Bifo (Franco Berardi) - Abandonad las ilusiones, preparaos para luchar

Cinco sketches para describir la perspectiva que se abre en la catástrofe psicoeconómica contemporánea

Escena 1: La alianza ha terminado

Escena 2: Prozac-crash

Escena 3: Anfetaminas y paranoia

Escena 4: Desguace del general intellect

Escena 5: movimiento futuro

La alianza ha terminado

Años noventa: alianza entre trabajo cognitivo y capital recombinante.

Flujos de capital dispuestos a desplazarse, a decombinarse y recombinarse se han dirigido a empresas de tipo inmaterial, generados por los fondos de pensiones, por el net-trading, por el ciclo publicitario, por el venture capital. De este modo el trabajo cognitivo podía hacerse empresa e infiltrarse en los circuitos de formación de la tecnoesfera, del mediascape. De ahí que pelotones de ingenieros creativos, de programadores libertarios y de artistas, proletarios de la inteligencia, personas que no poseían más que su fuerza de trabajo cognitiva pudieron embarcarse en empresas. En aquellos años se produjo una auténtica batalla entre la inteligencia colectiva difusa, libertaria e igualitaria y los oligopolios de la nueva economía. La difusión de la empresa punto.com supuso también (no sólo, pero también) una redistribución de renta social, la conquista de la renta para la investigación, para la experimentación. El modelo de la red, el principio de la colaboración productiva y del open source hicieron raíces en la sociedad gracias a la alianza entre capital recombinante y trabajo cognitivo. Sin embargo, la alianza de la década de 1990 se produjo bajo el signo de la ideología neoliberal, que glorifica el mercado y lo describe como un espacio capaz de una autoregulación perfecta. Sin embargo, la autoregulación perfecta es una fábula ingenua. En el juego económico entran relaciones de poder, de violencia, de mafia, de mentiras, de agresividad y de robo. Los monopolios se han hecho con el timón. Y así esta alianza ha terminado con la sumisión del mercado al dominio oligopolista. La catástrofe de las bolsas ha restado energía a los sectores innovadores y ha restaurado el dominio de la vieja economía petrolera que está llevando al mundo al horror insensato de la guerra.

Prozac-crash

El credo universal de las décadas neoliberales ha sido la competencia. Para estimular la competitividad en los años del Tauro era necesaria una inyección masiva de energía agresiva. La década de 1990 ha sido la década de la explosión psicofarmacológica. Prozac-economy. El frenesí que se desencadenó a mediados de la década de 1990 en las finanzas, en el consumo, en los estilos de vida fue también el efecto de la ingesta sistemática de fármacos euforizantes y de sustancias para la neuroprogramación. Una porción creciente de la sociedad occidental se sometió a una sobreexcitación nerviosa ininterrumpida hasta llegar al colapso. La evocación del colapso ya estaba en marcha a finales del siglo pasado. La sombra de la gran quiebra se respiraba en la leyenda metropolitana del millenium bug. Cuando el peligro fantasmático se disolvió llegó el colapso real. Sin embargo, el psiquismo colectivo de la nueva economía ya había percibido el sobrevenir de ese colapso. En 1999 Alan Greenspan habló de «exuberancia irracional de los mercados». Sus palabras eran un diagnóstico clínico antes que financiero. La sobrecarga informativa encuentra una atención cada vez más escasa, saturada, hipertensa, fragmentaria, disléxica, próxima a la crisis de pánico. Y el pánico precede al hundimiento depresivo, a la confusión mental, a la desactivación. Es el momento del Prozac-crash.

Anfetaminas y paranoia

Al comienzo del nuevo milenio se glorifica la megafusión: AOL y Time Warner unen sus tentáculos para inervar minuciosamente la mente planetaria. En los meses sucesivos las telecom europeas invierten sumas fabulosas en el UMTS. Son los últimos golpes antes de que dé comienzo el hundimiento. Y el hundimiento financiero ha sido la manifestación y la consecuencia de un hundimiento psíquico. El equilibrio cada vez más frágil del cerebro colectivo sometido a un stress intolerable se descompone lentamente, a partir de abril de 2000, hasta que, el 11 de septiembre de 2001 llega el acontecimiento catalizador. En los meses siguientes se fabula con una recuperación en la que nadie cree: la depresión está en el alma. El capital global parece haber perdido la cabeza. Tras el crack argentino las políticas liberales dejan de ser creíbles. Sólo con la fuerza pueden seguir imponiéndose. Sin embargo, precisamente el centro del proceso de globalización, Estados Unidos de América, han enfilado una calle de nacionalismo, de proteccionismo económico, de integrismo maccartista, de paranoia agresiva. ¿Qué ha sucedido en la mente de la clase dirigente estadounidense? ¿Cómo explicar el belicismo psicopático que se difunde como un presagio de desventura en los tiempos de la presidencia Bush? Algunos creen que es posible huir de la depresión metiéndose inyecciones de anfetaminas: intentan producir un subidón adrenalínico lanzándose a la aventura de la guerra. Quieren sustituir la euforia que se ha desvanecido por el electroshock del terror. Sin embargo, todo aquél que tenga nociones de psicoquímica sabe que no es aconsejable inyectarse anfetaminas cuando se está a las puertas de una depresión. El resultado casi inevitable es un colapso, la caída en un abismo psíquico. Éste es el escenario psicopático que corre el peligro de realizarse en el planeta tierra, en el siglo que los cibervisionarios prometían luminoso, flexible y ligero.

Desguace del general intellect, dictadura de la ignorancia

En el ámbito económico, la larga crisis de las bolsas está determinando un agostamiento de las inversiones para los sectores de la innovación. En la esfera del trabajo cognitivo los efectos de la crisis podrán causar empobrecimiento, marginación, reducción de espacios, paro.

La financiación de las start-up, que en la década de 1990 ha hecho posible una experimentación difusa, un enriquecimiento cognoscitivo y productivo, una expansión social de los saberes y de la participación, se está retirando en todas partes. La guerra, la seguridad y la militarización serán probablemente los sectores en los entrarán inversiones para la alta tecnología, la investigación biotécnica, el desarrollo de redes. Corre el peligro de producirse un desguace masivo del general intellect, cuyo resultado podría ser el sometimiento masivo de la inteligencia colectiva a la estupidez infinita de los nacionalismos y de los integrismos en conflicto.

Movimiento futuro

Sin embargo, ¿qué papel desempeña en todo esto el movimiento que surgiera en Seattle en 1999 y que en el último año ha tratado, sin éxito, de convertirse en el tercer actor en la escena global? En su fase inicial este movimiento ha sido una insurrección ética. La vanguardia consciente de la primera generación videoelectrónica se ha rebelado contra la intolerabilidad ética del capitalismo global. Sin embargo, aquellos que se han rebelado estaban y están (o imaginan estar) socialmente integrados. Han nacido en los años de la alianza entre el capital recombinante y el trabajo cognitivo, de tal suerte que para ellos la garantía de una renta, de un trabajo flexible pero siempre al alcance de la mano, constituye un automatismo cultural. Hasta ahora el trabajo cognitivo ha estado integrado de formas distintas, con salarios altos, consultorías bien pagadas o con financiación pública y privada y con mil otras formas de respaldo financiero. Pero ahora todo esto corre el peligro de acabarse.

Cambia también la naturaleza social de las fuerzas implicadas en el movimiento. Cambia su motivación. Hasta ahora el movimiento ha nacido sobre la base de una adhesión ética, y la motivación ética es noble, pero ineficaz. El movimiento de estos años ha tenido en última instancia una carácter puramente demostrativa. Ha sabido jugar muy bien en el plano simbólico, ha desmantelado la fe en el neoliberalismo que hasta hace tres años parecía inexpugnable, pero no ha arañado las formas de la vida cotidiana, no se ha convertido en un comportamiento constante de insubordinación, no se ha hecho lucha continua en la economía de red y en la vida urbana. Una vez al mes se protesta contra las grandes organizaciones económicas globales, contra el racismo y contra la guerra. Pero en los veintinueve días restantes todo el mundo se encierra en su cápsula laboral, celularizado, conectado e indisponible, incapaz de separar su tiempo del tiempo de la productividad. Pero está integración está saltando por los aires, esas esperanzas y esas motivaciones están destinadas a disolverse a medio plazo. Sólo cuando el cognitariado comprenda que debe hacerse autónomo de la ley del capital, sólo cuando sepa dedicarse íntegramente (y por necesidad) a la creación de una esfera pública independiente, entonces se abrirá un nuevo horizonte. Lo que no significa que deba hacerse esperar mucho tiempo. Hasta ese momento el único trabajo útil consiste en decir: abandonad las ilusiones, preparaos para luchar.