos históricos de una sociedad. Pero dado que los cambios históricos están determinados por el desarrollo y el nivel de solución de los antagonismos, podemos decir que la forma del valor es una función de los antagonismos y un producto de su solución. La forma del valor, como el material trascendental de la constitución de una multitud, está sometida a las alternativas que determinan los antagonismos sociales: puede por consiguiente tender alternativamente a identificarse a sí misma con el “modo de producción” o, por el contrario, a ser críticamente vivida a través de la práctica revolucionaria.
En el volumen 1, parte 1, de El capital de Marx, la forma del valor nos es presentada como (1) una forma de equivalencia, y por consiguiente como la forma de una relación, (2) una relación cuyas partes constituyentes son históricamente determinadas, y entonces (3) como la dinámica de una relación de intercambio; la que (4) se mueve hacia un máximo de abstracción y (5) en este movimiento expone un misterio (valor como equivalencia) que (6) encubre el carácter antagónico de la relación, de su forma, del correspondiente modo de producción. Esta primera serie de definiciones marxianas de la forma del valor es sincrónica, pero en ella ya comienza a abrirse un corte diacrónico: en los puntos 2 y 4, por ejemplo, en tanto resulta claro que la determinación histórica del antagonismo y la definición de su dinamismo demanda una identificación ontológica, un fundamento subjetivo, la materialización de la tendencia. Es perfectamente lógico, entonces, que en la tercera y cuarta partes del volumen 1 de El capital, Marx adopte exclusivamente el discurso diacrónico: el análisis de la forma del valor deviene aquí discurso histórico-político, donde modificación histórica integra la definición teórica y la materialidad del tejido ontológico fija la posibilidad de la praxis.
El límite de la consideración de Marx consiste en el hecho de reducir la forma del valor a una medida objetiva. Esto lo fuerza, contra sus propias premisas críticas y contra la riqueza de su propio análisis, a considerar el desarrollo histórico del capital según las tendencias lineales de la acumulación y, en consecuencia, le impide mostrar exitosamente los movimientos de la lucha de clases a la luz de la catástrofe y la innovación. El materialismo histórico, aún en textos proféticos tales como los Grundrisse, corre el riesgo de constituir una historia natural de la progresiva subsunción del trabajo bajo el capital y de ilustrar la forma del valor en el progresivo, aunque utópico, proceso determinístico de perfeccionar sus mecanismos.
TESIS 2: Aunque la ley del valor está en crisis, el trabajo es la base de toda constitución.
Cuando decimos que hay una crisis de la ley del valor, queremos decir que hoy el valor no puede ser reducido a una medida objetiva. Pero la inconmensurabilidad del valor no elimina al trabajo como su base. Este hecho resulta claro cuando es visto desde una perspectiva histórica.
Cuando Marx habla de un “modo de producción” desenvuelve una historia del mundo que ve el pasaje desde una cultura asiática a un modo de producción medieval y desde allí a un modo de producción burgués y capitalista. En esta última etapa Marx define las diferentes fases de la historia del proceso de trabajo, desde la cooperación simple a la manufactura y de allí a la gran industria. Parece importante aquí asumir esta segunda serie como una definición apropiada del “modo de producción”. Hoy, en efecto, el “modo de producción” representado por la gran industria y su desarrollo envuelve y funcionaliza para sus propios intereses, no sólo el modo de producción capitalista burgués, sino también el modo de producción capitalista socialista y todo residuo de los otros. Cuando el proceso de producción capitalista alcanzó tan alto nivel de desarrollo como para abarcar hasta la fracción más pequeña de producción social, uno puede hablar, en términos marxianos, de una “subsunción real” de la sociedad al capital. El “modo de producción” contemporáneo es esta “subsunción”.
¿Cuál es la “forma del valor” del “modo de producción” llamado “subsunción real”? Es una forma en que hay una traductibilidad inmediata entre las fuerzas sociales de producción y las relaciones de producción mismas. En otras palabras, el modo de producción devino tan flexible que puede efectivamente ser confundido con los movimientos de las fuerzas productivas, esto es, con los movimientos de todos los sujetos que participan en la producción. La totalidad de estas relaciones es lo que constituye la forma del valor de la subsunción real. Podemos desarrollar este concepto afirmando que la forma del valor es la “comunicación” misma que se desarrolla entre las fuerzas productivas.
Si la “comunicación” constituye el tejido de la producción y la sustancia de la forma del valor, si el capital devino por consiguiente tan permeable que puede filtrar toda relación a través de la densidad material de la producción, si el proceso de trabajo se extiende igualmente tanto como se extiende lo social, ¿cuáles son entonces las consecuencias que podemos delinear con respecto a la ley del valor?
La primera y fundamental consecuencia es que no hay posibilidad de basar una teoría de la medida sobre algo extraño a la universalidad del intercambio. La segunda consecuencia es que ya no tiene sentido una teoría de la medida con respecto a la cualidad inmensurable de la acumulación social. En tercer lugar, incluso el espacio para el desenvolvimiento de las relaciones laborales, los rumbos productivos de la sociedad, las interacciones entre sujetos que trabajan, son también -por definición- inmensurables.
Pero la inmensurabilidad de las figuras del valor no niega el hecho de que el trabajo está en la base de toda constitución de la sociedad. De hecho, no es posible imaginar (menos aún describir) la producción, la riqueza y la civilización si no pueden ser deducidas de una acumulación de trabajo. Que esta acumulación no tenga medida, ni (quizás) racionalidad, no niega el hecho de que su contenido, su fundamento y su funcionamiento sea el trabajo. Las fuerzas intelectuales y científicas que gradualmente devinieron centrales en la producción son sin embargo poderes del trabajo. La creciente inmaterialidad no elimina la función creativa del trabajo, sino que más bien la exalta en su abstracción y en su productividad. La sustancia del valor es más importante que las formas que esta puede asumir y está planteada más allá de la división misma (que está siendo ahora eclipsada) entre trabajo manual y trabajo intelectual. Lo abstracto es más verdadero que lo concreto. Por otro lado, sólo la creatividad del trabajo (trabajo vivo en el poder de su expresión) es co-extensiva con la dimensión del valor.
TESIS 3: La explotación es la producción del tiempo de la dominación contra el tiempo de la liberación.
Si la ley del valor consistiera simplemente en la definición de la medida del trabajo, entonces su crisis podría implicar la crisis de la constitución capitalista de la sociedad. Pero puesto que la ley del valor no puede ser reducida a la definición de la medida, y puesto que todavía afirma, aún en su crisis, la función valorizadora del trabajo, y entonces la necesidad del capital de explotarlo, debemos por consiguiente definir en qué consiste esta explotación.
El concepto de explotación no puede volverse transparente si es definido en relación con la cantidad de trabajo extorsionado: de hecho, a falta de una teoría de la medida, ya no es posible definir estas cantidades. Además, es difícil volver transparente el concepto de explotación si insistimos en separar, dividir, buscar trascendencias o puntos sólidos al interior de la circulación de la producción social, de la comunicación como el modo de producción penetrante.
El concepto de explotación puede ser definido sólo si es contrapuesto a los procesos de subsunción en su totalidad. Desde este punto de vista, el concepto y la realidad de la explotación pueden ser reconocidos en el nexo que liga la constitución política y la constitución social. Es de hecho la constitución política la que sobredetermina la organización del trabajo social, imponiendo su reproducción de acuerdo con líneas de desigualdad y jerarquía. La explotación es la producción de las líneas políticas de la sobredeterminación de la producción social. Esto no equivale a decir que el aspecto económico de la explotación puede ser negado: por el contrario, la explotación es precisamente la confiscación, la centralización y la expropiación de la forma y del producto de la cooperación social y, por consiguiente, es una determinación económica de una manera significativa -pero su forma es política.
En otras palabras, el concepto de explotación puede volverse transparente cuando se considera que en la sociedad capitalista madura (sea burguesa o socialista) es determinada una extorsión política del producto y la forma de la cooperación social. La explotación es producida políticamente como una función del poder capitalista del que desciende una jerarquía social, esto es, un sistema de matrices y límites adecuado a la reproducción del sistema. La política es presentada como una mistificación del proceso social y, por consiguiente, como un mecanismo que sirve a veces para el uso, a veces para la neutralización y a veces para el bloqueo de los procesos de socialización de la producción y del trabajo. En el período de la “subsunción real”, lo político tiende a absorber completamente a lo económico y a definirlo como separado sólo en la medida en que fija sus reglas de dominación. Por ende, la separación de lo económico, y principalmente de la explotación, es una mistificación de lo político, esto es, de quién tiene poder.[2] *
La ley del valor considera al trabajo como el tiempo en el que la energía creativa humana es desplegada. En la constitución política del capitalismo avanzado, la función fundamental del poder es privar al proceso social de cooperación productiva del comando sobre su propio funcionamiento -encerrar el poder productivo social en las cuadrículas del sistema de poder. El tiempo del poder es, por consiguiente, la explotación del tiempo social, en el sentido en que una máquina es predispuesta a vaciar el significado de sus fines liberadores. La explotación es por consiguiente la producción de una armada de instrumentos para el control del tiempo de la cooperación social. El tiempo de trabajo de la cooperación social completa, total, es aquí sometido a la ley del mantenimiento de la dominación. El tiempo de la liberación, que es el verdadero tiempo de la más alta productividad, es por consiguiente cancelado en el tiempo de la dominación.
Nota introductoria a las tesis 4 a 10
En estas tesis considero al posfordismo como la principal condición de la nueva organización social del trabajo y el nuevo modelo de acumulación, y al posmodernismo como la ideología capitalista adecuada a este nuevo modo de producción. Llamo a estas dos condiciones en conjunto la subsunción real de la sociedad al capital. En estas tesis mi tarea es definir las contradicciones económico-políticas del posfordismo y desmitificar el posmodernismo. En The politics of subversion (Cambridge, 1989) intenté proporcionar un relato completo de este desarrollo.[3]
TESIS 4: La periodización del desarrollo capitalista muestra que estamos en el comienzo de una nueva época
Aquí estamos interesados en ese período de la revolución industrial que, desde los años de alrededor de 1848, Marx describe como el período de la “gran industria”. Marx también estudia el período precedente de la “manufactura” -cuyos orígenes están basados en la época de la “acumulación primitiva” y la construcción del estado moderno- pero su interés se centra especialmente en el último período. El arco del desarrollo de la “gran industria”, descripto por Marx en sus orígenes en los países capitalistas centrales, se extiende mucho más allá del horizonte de su experiencia científica -se extiende, de hecho, por más de un siglo, hasta cerca de la revolución de 1968.
Podemos describir sumariamente aquí este gran período de la revolución industrial enfatizando principalmente el hecho de que se divide en dos fases y que esta división se sitúa alrededor de la I Guerra Mundial, 1914-1918.
La primera fase de la “gran industria” se extiende, entonces, desde 1848 a 1914. Puede ser caracterizada de la siguiente manera. (1) Desde el punto de vista del proceso de trabajo: el obrero es por primera vez enfrentado con el comando de la maquinaria y deviene un apéndice de la maquinaria misma. La fuerza de trabajo, aquí adherida al ciclo productivo, es calificada (este es el período del “obrero profesional”), con un claro conocimiento de los ciclos de trabajo. Con respecto al período previo, de la “manufactura”, la composición técnica de la clase obrera está ahora profundamente cambiada porque el artesano es arrojado dentro de la fábrica y la calificación del obrero, formalmente independiente, deviene aquí en cambio la prótesis de la maquinaria, que es siempre mas masificada y compleja. (2) Desde el punto de vista de la norma de consumo: esta primera fase se caracteriza por una afirmación cada vez más grande de la producción en masa regulada sólo por la capacidad del capital de producirla y no conmensurada con una adecuada capacidad salarial, con una demanda efectiva correspondiente -por consiguiente, es regulada por la determinación de una profunda irregularidad del ciclo económico con caídas frecuentes, catastróficas. (3) Desde el punto de vista de los modelos de regulación: el estado se desarrolla hacia niveles siempre más rígidos de integración institucional entre la construcción de capital financiero, la consolidación de monopolios y el desarrollo imperialista. (4) Desde el punto de vista de la composición política del proletariado: esta fase testimonia la formación de partidos obreros, basados en una organización dual (con un componente masivo y un componente de vanguardia, uno sindicalista y uno político) y en un programa de gestión de los trabajadores de la producción industrial y la organización social, conforme un proyecto de emancipación socialista de las masas. Aquí, la composición técnica del obrero profesional encuentra una traducción adecuada en la composición política de la organización socialista. Se asumen como fundamentales los valores del trabajo y la capacidad del trabajo productivo fabril de dominar y dar significado a cualquier otra actividad y estratificación social.
La segunda fase del período de la “gran industria” se extiende desde la I Guerra Mundial hasta la revolución de 1968. Puede ser caracterizado como sigue. (1) Desde el punto de vista de los procesos de trabajo: hay una nueva composición técnica del proletariado, un tipo de fuerza de trabajo vuelta completamente abstracta con respecto a la actividad industrial a la que se dedica y, como tal, la fuerza de trabajo es reorganizada por el taylorismo. Grandes masas de obreros, así “descalificados”, son insertos en procesos de trabajo a la vez extremadamente alienantes y complejos. El “obrero masa” pierde el conocimiento del ciclo. (2) Desde el punto de vista de las normas de consumo: esta es la fase en que el fordismo se constituye, es decir, una concepción del salario como una anticipación de la adquisición de bienes producidos por la industria de masa. (3) Desde el punto de vista de las normas de regulación: poco a poco, alentado por políticas keynesianas (pero también, en general, por la reflexión sobre las crisis cíclicas de la fase precedente), viene a formarse el modelo del estado intervencionista para soportar la actividad productiva a través del mantenimiento del pleno empleo y la garantía de la asistencia social. (4) Desde el punto de vista de la composición política del proletariado: aunque las experiencias de las organizaciones socialistas de los obreros continúan (es principalmente la experiencia soviética la que perpetúa la insolvente hegemonía política de las viejas figuras -¡el “obrero profesional”, ahora transformado en el superhombre stajanovista del soviet!), se configuran nuevas formas de organización, primariamente en EEUU y en los países más avanzados. En estas formas de organización del “obrero masa”, la vanguardia actúa en el nivel de las masas, desarrollando los grandes puntos conceptuales recobrados, tales como el “rechazo del trabajo” y la “igualdad de salarios”, rechazando radicalmente toda forma de delegación y reapropiándose del poder en las formas de masas y de base.
Claramente, estas dos fases fueron unificadas y distinguidas según el nivel de la intensidad continuamente creciente de la dominación del capital industrial sobre la sociedad entera. La división de la primera fase respecto de la segunda de este período está marcada por el pasaje hacia una fase más alta de abstracción del trabajo o, más precisamente, por el pasaje desde la hegemonía del “obrero profesional” al “obrero masa”. Estamos ahora al comienzo de una nueva época. En efecto, la tendencia hacia una abstracción siempre más grande del trabajo desapareció y aparecieron perspectivas nuevas, originales y radicales de desarrollo.
La nueva época comienza en los años inmediatamente siguientes a 1968. Se caracteriza por el hecho de que: (1) los procesos de trabajo son siempre más radicalmente condicionados por la automatización de las fábricas y por la computarización de la sociedad. El trabajo inmediatamente productivo pierde su centralidad en el proceso de producción, mientras que el “obrero social” (el complejo de las funciones de la cooperación laboral llevadas al sistema productivo social) asume una posición hegemónica. (2) Las normas de consumo son una vez más libradas a las elecciones del mercado y, desde este punto de vista, un nuevo tipo de individualismo (basado sobre el presupuesto necesario de la organización social de la producción y la comunicación) tiene los medios para expresarse a sí mismo. (3) Los modelos de regulación son extendidos a lo largo de líneas multinacionales y la regulación pasa a través de las dimensiones monetarias que cubren el mercado mundial en una extensión continuamente más grande. (4) La composición del proletariado es social, como lo es también el territorio donde reside; es completamente abstracto, inmaterial, intelectual, desde el punto de vista de la substancia del trabajo; es móvil y polivalente desde el punto de vista de su forma.
En resumen, ¿qué significa para nosotros que estamos en el comienzo de una nueva época, y no más simplemente en la fase del cumplimiento del proceso de abstracción del trabajo? Esta observación significa que, mientras en el período de la “manufactura” y, más significativamente, en las dos fases del período de la “gran industria”, el desarrollo de la abstracción del trabajo y la formación de los procesos de cooperación social de las fuerzas productivas eran consecuencias del desarrollo de la máquina capitalista industrial y política -ahora, la cooperación es planteada como prior de la máquina capitalista, como una condición independiente de la industria. El tercer período del modo capitalista de producción, después de la “manufactura” y la “gran industria”, después de las fases del “obrero profesional” y del “obrero masa”, se presenta como el período del “obrero social” -quien reivindica la autonomía real de las masas, la capacidad real de auto-valorización colectiva con respecto al capital. ¿Es esta una tercera revolución industrial o el tiempo de la transición al comunismo?
TESIS 5: La teoría del valor de Marx está ligada a los orígenes de la revolución industrial
La definición de la forma del valor que encontramos en El Capital de Karl Marx es completamente interna a lo que llamamos la primera fase de la segunda revolución industrial (el período 1848-1914). Pero la teoría del valor, formulada por Ricardo y desarrollada por Marx, está formada de hecho en el período previo, el de la “manufactura”, esto es, en la primera revolución industrial. Esta es la fuente de grandes deficiencias de la teoría, de sus ambigüedades, de sus agujeros fenomenológicos y de la limitada plasticidad de sus conceptos. Actualmente, los límites históricos de esta teoría son también los límites de su validez -a pesar de los esfuerzos de Marx, a veces extremos, por dar a la teoría del valor el vigor de una tendencia.
Para hacer nuestra discusión más específica, notemos que ya en el curso de la segunda revolución industrial, y en particular cuando encontramos el pasaje del “obrero profesional” al “obrero masa”, las características esenciales de la teoría del valor comienzan a desvanecerse. La distinción entre “trabajo simple” y “trabajo socialmente necesario” pierde toda importancia (excepto la de estimular continuamente argumentos absurdos), mostrando la imposibilidad de definir la genealogía del “trabajo socialmente necesario”; y de manera más importante, las distinciones entre “trabajo productivo” y “trabajo improductivo”, entre “producción” y “circulación”, entre “trabajo simple” y “trabajo complejo” se derrumban todas. Respecto de la primera dupla, ya en la segunda fase de la segunda revolución industrial, pero continuamente más cuando entramos en la tercera revolución industrial, comprobamos una dislocación completa de los conceptos: en efecto, el “trabajo productivo” no es más “lo que directamente produce capital”, sino lo que reproduce a la sociedad -desde este punto de vista, la separación respecto del “trabajo improductivo” está completamente dislocada. Con respecto a la segunda dupla, es necesario reconocer que la “producción” es “subsumida en la circulación”, y vice versa, en una extensión cada vez más grande. El modo de producción encuentra en la circulación su propia forma. Con respecto a la tercera distinción, también en este caso comprobamos una redefinición completa de la relación entre “trabajo simple” y “trabajo complejo” (o trabajo calificado, especializado, teórico o científico). No deviene una relación lineal que puede ser retrotraída a una cantidad sino más bien una interacción entre estratificaciones ontológicas completamente originales.
Finalmente, los criterios de explotación vienen a ser criticados. Su concepto no puede ser retrotraído más a la categoría de cantidad. La explotación, sin embargo, es el signo político de la dominación sobre y contra la valorización humana del mundo histórico/natural, es comando sobre y contra la cooperación productiva social. Ahora bien, aunque esta definición de explotación está ciertamente contenida en la intención de la filosofía de Marx, no está claramente expresada en los limites históricos de su teoría.
TESIS 6: Las leyes constitutivas de la forma del valor son las leyes de su deconstrucción.
El proceso de la transformación de la forma del valor, los pasajes de un período de desarrollo capitalista al siguiente, siguen la dinámica de la relación social capitalista y están determinados por la relación antagónica de explotación. Estos procesos se desarrollan en la forma de una rudimentaria y efectiva dialéctica: mediante la explotación de las fuerzas de trabajo, el capital las emplea en estructuras que coercitivamente las envuelven; pero estas estructuras son, a su vez, quebradas o remodeladas por las fuerzas sociales de producción. El proceso real es el resultado de estas particulares tensiones; el desarrollo no tiene lógica, es simplemente el precipitado del conflicto de voluntades colectivas.
(Debemos insistir aquí en el hecho de que no existe ninguna teleología para este desarrollo. Todo resultado es apreciable sólo a posteriori; nada está preconcebido. El materialismo histórico no tiene nada que ver con el materialismo dialéctico. Incluso cuando sucede que ciertas supuestas leyes son verificadas -tal como, por ejemplo, la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia que, en los límites de la segunda revolución industrial, describe efectivamente fenómenos que son indudablemente verdaderos-, no hay a priori, no hay inteligibilidad precedente; hay sólo la verdad a posteriori de lo que pasó.)
Sobre estas bases, es obvio que la atención científica deberá focalizarse más sobre las discontinuidades (sean rupturas o innovaciones) que sobre las continuidades: en efecto, las continuidades no son nada más que discontinuidades o rupturas que han sido dominadas. Como en el caso de las innovaciones, éstas no son más que estructuras de dominación, pero más precarias, porque el conflicto, la lucha y el rechazo del trabajo han sido, en su origen, más fuertes. Estos conflictos no podrían haber sido resueltos sino por medio de un salto adelante, un cambio de paradigma, una transformación cualitativa. El capital, por más reformista que pueda ser, nunca pasa voluntariamente a una fase subsiguiente o superior del modo de producción. En efecto, la innovación capitalista es siempre un producto, un compromiso o una respuesta, en suma, una constricción que deriva del antagonismo de los trabajadores. Desde este punto de vista, el capital a menudo experimenta el progreso como declive.
Y es un declive o, mejor, una deconstrucción. Porque cuanto más radical es la innovación, más profundas y poderosas fueron las fuerzas proletarias antagonistas que la determinaron y, por consiguiente, más extrema fue la fuerza que el capital tuvo que poner en movimiento para dominarlas. Toda innovación es una revolución que fracasó -pero también una que fue intentada. Toda innovación es la secularización de la revolución. Consecuentemente, en el proceso de socialización de la forma del valor que hemos descripto, se vuelve evidente que el proceso dialéctico, que modifica el ordenamiento capitalista y determina el sentido de su innovación, ataca el poder capitalista y su hegemonía sobre las transformaciones socio-políticas de la sociedad en un grado cada vez mayor. La creciente complejidad de la sociedad es la creciente precariedad de la dominación. (Los filósofos que hicieron de la complejidad social un laberinto dentro del que se pierde la función revolucionaria del proletariado, o los hermeneutas que hacen de la complejidad histórica un laberinto por el que los ratones corren indefinidamente, son sólo charlatanes.) En efecto, cuanto más realizadas las leyes de transformación de la forma del valor, tanto más demuestran su eficacia como fuerzas de la deconstrucción, destrucción, del poder. La fuerza motora que constituye la forma del valor, la expresión antagonista de la fuerza productiva del trabajo vivo, es simultáneamente el motor de la deconstrucción de la forma del valor. En la medida en que el capital tiene la posibilidad de jugar su propio juego, en la medida en que tiene otros territorios donde puede desviar los momentos de desestabilización que preparan la deconstrucción, el capital y las fuerzas políticas en las que está siempre encarnado e identificado pueden sostener la situación. Pero ahora, en la fase de la subsunción total de la sociedad y la completa multinacionalización de los procesos productivos, ¿qué alternativa tiene a la izquierda? Directamente, hoy, el proceso innovador desestructura, deconstruye el capital. La revolución, momentáneamente bloqueada y evitada en una secuencia de momentos innovadores, no puede ser banalizada. Todos estamos esperando ver hasta qué punto el malestar de la civilización capitalista es real y simplemente la anarquía del significado y la vacuidad de su alma.
TESIS 7: La deconstrucción del valor es la matriz de la subjetividad y vice versa
La deconstrucción es la línea rota que conduce a lo largo de la transformación de la forma del valor. Pero ¿quién deconstruye a quién? Conocemos el objeto: la deconstrucción es la profunda, implacable, irreversible deconstrucción de la dominación; se despliega al mismo tiempo en que se determina la forma económica y política de la explotación y se manifiestan sus innovaciones. Pero ¿quién actúa en la dinámica de este antagonismo? Este actor es, ante todo, la multitud: es la innumerable multiplicidad de poderes y conocimientos sociales, es la red de significados en la actividad cotidiana. No estamos aún hablando sobre el sujeto, porque aún no pueden atribuirse características subjetivas en esta galaxia. Probablemente son necesarios otros pasajeros críticos para identificar la condensación de la subjetividad. Ahora, no obstante, ya tenemos ante nosotros un fino polvo de partículas de energía, un tejido ontológico real y verdadero de la multiplicidad que sostiene la deconstrucción. Si ninguna subjetividad es actualmente alcanzada aquí, hay no obstante un proceso de invención de la subjetividad en movimiento, que reconocemos como inherente, consustancial con la actividad de deconstrucción -una fuente genética de subjetividad. El fantasma de la subjetividad es el tejido potente y fundamental de la deconstrucción.
En el marxismo ortodoxo del siglo diecinueve, y en algunos casos antes de 1968, las funciones de destrucción y reconstrucción eran separadas del acto de insurrección. La estrategia inmediata de lucha tuvo que articular desestabilización y desestructuración, momentos de una guerra de movimiento y una guerra de posición. Sin embargo, esta separación no funciona más. Destrucción y reconstrucción viven juntas en la deconstrucción. El tejido sobre el que se define la subjetividad antagonista no es una tendencia que apunta hacia un futuro mítico, hacia una hipóstasis futura -por el contrario, el proceso de la construcción de subjetividad es también un proceso de deconstrucción. Autovalorización y sabotaje son la doble figura de uno y el mismo objeto -o, mejor, son las dos caras de Jano, la puerta de entrada a la constitución del sujeto.
Así es cómo entendemos que, si la deconstrucción implica un fantasma y llega a un elemento de subjetividad, la subjetividad no puede vivir excepto por medio de la deconstrucción. La verdadera forma del antagonismo es definida en esta nueva, compleja y articulada relación entre subjetividad y deconstrucción. Si, en efecto, la producción es ya completamente comunicación, entonces el sentido del antagonismo no tendrá ni un lugar ni un tiempo de fundación separado de la comunicación misma. Es en la deconstrucción de la comunicación que el sujeto es construido y que la multitud encuentra su poder.
TESIS 8: Las figuras sincrónicas y diacrónicas de la transformación del valor conducen a contradicciones estratégicas de desarrollo.
Ante todo, definiré los términos.
(A) Por figuras sincrónicas de la forma del valor entiendo aquellas que Marx muestra constituyéndose ellas mismas alrededor del “trabajo socialmente necesario”, alrededor de la ilustración de su consistencia ontológica. Es principalmente en el volumen II de El capital que encontramos esta formulación, y principalmente a través de dos conceptos. El primero es el concepto de “mediación” o de “equalización” de los valores de la fuerza de trabajo precisamente en el proceso que ve la dimensión social de esta constitución misma. Ahora bien, la tendencia de socialización, en el mismo momento en que constituye individualidades colectivas que son siempre más abstractas y más productivas, también las define como entidades antagónicas -con respecto al comando que el capital desearía ejercer sobre la consolidación subjetiva del trabajo socialmente necesario. El segundo concepto sobre el que Marx se explaya ampliamente aquí es el de la tendencia hacia la unidad de la producción y la circulación, que es realizada por medio de la integración progresiva del movimiento del valor: en aquellos días, esto se lograba por medio de las redes de transporte, hoy por medio de las redes de comunicación. Ahora esta dinámica integradora es puesta al servicio de la definición del antagonismo sobre el terreno ontológico -nos permite reunir la multitud en la polaridad antagónica.
(B) Por figuras diacrónicas de la forma del valor entiendo aquellas que ya fueron descriptas con algún detenimiento en la tesis 4 -más tarde retornaremos al “obrero profesional”, al “obrero masa” y al “obrero social” para centrarnos aún más claramente en las contradicciones materiales que determina el movimiento de sus figuras. Aquí, no obstante, sólo quiero definir la forma de su movimiento, a fin de especificar, desde el comienzo, que este movimiento no tiene nada de determinista. Observando, de hecho, la transformación de las formas del valor y la introducción, por medio de esta transformación, de un proceso de abstracción e integración continuamente más alta del trabajo, podemos imaginar un tipo de motor o de razón finalística de desarrollo. Pero decir esto, aún sólo en la forma de una síntesis dialéctica, sería enmascarar y encubrir la profundización de la contradicción del proceso. En cambio, nada que hayamos experimentado nos permite llegar a la racionalidad y la teleología de las transformaciones. Por el contrario: en el desarrollo histórico, en la sucesión y separación de épocas y fases de desarrollo, sólo presenciamos constantemente la impredecibilidad de los mecanismos en acción, con la lucha que está siempre abierta entre las polaridades únicas de poder y conocimiento. El hecho de que el desarrollo histórico parece seguir un ritmo marcado por el pasaje hacia formas más altas de la socialización de la producción y el antagonismo no revela ninguna clase de destino: no sería correcto imponer las reglas de nuestra lectura sobre la inmensa variación de eventos históricos. De hecho, estos procesos son altamente contingentes, puesto que están desbalanceados en el flujo y marcados por catástrofes, y puesto que su tendencia, que es progresiva, se muestra como una diseminación más que como unilineariedad. Los procesos diacrónicos de la forma del valor son como fuegos de artificio y, entre pausas y crecimiento, se extienden sobre el horizonte de figuras siempre más complejas. Las indicaciones que Marx dio con respecto al salto cualitativo en la diacronía de la forma de los valores -y, en particular, en el volumen I de El capital, cuando estudia la formación de la «gran industria», y en el volumen III, cuando analiza la recomposición de todos los componentes de la producción y la circulación en la constitución del mercado mundial, o en los Grundrisse, cuando analiza la génesis del “individuo colectivo universal”- podrían ser retomadas de nuevo y verificadas: así, mucho más allá de los residuos de determinismo lógico que son a veces identificables en Marx, podemos verificar la riqueza de su intuición histórica que extiende el antagonismo (y sus movimientos y su tendencia) sobre la totalidad de las dimensiones del desarrollo.
(C) Por contradicciones estratégicas entiendo aquellos efectos que, asociados ellos mismos con las figuras sincrónicas y diacrónicas de desarrollo, son determinados en el límite de emergencia, o indudablemente en torno de la emergencia, de subjetividad adecuada.
Para aclarar los términos, permítaseme proponer un grupo de ejemplos. En la primera fase de la segunda revolución industrial, desde 1848 hasta cerca de la I Guerra Mundial, las contradicciones más amplias (contradicciones sincrónicas, internas al ciclo productivo) son aquellas abiertas entre el proceso de trabajo directo y el proceso de producción capitalista. El “obrero profesional”, situado exactamente en medio del proceso de trabajo y completamente en control del mismo, también quiere controlar la producción. La reivindicación del control obrero y de la gestión del proceso de trabajo y del control del ciclo productivo constituye una contradicción estratégica en esta fase. Y podemos ver fácilmente por qué: es porque una subjetividad y un programa nacieron donde las determinaciones sincrónicas y los ritmos diacrónicos, que generalmente definen el período, alcanzaron la madurez. Alrededor del tema del control obrero y de la gestión, la multitud de “obreros profesionales” construye la matriz de un sujeto revolucionario y desarrolla el proyecto comunista en un modelo “apropiativo”.
En la segunda fase de la segunda revolución industrial, que se extiende desde el fin de la I Guerra Mundial hasta la revolución de 1968, la contradicción estratégica se localiza entre los procesos productivos y los procesos reproductivos o, más bien, en la extrema socialización del trabajo. En este caso también tenemos una multitud de sujetos laborantes que está atrapada en una enorme contradicción, en la conspiración de las figuras sincrónicas de la forma del valor. En otras palabras, aquí la contradicción entre la masificación del trabajo “descalificado” y abstracto, que los trabajadores rechazan, y el incremento general en el nivel de cooperación, de los niveles de salarios y de la calidad de las necesidades, deviene explosivo. El “obrero masa” construye, alrededor del “rechazo del trabajo” y el descubrimiento de la extremadamente alta socialización de su trabajo, su propio modelo de comunismo, en términos de un modelo “alternativo”.
Así alcanzamos la época que estamos comenzando a experimentar, la tercera revolución industrial. Desde los 70, hemos tenido la mala suerte de vivir en el más cruel y estúpido período de reestructuración y represión. Pero en este mismo período hemos accedido a la determinación de una contradicción estratégica nueva, extremadamente alta -la contradicción abierta por la radical socialización productiva que está en oposición al comando capitalista (sea burgués o socialista). El elemento clave de este pasaje es la dislocación de las contradicciones sincrónicas en la forma de lo político, la dislocación de la objetividad de la explotación hacia la estructura de comando. Como resultado, la contradicción alcanza inmediatamente la esfera de la subjetividad. La contradicción misma se revela en esta particular forma de subjetividad que es el antagonismo. Una consecuencia fundamental deriva de esto: la contradicción estratégica, y esto es el precipitado de los momentos sincrónico y diacrónico del antagonismo del desarrollo, es presentada en una forma subjetiva, política -el comunismo es propuesto de acuerdo al modelo de un “poder constituyente”. Después del modelo “apropiativo”, después del modelo “alternativo”, tenemos el modelo “constituyente”, que envuelve a los otros, llevando la contradicción estratégica directamente hacia la subjetividad. El “poder constituyente” da forma a la producción social, envuelve a lo social y lo económico en lo político, empuja juntas a la organización de la producción y a la organización política de una manera radicalmente constructiva. Pero volveremos sobre esto posteriormente.
A esta altura, podemos concluir nuestra explicación, notando cómo el resultado que hemos alcanzado no es otra cosa que un retorno a lo que mantuvimos en la tesis 7: “la deconstrucción del valor es la matriz de la subjetividad”. Ahora podemos verificar que las contradicciones estratégicas del desarrollo muestran, o mejor, producen e instituyen, una nueva subjetividad antagónica. Todo esto no conduce a una vía determinista, sino más bien es el fruto de un proceso dominado por la multitud -que exalta su propio poder en libertad. Podemos, entonces, concluir nuestra demostración de la siguiente manera.
TESIS 9: Las contradicciones estratégicas del desarrollo verifican las leyes de deconstrucción.
TESIS 10: El tejido constitutivo de la fase presente del desarrollo capitalista es un enorme nodo de contradicciones estratégicas.
Las características del período corriente del desarrollo capitalista (la fase inicial de la tercera revolución industrial) fueron construidas en los 70, y específicamente entre 1971 y 1982. El 17 de agosto de 1971 Nixon y Kissinger abandonaron el patrón oro -este acto lanza una gran señal de desregulación a través del mundo capitalista. Es un intento de romper la presión, el efecto acumulativo, que las luchas obreras en los países capitalistas avanzados y las luchas de liberación en el Tercer Mundo produjeron en los 60 (en la ofensiva final de la lucha del obrero masa). En los 70, la Trilateral capitalista impuso sus propias políticas contra la Tricontinental proletaria de los 60.
¿Cuál es el proyecto que el capital impuso en este momento del desarrollo?
(A) Es, ante todo, la destrucción de la fábrica, y en particular la liquidación de la hegemonía de los procesos de trabajo taylorizados. El análisis del trabajo es profundizado y su organización deviene progresivamente más descentralizada espacialmente y en cambio es centrada en la expropiación de conocimientos sociales, en la capitalización de redes de trabajo social: en resumen, se concentró en la explotación de una figura obrera que se extiende mucho más allá de los límites de la fábrica. Llamamos a esta figura el “obrero social”.
(B) El proyecto envuelve también la computarización de la sociedad y, en particular, el uso productivo de la comunicación y la transferencia del programa de control de la sociedad desde el exterior (la fábrica) hacia el interior (la comunicación) de la sociedad misma. Un modo de producción social viene a definirse aquí y su característica fundamental es la integrar a la sociedad (esto es, en términos marxistas, la reproducción y la circulación) en la producción. En los 70 éramos capaces de ver principalmente la cara repulsiva de este pasaje: la destrucción del modelo fordista, de la garantía del empleo y el bienestar, la construcción de marginalización y del mercado de trabajo plural, la intensificación de la explotación de los estratos que estaban pobremente protegidos, sobre todo de las mujeres y los jóvenes, y la furiosa mezcla de diferentes formas de explotación, todas las cuales se han vuelto compatibles con la socialización de los flujos productivos.
(C) Es esencialmente en relación con esta mezcla de explotación, de estos diversos estratos, composiciones, niveles, que la nueva forma-estado se construye a sí misma: deviene un control diferenciado de la totalidad social productiva, una capacidad-necesidad orgánica de producir crisis en cualquier momento y cualquier lugar. El estado capitalista, en esta fase de desarrollo, es un estado-crisis -y sólo esto: es el estado que planifica la crisis.
(D) Finalmente, el proyecto capitalista es la extensión de este sistema de explotación sobre el mundo entero. A este nivel constatamos un proceso de integración (vertical, entre varios estratos de desarrollo, y horizontal, esto es, universal) de todas las formas de explotación. El neo-imperialismo capitalista atraviesa varias etapas en los 70: primero un proceso de multinacionalización, que es cada vez más explícito; luego, una fase de desplazamiento del taylorismo y del fordismo hacia la periferia y la instalación de un crudo pero efectivo sistema jerárquico hecho para funcionar a un nivel mundial; y finalmente, una integración financiera mundial continuamente empujada hacia adelante. Podemos reconocer aquí que el monetarismo, usado en el marco de la desregulación, ha sido forjado como un temible demonio de control y represión, a la vez contra la clase trabajadora y contra el proletariado social.
Así llegamos a 1982 -esto es, el año en que la crisis de la deuda mexicana (la primera entre varias) marcó el fin del “heroico” período de la extensión mundial de las nuevas formas de desregulación y de nueva acumulación. Con la crisis de 1982 podemos ver el hecho de que, si la desregulación ha funcionado ferozmente contra el obrero central, sólo parcialmente ha afectado al obrero periférico -más bien, la extensión mundial del modo de producción abrió pasadizos a través de los cuales los efectos de la descentralización aparecieron como perversos, rebotando a veces contra el capital. El empuje de las mayores contradicciones hacia la periferia del sistema puso de manifiesto una serie de punto focales para la revuelta y algunas posibilidades para la revolución, en sí mismos quizás irrelevantes, pero capaces de determinar ondas de shock que viajan hacia el centro del sistema; no tanto eslabones débiles, sino redes débiles. Actualmente, el tejido del presente es un enorme nodo de contradicciones estratégicas -es como un volcán en ebullición, que multiplica las explosiones y flujos. El año 1982 consolidó la crisis como una forma permanente del ciclo en que estamos entrando.
Nota introductoria a las tesis 11 a 15
Uno de los problemas fundamentales y de las dificultades insolubles de la concepción marxista de la clase obrera deriva del hecho de que la relación entre las luchas obreras y la reestructuración capitalista tiene un desarrollo dialéctico: las luchas contribuyen al desarrollo, lo determinan, y pueden romperlo sólo cuando la conciencia política interviene. Las luchas obreras, por consiguiente, están siempre “en”, aún cuando estén “en contra”, del capital. En este grupo de tesis planteo la hipótesis de que, en la etapa en curso del desarrollo de la lucha de clases (del obrero social en la subsunción real), se determinan nuevas condiciones técnicas de la independencia proletaria en el curso material del desarrollo y por consiguiente, por primera vez, existe la posibilidad de una ruptura en la reestructuración que no es recuperable y que es independiente de la maduración de la conciencia de clase. Mi intento de definir categorías ontológicas de subjetividad subversiva contra las categorías dialécticas de la relación luchas-reestructuración fue sistemáticamente desarrollada en The savage anomaly: the power of Spinoza’s metaphysics and politics (Minnesota, 1991; publicado primero en Milán, 1981) y principalmente en Fabbriche del soggeto (Livorno).[4]
TESIS 11: Hoy el punto revolucionario de contradicción es el antagonismo entre cooperación social y comando productivo
Lo que diferencia al presente de las fases previas de desarrollo del modo capitalista de producción es el hecho de que la cooperación productiva social, previamente producida por el capital, es ahora completamente presupuesta en sus políticas o, mejor, es una condición de su existencia. Desde este punto de vista, las contradicciones sincrónicas y diacrónicas no resultan en contradicciones estratégicas, pero son reabiertas por ellas. Consecuentemente, la crisis no se revela ella misma como una dificultad, un accidente: la crisis es la verdadera sustancia del proceso capitalista. Se sigue, entonces, que el capital sólo puede mostrarse a sí mismo como un sujeto político, como un estado, como poder. En oposición, el obrero social es el productor -el productor, antes de toda mercancía, de la cooperación social misma.
Deberíamos explicarnos con mayor profundidad. En todo momento del desarrollo del modo capitalista de producción, el capital propuso siempre la forma de cooperación. Esta forma había de ser funcional con la forma de explotación, aunque no fuera de hecho inherente a la misma. Fue sólo sobre esta base que el trabajo devino productivo. De esta manera, en el período de la acumulación primitiva, cuando el capital envuelve y constriñe las formas preexistentes de trabajo en su propia valorización, fue el capital quien puso la forma de cooperación -y esto consiste en el vaciamiento de las conexiones preconstituídas de los sujetos trabajadores tradicionales. Ahora, en cambio, la situación cambió completamente. El capital devino una fuerza hipnotizante, hechizante, un fantasma, un ídolo: alrededor suyo revuelve los procesos radicalmente autónomos de auto-valorización y sólo el poder político puede tener éxito en forzarlos, con la zanahoria o con el palo, a comenzar a ser moldeados en forma capitalista. La transferencia de lo económico en lo político, que sobreviene aquí, y en dimensiones globales con respecto a la vida productiva social, no es cumplida a causa de que lo económico devino un determinante menos esencial, sino a causa de que sólo lo político puede separar lo económico respecto de la tendencia que lo conduce a mezclarse con lo social y realizarse a sí mismo en auto-valorización. Lo político es forzado a ser la forma-valor de nuestra sociedad porque los nuevos procesos de trabajo están fundados en el rechazo del trabajo y la forma de producción es su crisis. La cooperación productiva del obrero social es la consolidación del rechazo al trabajo, es el surco social donde los productores se defienden a sí mismos de la explotación. En oposición, lo político, como una forma de valor, contiene sólo mistificación y violencia extrema.
Y el panorama no es cambiado significativamente por la muy alta intensidad de la composición del capital que es invertido en lo social con el fin de controlarlo -porque, de hecho, cuanto más abstracta deviene la instrumentación de la producción, yendo más allá de la figura de la mecanización y deviniendo inmaterial, más implicada queda en la lucha que atraviesa a lo social. La automatización participa ya, en parte, en la vieja economía política del control por medio de la maquinaria, pero las computadoras están ya más allá de este horizonte y ofrecen potenciales muy altos para posibles rupturas. En la comunicación, la inmaterialidad es total, la mercancía es transparente -aquí las posibilidades para la lucha son muy grandes y están dominadas sólo por un poder externo. Estos breves ejemplos sirven sólo para indicar cómo, incluso y principalmente en el terreno del avance tecnológico y como un resultado directo del proceso de la tecnología de perfeccionarse a sí mismo, ya existen sectores que son vulnerables, siempre más vulnerables, a la autonomía de la cooperación social y la auto-valorización de los sujetos proletarios, a la exaltación de la microfísica individual y colectiva.
Todo esto sirve como prueba para nuestra tesis de que el antagonismo entre la cooperación social del proletariado y el comando político del capital, aún cuando está dado en la producción, está fundado fuera de ella misma, en el movimiento real de lo social. La cooperación social no sólo anticipa dialécticamente el movimiento político y económico, sino que lo pre-existe: se anuncia a sí misma como autónoma.
TESIS 12: Las luchas preceden y prefiguran a la producción y reproducción social
Aquí queremos investigar si nuestra propuesta de la tesis 11 para un caso particular (que la re-apropiación de la cooperación por el proletariado social determina una serie de efectos sobre la estructura del sistema capitalista) es válida en general. El ritmo del pasaje de una época de desarrollo capitalista a otra es marcado por las luchas proletarias. Esta vieja verdad del materialismo histórico ha sido continuamente confirmada por el implacable movimiento de la historia y constituye el único núcleo racional de la ciencia política. Las transformaciones de la maquinaria, la reestructuración, las nuevas formas de las costumbres y los nuevos arreglos de las instituciones, todo se sigue de donde existió la lucha -esto es, donde el trabajo asociativo vivo se ha liberado y ha avanzado su propio proyecto autónomo. No habría desarrollo si la lucha proletaria, el trabajo asociativo vivo, no hubiera tenido éxito en dar estos golpes de martillo, que la historia atestiguó, contra la rigidez del mundo del comando, contra la dominación del trabajo muerto. Pero la lucha de los obreros proletarios no funciona sólo como pulso de energía que trae muerte y trabajo acumulado a partir de la vida: es también el emprendedor real de la historia, porque la industria, la naturaleza y la civilización son constreñidas a modificarse de una manera que es complementaria, funcional, orgánica a los contenidos, a las necesidades, a las tendencias, a las formas de organización de las luchas proletarias. Este es el maleficio del jefe: aquellos que más aprenden de la lucha de clases van a la cabeza. Esta paradoja es la vergüenza del jefe -el perenne espía que apropia y reprime. La lucha proletaria, las luchas de los obreros y ahora los cientos de figuras de la revuelta cotidiana del trabajo social dominaron (es decir, pusieron en movimiento, formaron, prefiguraron, anticiparon) las épocas y las fases de la civilización capitalista, de la civilización industrial, que nosotros conocemos.
Sin 1848, esto es, sin los “malditos días de junio”, cuando los proletarios parisinos y la población artesana ocuparon el centro de la escena y mostraron los límites de la libertad burguesa, la entrada al período histórico que denominamos la segunda revolución industrial hubiera sido inimaginable. Sin 1917-1919, esto es, una vez más, la revuelta obrera, encarnada en la dictadura de los soviets del obrero profesional y la insurrección que se extiende incluso a los países que estaban aún débilmente signados por el modo capitalista de producción, la apertura de la fase subsiguiente (que hemos visto dominada por el obrero masa) hubiera sido inconcebible. Es en este proceso de saltos, de grandes contradicciones y grandes explosiones, que el misterio de la lucha de clases y la historia misma se desenvuelve: un misterio, queremos decir, para aquellos forzados a sufrirlo -en sus salones y en los periódicos, siempre definidos por un déficit de política-, no ciertamente para el proletariado, porque empuña la llave efectiva de las determinaciones, de los saltos, de los avances y retrocesos.
Así llegamos a los orígenes de la tercera revolución industrial. Aquí también una revolución marca su comienzo, 1968; pero es una extraña revolución y aún no se volvió inmediatamente comprensible. En esta revolución tenemos un sujeto intelectual, un actor de comunicación social: pero ¿por qué ha de rebelarse? De hecho, esta sustancia intelectual, esta actividad de comunicación social, aún cuando es enmascarada por el trabajo de los obreros, no es sino trabajo abstracto vivo. Esta es una nueva figura del proletariado. Los años que siguieron a 1968 nos permitieron alcanzar el entendimiento completo de estas metamorfosis del trabajo y la fuerza de trabajo –y consecuentemente entender por qué y cómo los ordenamientos del poder capitalista cambiaron tan rápida y decisivamente. Una vez más, el capital siguió a esta fuerza revolucionaria, la retomó, buscó encerrarla en nuevas dimensiones técnicas de producción y comando. Con este fin, el capital transformó radicalmente la estructura del estado. Intervino en las estructuras urbanas, en los gastos públicos, en las dimensiones ecológicas, morales y culturales de la vida, etc. -siempre siguiendo y mistificando el curso histórico de la humanidad. En todo caso, a pesar del proceso de perfeccionamiento de la dominación capitalista, ya no podemos ver dónde concluirá finalmente el potencial de las luchas construidas en el curso 1968.
TESIS 13: La vida clandestina de las masas es ontológicamente creativa
Hay dos maneras de anular el poder del materialismo histórico. La primera consiste en reducir la lucha de clases a una historia natural de la producción -este fue el derrotero principal de los socialdemócratas y la ideología específica de la “fase apropiativa” del movimiento proletario (1848-1914). Esto se pone de manifiesto cuando tenemos en cuenta que los bolcheviques hacen suya esta ideología y que, aunque ciertamente no eran socialdemócratas, estaban profundamente atados (dados los niveles de desarrollo ruso) a la primera fase de la segunda revolución industrial. La segunda manera es la de absorber la lucha de clases en el movimiento dialéctico del capital -este fue el derrotero del reformismo moderno y la ideología específica de la “fase alternativa” del movimiento revolucionario (1917-1968). Ahora bien, ambas anulan el poder del trabajo vivo en el sentido de que conduciría a una síntesis, sea vulgarmente materialista o dialéctica. Entretanto, es sólo la consideración del poder del trabajo vivo y de la irreductible autonomía de su fundamento la que nos provee una comprensión del hecho de que la historia es una realidad viva y que la innovación es su motor permanente. Cuanto más vieja y fuera de uso deviene la teoría del valor, o más bien de la medida de la explotación, más el trabajo vivo deviene una presencia hegemónica y el criterio orientador de su desarrollo. Es un movimiento ineluctable, que rompe continuamente los límites de la dominación y empuja hacia adelante la configuración de la realidad.
Uno puede objetar: ¿adónde fue este movimiento? Durante décadas esta fuerza creativa no hizo aparición. Pero esto no es verdad. Realmente, sólo aquel que no quiere ver es ciego ante el mismo -y los ratones ciegos no siempre nos hacen sentir piedad. Más bien, debemos considerar la vida subterránea, clandestina, del proletariado moderno: de aquí es de donde viene el trabajo vivo, con las características cooperativas, comunicativas e innovadoras que hoy reconocemos como pertenecientes al trabajo; cientos de rutas de una fenomenología vasta, plural y extremadamente móvil. Incluso el movimiento y la organización mismos que el capital decreta para la sociedad son producidos, por más desfigurados que estén, por la vida secreta de las masas -el capital nos da una representación de artista policía de las masas infames, pero la deconstrucción científica nos enseñó a descomponer esta imagen y descubrir el terreno fértil de la vida. El trabajo vivo, entonces, aún y principalmente en su existencia clandestina, acumula y asimila en su propio ser las necesidades de liberación de las masas explotadas y hace de este nuevo ser un poder cada vez más productivo. La productividad es la transfiguración positiva de la liberación. Por consiguiente, este largo proceso que está cercenando al capital debe alcanzar un fin: cercenándolo, como rechazo del trabajo ya cercenó al capital el poder de medir el tiempo de trabajo; como asociación proletaria ya vació la vocación capitalista de fijar las formas de cooperación productiva; como trabajo que devino inteligente mediante la abstracción desgarró ya la razón del capital. La ontología del trabajo vivo es una ontología de la liberación. La eficacia del materialismo histórico como una teoría de la libertad está basada en esta materialidad creativa.
TESIS 14: Las secuencias del poder proletario son asimétricas con respecto a las secuencias del desarrollo capitalista
Las secuencias del poder proletario no sólo no corresponden al desarrollo capitalista sino que tampoco son, en sentido negativo, la inversión del desarrollo capitalista. Esta asimetría es una indicación de la profunda autonomía del movimiento real respecto del movimiento capitalista. El movimiento es libre, del lado del proletariado. Tan libre, de hecho, que es difícil y a menudo imposible determinar las leyes de conducta del poder proletario. En todo caso, es ciertamente imposible determinar (no sólo) leyes (sino también uniformidad) que puedan tener una validez universal, esto es, más allá de los límites de las fases particulares que extraemos del flujo de las épocas de desarrollo. Podemos ciertamente identificar uniformidades como, por ejemplo, aquellas que se verifican en la primera fase (1848-1914) de la segunda revolución industrial, períodos largos de éxtasis de las relaciones entre clases, que se traducen en largas y amargas depresiones, a menudo exacerbadas por ruinosas crisis. Pero, ya en este punto, identificar estas uniformidades no significa construir una teoría de la crisis. De hecho, si miramos a la segunda fase de la segunda revolución industrial (1917-1968), aquí la duración de las crisis se reduce al mínimo (aún cuando son catastróficas) y el dinamismo del obrero masa, diferente del dinamismo del obrero profesional, es extremadamente fuerte. Ahora tenemos un nuevo período, una nueva experiencia: ¿cuál es la experiencia del obrero social en la crisis? La única uniformidad y tendencia fuerte fue la co-presencia de crisis y desarrollo, de represión e innovación -en otras palabras, la co-presencia de opuestos. Esto deriva en efecto del resultado final de la historia precedente: la independencia de las dos fuerzas en juego, del poder proletario y el poder capitalista.
Pero, uno puede objetar, esto sólo prueba la independencia, y no la asimetría, de los movimientos. Yo no lo creo así: en el desarrollo de las luchas hay más que la simple independencia de los movimientos -hay, del lado proletario, la creatividad del trabajo vivo, la impredecibilidad de los nodos de contradicción, hay la acumulación de masas ontológicas incontrolables, hay la doble hélice que une la deconstrucción del adversario y la construcción de la subjetividad. Y hay mucho más: la ideología, la organización, el armamento, las finanzas, los modelos de producción y reproducción, la centralización y democratización, el uso de la legalidad y la violencia, etc. Hay finalmente, y esto es decisivo, la autonomía en la construcción de la dimensión cooperativa del proletariado. Me parece que ya es posible ver la asimetría entre la secuencia del poder proletario y la del poder y el desarrollo capitalista; pero aún si en algunos casos en épocas pasadas, esta condición no se dio, existe ciertamente en el período en el que estamos entrando ahora.
El concepto de asimetría conlleva aún otros efectos. En primer lugar, significa que la autonomía de clase no es reconocible si uno la busca a través de las categorías del capital. Esto es obvio: un puro y simple corolario, que ya se hizo evidente en la época del obrero masa y en el marco del desarrollo del modelo organizativo alternativo -y es importante enfatizar esto porque esta determinación obvia quita todo último signo de cientificidad a la economía política del capital. Segundo corolario: la historia del desarrollo, del poder del capital sólo puede ser descripta partiendo de la esquizofrenia que lo caracteriza -en oposición a la autonomía obrera. En esta asimetría radical, la historia del capital es reconocible como un proceso ontológico despotencializado -que conduce al formalismo, al ilusionismo- o quizás ahora sólo una patología.
TESIS 15: La estructuración capitalista de lo social es destructiva, la estructuración proletaria es creativa
Esta tesis se sigue y completa las precedentes, proyectándolas hacia adelante como una tendencia. Por consiguiente, la tesis ilustrada aquí parecerá más práctica que teórica, y esta tendencia será ética. La “inversión de la praxis” se mueve aquí a través de la ética; la malla del significado es construida por la acción éticamente orientada. Así, se vuelve a poner el análisis sobre sus pies. La ética es el terreno de la posibilidad, de la acción, de la esperanza. Es el sitio donde el sentido del ser se origina. Hasta aquí excavamos en el sistema del trabajo muerto, del capital, del poder, y vimos cómo, acuñado dentro de este sistema, había un motor clandestino, subterráneo, oculto, pulsando con vida -y con semejante eficiencia! Hemos vuelto a descubrir, por así decirlo, la afirmación marxiana del trabajo vivo en el mundo de hoy, cuando el trabajo vivo está ya completamente separado, autonomizado y posicionado contra toda rigidificación naturalista del ser. Está igualmente en contra de toda dialéctica, incluso de una materialista, incluso de la concepción de Luxemburgo (aunque es honesta) que propone la contradicción del trabajo vivo en el sistema del capital sólo en los “márgenes” extremos del sistema. Pero la afirmación del trabajo vivo no es suficiente si no se abre alrededor de esto el punto de vista de la acción, de la construcción, de la toma de decisiones. El concepto de trabajo vivo en Marx es la divisoria de aguas entre la crítica de la economía política y la construcción del partido -asumiendo al trabajo vivo en esta segunda perspectiva, podemos llamarlo actividad creativa. Es una actividad creativa, entonces, que se separa de la perspectiva del capital, de su ciencia y aún de la crítica de su ciencia. La ciencia de la organización racional de la extracción de plusvalía y de la construcción del beneficio, de la asignación óptima de los recursos, del planeamiento y de la reducción del universo a un balance, todo esto no tiene más ningún interés -aquí el trabajo vivo no sirve como una crítica de esto, sino como una fuente de auto-valorización de sujetos y grupos, como la creación de la cooperación social y con esto, a través de esto, del máximo de riqueza y felicidad. Es una ciencia radical, porque sus raíces están firmemente plantadas en la actividad y en la evacuación de toda protesta hipocrítica de realismo.
Nota introductoria a las tesis 16 a 20
En estas tesis intento ir más allá de las contradicciones de la teoría dialéctica de “en-contra” y llegar a una definición “completamente nueva” de la subjetividad proletaria. Quiero mostrar que el concepto de organización revolucionaria puede ser expresado en la conciencia de clase sólo si la conciencia de clase es radical y ontológicamente autónoma. Este pasaje identifica el tema de una nueva determinación de la categoría de lo posible. No veo la posibilidad del comunismo excepto en términos de una constitución radical. Es claro que mi deuda con los constitucionalistas, desde los padres fundadores de las constituciones burguesas hasta Hannah Arendt, es sólo nominal. El constitucionalismo tradicional es en efecto una escuela de regulación jurídica, una teoría de controles y balances o, mejor aún, de pluralismo y de equilibrio entre las clases y su reproducción. Mucho más importante aquí es en cambio mi referencia a la teoría y la práctica de la democracia comunista y su tradición -de los comuneros a los soviets, de la Internacional Obrera del Mundo a los autonomistas europeos en los 70. Estoy convencido de que Lenin no está lejos de estas posiciones y busqué demostrarlo en Trentatrè lezioni su’ Lenin, La fabbrica della strategia (Padua, Milan, 1976).[5]
TESIS 16: El pasaje de la estructura al sujeto es ontológico y excluye las soluciones formalistas o dialécticas
La posibilidad formal del pasaje de la estructura al sujeto no resuelve las dificultades de la construcción histórica del sujeto; pero al menos, las clarifica. Desde un punto de vista formal, el pasaje de la estructura al sujeto, esto es, la instalación del problema de la organización para la liberación proletaria, parece seguir una línea recta. De hecho, si el trabajo inventivo se expandió para ocupar toda la sociedad (esta es la verdadera definición de la modernidad), entonces -puesto que este trabajo es principalmente creativo- reconstruye a la sociedad misma, revolucionándola a través de un proceso de subjetivización. Este proceso puede presentársenos sin serios problemas. Aún estamos aquí, desde el punto de vista del capital, ante una inversión del paso que condujo del trabajo al capital. En el mismo espacio donde el capital se expandió para ocupar toda la sociedad, debemos intentar reconocer cómo el trabajo vivo es precedente, desenmarañando al capital, deconstruyéndolo, ocupando su territorio y construyendo en su lugar una hegemonía creativa. El sujeto, desde este punto de vista, es auto-valorización.
Pero cuando ya no asumimos más la inversión de la praxis sólo desde el punto de vista formal, sino como una posibilidad real, esto es, cuando adoptamos el punto de vista de la acción y la historia, surgen dificultades enormes. La inversión de la praxis es condenada a lidiar con intransigentes resistencias. Su autonomía no es consumada, desafortunadamente, en la espontaneidad, en la felicidad, en la utopía del asalto al cielo. Los obstáculos y los límites que encuentra son enormes. Enfrentada con esta dificultad de movimiento, entonces, la inversión de la práctica a menudo termina de mala manera -rigidizada, bloqueada. La intencionalidad transformadora (que es la dignidad del proletariado) es frustrada y tiende a replegarse sobre sí misma, a la exasperación del poder subjetivo, deviniendo ciego voluntarismo: terror, reacción, uso instrumental de las viejas formas de represión tomadas del enemigo. ¿Para construir algo nuevo? ¿En mecanismo revolucionario? Esto es meramente ilusión y tragedia. Por cierto, todo esto sucedió y sucederá otra vez. De Robespierre a Stalin, de las revueltas de los 20 a las de los 70, fuimos testigos a menudo de cómo el deseo de transformación resultaba en terrorismo -victorioso o vencido, conducido por el estado o por pequeños grupos, realmente no hace diferencia: en todos los casos indica el bloqueo de la acción revolucionaria, y es siempre en la figura de un retroceso, quizás de un resentiment, el síntoma de una derrota, la desesperada resistencia contra un adversario que es sentido como siendo más fuerte. No buscamos nada de esto. En consecuencia, la socialdemocracia se plantea como un medio de evitar esta tragedia. Pero no queremos tampoco esto. En efecto, pensamos que estas derrotas no son inevitables -y probaremos otra vez. Nuestra tarea, entonces, es reconocer la derrota y sin embargo no ser derrotados. Pesimismo de la voluntad, optimismo del intelecto: esto sólo muestra una vez más cuán lejos estamos de la Segunda Internacional.
¿Cómo podemos, entonces, proponer y manejar una inversión de la praxis que evite a la vez el desborde terrorista y la paranoia stalinista? ¿Cómo podemos proponer una praxis que, por otro lado, rechace la tentación socialdemócrata? ¿Cómo podemos generar un proceso revolucionario desde abajo, constituyendo su movimiento en la sociedad? Este es claramente el punto fundamental. Pero, una vez más, dos líneas igualmente impotentes entran en conflicto aquí: una es la línea de aquellos que, con extremo subjetivismo, esperan hacerse a sí mismos maestros de la dialéctica social; la otra es la línea de aquellos que, inmersos en las masas y en el culto a la espontaneidad, respetan la dialéctica social hasta tal punto que devienen incapaces de ruptura y refundación. Para el primer grupo, la decisión sobre la realidad se mezcla con gestos violentos mientras que el segundo grupo es dominado por el fastidio y la hipocresía. Por el contrario, para ser efectiva, la inversión de la praxis debe asumir la realidad de manera realista, en toda su complejidad, rechazando ceder tanto a la dialéctica del “prometeísmo de los jefes” como al “narcisismo” de la estética de la espontaneidad. Pero la crítica del maquiavelismo o la crítica de la utopía, el rechazo del stalinismo o del contractualismo, no nos sitúa en una posición autosuficiente: por el contrario, la crítica es perjudicial cuando no tiene éxito en hacerse cargo de los problemas, de su consistencia, aún cuando haya vaciado las soluciones unilaterales y mistificadas.
Ahora bien, el pasaje de la estructura al sujeto sólo es posible cuando todos los elementos que han sido excluidos (por ser parciales o unilaterales o mistificadores) han sido ahora recompuestos en su conjunto. El pasaje que nos interesa, por medio del cual la organización del proletariado para la liberación es construida, será él mismo una estructura: una estructura en la que todos los elementos reales que constituyen la lucha, la organización y la vida revolucionaria de las masas estarán situados –tanto la utopía como la disciplina, tanto la autoridad como los momentos de la construcción del consenso, el trabajo de masas y el trabajo de vanguardia, la auto-valorización y la autorganización, la desestabilización y la desestructuración del enemigo, la deconstrucción del adversario y la construcción de instituciones autónomas de contrapoderes, la larga experiencia de la alternativa histórica y la pasión de la insurrección.
Y todo esto sucede en el terreno de la ontología -en otras palabras, fuera de toda metafísica dialéctica o formalística; en otras palabras aún, por medio de una operación de acumulación del complejo de la actividad de transformación que el sujeto opera sobre sí mismo.
TESIS 17: La teoría del partido de los obreros presupone la separación de lo político respecto de lo social
El problema de la organización política del proletariado no puede ser resuelto de ninguna manera ni en la organización de una representación delegada ni en la expresión de una vanguardia, aún si esta vanguardia intenta incorporar dimensiones de masas. Ambas soluciones atravesaron la historia del movimiento obrero (y también la historia revolucionaria de la burguesía) a menudo contradiciéndose la una con la otra, pero siempre entrelazándose juntas. Esto es así por una buena razón: ambos modelos, el de la delegación y el de la vanguardia, presuponen una misma y común dimensión trascendental como mediación de la pluralidad histórica. La representación delegada y la vanguardia son mecanismos de mediación. Puede ser la mediación de la nación, o de la corporación burocrática, o de la clase obrera -en todos los casos, es la hipótesis de una unidad sobre el proceso que separa la multiplicidad respecto de la unidad, la sociedad respecto del estado. E incluso cuando la dictadura fue presentada como el fin de la actividad del partido, incluso entonces la representación (de la vanguardia, en este caso) fue una función conceptual de mediación: en la vieja teoría, la dictadura no fue otra cosa que representación sobredeterminada.
A esta altura, al menos, debemos ir al corazón del problema y enfatizar en que el verdadero fundamento de la teoría tradicional de la representación no es tanto la mediación “necesaria” de lo social, sino más bien la separación “arbitraria” de lo político respecto de lo social. Quiero decir que el núcleo específico del concepto de delegación, y en general de la representación política, coincide con esta separación entre lo que pertenece a la sociedad y lo que pertenece al estado, entre lo económico y lo político, entre actividad sindical y actividad partidaria.
Sin embarcarnos en una crítica histórica, permítannos notar aquí que esta teoría de la representación, y por consiguiente de la separación entre la sociedad y el estado, no corresponde de ninguna manera a la realidad corriente de la lucha de clases, a la forma corriente del valor ni a la constitución contemporánea de la sociedad. En el mejor de los casos, esta teoría es el legado pasivo de una época pasada. Específicamente la representación delegada, a través de la división entre el sindicato y el partido, fue teorizada y practicada en el período de la Segunda Internacional (que corresponde a la primera fase de la segunda revolución industrial). Su concepto es adecuado a la figura y el horizonte ideológico del obrero profesional, a su proyecto de vanguardia externa y a la teleología emancipadora, progresiva y ordenada del trabajo. La teoría de la vanguardia de masas, del partido popular y de masas, corresponde en cambio al período siguiente, del obrero masa y de la segunda fase de la segunda revolución industrial. El modelo organizativo y el modelo de representación se basan en el proyecto alternativo -todavía una forma de justificación de la separación de lo social respecto de lo político, del sindicato respecto del partido.
Hoy, la eliminación de estas figuras de representación se volvió evidente porque no podemos de ninguna manera definir una línea de división entre lo social y lo político, por no decir una línea de mediación que apunte a trascender el proceso material que se desarrolla a lo largo de la realidad. Esta desaparición de las líneas de demarcación entre lo social y lo político, entre el individuo y lo universal, es la característica fundamental de la tercera revolución industrial, y su consecuencia es la eliminación de la representación tradicional. Existe un sólo terreno para la expresión de la voluntad política -es inmediatamente general, abstracto y universal. Es claro que nuestra crítica no se opone tanto a la delegación (aún cuando las tradiciones comunista y anarco-sindicalista, en perfecto acuerdo en este punto, son muy favorables a esta línea), sino que más bien se dirige a la cuestión de las condiciones ontológicas de la representación. Es, de hecho, sobre el terreno ontológico que debe ser planteado el problema del partido obrero y de la democracia -con respecto a una ontología que haya dejado definitivamente atrás toda diferencia entre lo social y lo político.
TESIS 18: Hoy lo político inviste y constituye radicalmente lo social
El poder y lo político son dimensiones de lo social. Hoy no hay manera de ver lo político como autónomo y separado. Sin embargo, aún cuando ha sido dejado atrás por lo social, no pierde las características que lo distinguen como una fuerza legitimadora y legitimada. Encontrar lo político en lo social no consiste en identificar un sitio utópico -por el contrario, produce una nueva y poderosa definición de lo social. Es paradójico e instructivo advertir cómo tantos años de polémicas alrededor del “estado social” produjeron una increíble profundización de la definición social del estado. La pluralidad social es hoy un tejido plural de contra-poderes, contra-conocimientos y contra-culturas -por ende, además, es también una diseminación de fundamentos de legitimación y de inscripción de relaciones de fuerza adecuadas. La inversión de la praxis, en el marco de la forma corriente del valor, debe entonces también ser ejercida por completo a lo largo de la continuidad de lo social y lo político.
No hay puntos míticos, políticos, en los cuales los luchadores deben concentrarse con el fin de hacer explotar la historia. Las explosiones deben darse en lo cotidiano -sin embargo, no por eso serán menos explosivas. El discurso sobre el comunismo atraviesa planos de inmanentismo plural, tensiones extremadamente ricas; desde este punto de vista, la investidura política de la realidad social constituye nuevos horizontes de experiencia, de lenguaje y de lucha. Una vez, el discurso sobre la emancipación apuntó hacia un objetivo utópico, de acuerdo con una técnica de la progresiva sobredeterminación del desarrollo, desde lo social hacia lo político, para ser capaz de desbordar desde allí de nuevo hacia lo social. Ahora, este discurso, habiéndose vuelto gradualmente el conglomerado mistificado de toda hipótesis de medida y jerarquía, fundado sobre la separación de lo político respecto de lo social, se ha agotado, dejando espacio para las prácticas de liberación.
TESIS 19: El poder del proletariado es un poder constituyente
Los dos procesos, no-simétricos aunque históricamente complementarios, del déficit político del control capitalista (o, más precisamente, del vaciamiento de la racionalidad de su acción) y del desplazamiento proletario de lo político a través de lo social, alcanzan un momento de verdad en la crisis, cuando el orden social y jurídico es claramente incapaz de mostrar su propia validez. Sólo una de las dos partes es aún capaz de innovación; sólo el poder proletario puede ser un poder constituyente.
El poder constituyente siempre ha sido definido como un poder “extraordinario” con respecto a la legitimidad ordinaria de la constitución. Esta cualidad extraordinaria consiste en el hecho de que, en contraste con la situación normal, el poder constituyente es capaz de actuar en términos ontológicos -el poder constituyente es un poder legislativo que ordena la realidad de un modo nuevo, creando instituciones y lógicas normativas. El poder constituyente construye sociedad, llevando (en la tradición) a lo político dentro de lo social –aún si sólo de una manera extraordinaria. Esta es la fuente de la enorme riqueza de la aparición del poder constituyente en la historia constitucional: rompe con la rutina institucional, poniendo a la sociedad y al estado en comunión, inventando sociedad. Pero, desde la humanística y la revolución renacentista hasta la revolución inglesa, desde la revolución americana hasta la francesa y la rusa, y todas las otras revoluciones del siglo veinte, cada vez que el momento extraordinario de innovación terminó, el poder constituyente agotó sus efectos. Ahora bien, este agotamiento es sintomático de un hecho que es fundamental en la mistificación que la teoría política y el constitucionalismo burgueses operaron sobre el concepto de poder constituyente: el problema real nunca fue el de la verdad de la transición, sino más bien el de la modalidad de su Termidor. La investidura que lo político hace en lo social ha de tener un fin: este fin fue el límite brindado por la necesidad de la producción y reproducción de la forma victoriosa de valor. Esto es llevado tan lejos que, jugando sobre la “cualidad extraordinaria”, la dogmática jurídica asumió al Termidor en la propia definición del poder constituyente. En resumen, el poder constituyente es sometido al mismo destino que el concepto de representación: donde el poder de representación es sometido a los límites del espacio y es forzado a vaciarse a sí mismo, a des-territorializarse a sí mismo, el poder constituyente es sometido a límites temporales, restringido por la cualidad extraordinaria, que es la fragilidad del proyecto y de su ejecución.
Pero ahora las condiciones de la revolución del modo de producción y las perspectivas que se abren a partir de la inversión de la praxis existente proporcionan un concepto fuerte de poder constituyente a la formación. Nos dan un poder constituyente que no está cerrado, que no está limitado a períodos excepcionales en sus efectos, que actúa siempre y en todas partes en el mundo de las instituciones -que por ende es aproximado también por el mundo de la vida. Esta continuidad del poder constituyente ha estado implicada de hecho en toda experiencia constituyente, pero como una idea regulativa: la idea maquiavélica del “retorno a los principios”, las listas de los derechos fundamentales, la revolución permanente, la revolución cultural, etc. -estos elementos implícitos nunca fueron hechos realidad. Pero hoy todo es diferente. En las nuevas condiciones del modo de producción, así como en las de la forma del valor, podemos vislumbrar una repetición de la experiencia que, sin ser formalmente un poder constituyente, se mueve como si lo fuera, con una máxima plasticidad y continuidad. El poder constituyente está deviniendo un elemento del mundo de la vida. A través de su aparición en lo cotidiano pierde el aspecto monstruoso que le dio la burguesía: la indecencia de un hundimiento en la realidad, de inundación de las instituciones -en otras palabras, escapa a la necesidad de que sea un poder “extraordinario”. Asume, en cambio, un perfil emprendedor -una función política, pública, colectiva, claramente, pero que es animada por una proyectualidad incontenible y una plasticidad absoluta.
Es importante enfatizar esta relación que el poder constituyente descubre con esta función emprendedora. Por un lado, este nexo atribuye al poder jurídico las características formales que atañen a la experiencia económica y social -movilidad, dinámicas e inventividad; por otro lado, este nexo muestra que hoy, principalmente al nivel del poder constituyente, es imposible trazar separación alguna entre lo político y lo económico, duplicación alguna de las funciones, y vuelve claro que hoy la constitución política puede existir sólo como investidura de lo social. El poder constituyente debe dar a lo político la gravidez de lo económico, y a lo económico la universalidad de lo político. El comunismo transforma el manejo general de la sociedad mediante la actividad cotidiana que la multitud ejercita: el poder constituyente forma y reforma continuamente el tejido de estas nuevas relaciones de producción -una producción política, económica, social.
Si queremos hablar de un partido de nuevo, en la tercera revolución industrial, es obvio que podemos hacerlo sólo en términos de poder constituyente.
TESIS 20: Hoy la constitución del comunismo está madura
Cuando consideramos la investidura política de lo social, de modo que no puede decirse lo uno sin lo otro, estamos renunciando al uso de Max Weber y Vladimir Illich Lenin de la sociología del poder. En efecto, el aislamiento del poder no es más posible. Pero tampoco es posible deducir de esto que la sociedad se considera ella misma un intercambio comunicativo suficiente. Lo político, aún cuando difumina su forma sobre lo social, es llenado por lo social con su contenido; consecuentemente, a través de lo político este contenido alcanza una forma constitutiva. El intercambio social es primario solo en este sentido, en el juego de las condiciones que forman hoy lo político: precisamente en el sentido en que alude al poder, asume al poder como una condición, es dispuesto en esta dirección. Dado que éste es el caso, deben darse una serie de condiciones materiales -condiciones materiales que permiten que coincidan la forma política y el contenido social. Esto puede darse sólo si lo político impone sobre lo social la forma de la más absoluta igualdad. Si no hay igualdad, absoluta igualdad en las condiciones del intercambio social, no hay posibilidad de poner el poder al servicio la multitud, esto es, de unificar la forma de lo político y los contenidos de lo social.
Hoy esta posibilidad está disponible para el proletariado -y sólo para el proletariado, porque es claro que semejante relación entre la forma de lo político y los contenidos sociales elimina en sí misma, a través de la máquina de producción y reproducción de la igualdad, la definición misma del capital, sea del mercado capitalista o de la planificación social. Por el otro lado, es obvio que todas las condiciones del modo de producción vigente empujan hacia la socialización completa del poder político e, inversamente, hacia la politización completa de lo social. Ahora estas tendencias sólo pueden encontrar una salida de las mistificaciones en que se encuentran cautivas mediante el desarrollo del comunismo. El comunismo es hoy la única constitución posible en relación al desarrollo del modo de producción y en la necesidad de su develamiento. Por fuera de la constitución comunista no hay otra forma de valor, sino sólo disvalor y muerte.
Apéndice sobre algunas de las fuentes teóricas de estas tesis
Me gustaría aquí puntualizar algunas de las posiciones científicas, tanto filosóficas como económicas, con las que hice contacto en los años recientes y en relación a las cuales se desarrollaron mis opiniones. Me refiero ante todo a la escuela de la regulación. Cuando aún constituía una escuela de pensamiento militante en los 70, mi relación era la de un intercambio amistoso. Desde este punto de vista, los esquemas usados en la Tesis 4 son ellos mismos fruto de este intercambio cultural. La modulación del tema “luchas obreras-desarrollo capitalista” y su desarrollo estructural alrededor de las categorías de “desarrollo técnico” y “composición política” de la clase obrera fueron inicialmente elaboradas por Mario Tronti en Operai e capitale (Turín, 1966) y por Romano Alquati en Sulla Fiat et altri scritti (Milán, 1975); sólo más tarde estos temas fueron adoptados por los franceses (Boyer, Lipietz, Coriat).[6] En años recientes las posiciones de la escuela de la regulación cambiaron dramáticamente: devino una escuela académica e intentó, muy claramente, convertir el esquema que el marxismo obrerista consideraba como un capítulo de la crítica de la economía política en un esquema funcionalista y programático. Esto no significa que la escuela de la regulación haya dejado de ser socialista: más bien, la escuela se define, desde un punto de vista económico, como un reformismo explícito –mientras que, desde el punto de vista filosófico, da cada vez más preeminencia a opciones voluntaristas y valorativas que, en mi opinión, la escuela de la regulación deriva desde sus lecturas del neo-kantismo político de André Gorz. El obrerismo clásico es entonces empujado hacia el objetivismo económico del “proceso sin sujeto” y bendecido con el agua sagrada de las buenas intenciones socialistas (y hoy, crecientemente ecologistas). En segundo lugar, tengo en mente sobre todo en estas tesis las posiciones filosóficas expresadas en el pensamiento francés pos-sartreano (Foucault, Deleuze, Guattari). Cualesquiera que puedan ser las diferencias entre estos autores, es claro que la crítica del poder (potere) construida por ellos toca a la ley del valor y apunta a inscribir, en su crisis, el más allá de la dialéctica entre movimientos y reestructuración, como un mecanismo unitario, como una apremiante demanda de separar todo valor verdadero de los enunciados del poder. En estas teorías francesas, la ontología es planteada contra la dialéctica y la posibilidad de dominar la relación entre luchas sociales y reestructuración (social, productiva, estatal) capitalista es separada del poder. La limitación de estas teorías consiste en el hecho de que ponen la crítica del poder como una línea de vuelo, como un esplendor del evento y de la multitud, y rechazan identificar un poder constitutivo que pueda ser el órgano de la minoría subversiva. No hay ni los menores indicios de que este pensamiento pueda ir más allá de sus límites corrientes. Específicamente, Foucault elaboró (y Deleuze desarrolló) la evolución de los tres grandes paradigmas del poder: el de la soberanía, que en nuestro lenguaje (ver tesis 4) podría presentar como el período que va desde la acumulación primitiva hasta la primera revolución industrial; luego, el paradigma disciplinario (en nuestros términos: la segunda revolución industrial); y, finalmente, el paradigma de la comunicación -que, en nuestra terminología, situamos después de 1968 como una preeminente definición de la era del posfordismo. De acuerdo con Foucault y Deleuze, alrededor de este paradigma final se determina un salto cualitativo que nos lleva a pensar un nuevo, radicalmente nuevo, orden de posibilidad: el comunismo. Si en la sociedad de la soberanía la democracia es republicana, si en la sociedad disciplinaria la democracia es socialista, entonces en la sociedad de la comunicación la democracia no puede ser sino comunista. Históricamente, el pasaje entre la sociedad disciplinaria y la sociedad de la comunicación es el último pasaje dialéctico posible. En el porvenir, la constitución ontológica no puede ser sino el producto de la multitud de individuos libres -esta condición es posible sobre la base de una estructura material adecuada y un proceso de liberación que se desarrolle a lo largo de toda la sociedad. Este grupo de proposiciones, que conducen las experiencias de militancia de los 60 y 70 al nivel de una abstracción filosófica más alta, me parece que representan un elemento útil y prod
[1] No hay ediciones íntegras en español de los textos mencionados; la publicación en español de Marx beyond Marx, que es un texto clave acerca de esta temática, fue anunciada por Akal Ediciones [NdT].
[2] Para una clarificación del sentido en que Negri, aquí y más adelante, usa “poder”, ver: M. Hardt, prefacio del traductor a A. Negri: The savage anomaly, University of Minnesota Press, Menneapolis/Oxford, 1991, p.XI-XII, donde se distingue entre el poder como ‘might’ (potestas) y como capacidad (potentia) [Nota original de los editores de Open Marxism]. Al respecto, pueden consultarse las ediciones en español de La anomalía salvaje (Madrid, Anthropos, 1993) -aunque no incluye el mencionado prefacio de Hardt- y de El poder constituyente (Madrid, Prodhufi, 1994); el dossier dedicado a Negri por la revista española Anthropos (nro. 144, 1993) puede asimismo ayudar a comprender ésta y algunas otras cuestiones conceptuales vinculadas con el pensamiento del autor [NdT].
[3] The politics of subversion fue publicado en español, pero bajo el título de Fin de siglo (Barcelona, Paidós, 1992) [NdT].
[4] De Fabbriche del soggetto no hay edición en español; La anomalía salvaje puede consultarse en la edición citada en nota 2 [NdT].
[5] Las lecciones sobre Lenin no fueron publicadas en español, pero respecto de esta temática puede consultarse también El poder constituyente (edición citada en nota 2) y «La república constituyente» (en Cuadernos del Sur 27, Bs.As.), 1998), textos ambos posteriores a la aparición de Open Marxism [NdT].
[6] Obreros y capital de Tronti acaba de ser publicado en español (Madrid, Akal, 2001); no así Sulla Fiat de Alquati [NdT].