Bifo (Franco Berardi) - La Premonición de Guy Debord
Traducción: grupomartesweb
Diez años atrás, un 30 de Noviembre, en un artículo sobre la muerte de Debord, escribí: “El suicidio de Debord no es más que su suicidio y es ilegítimo interpretarlo como un momento de su pensamiento”. Realmente, es incorrecto interpretar un gesto tan complejo como el suicidio a partir de lassimples complicaciones de la política y la filosofía. Habiendo dicho esto, hoy no sólo debemos pensar en la herencia teórica del situacionismo, sino también en la premonición que ese gesto contenía. Hoy podemos releer la experiencia completa del situacionismo como una premonición y un doloroso mal presentimiento.
El movimiento situacionista se disolvió cuando los muros de París empezaron a contener el graffitti “la imaginación al poder”. 1968 estaba haciendo realidad el sueño de las vanguardias históricas, el Dadaísmo y el Surrealismo: el sueño de la abolición del arte y la rutina de la vida cotidiana y sobre todo la fusión de las dos; el sueño de una vida donde la diferencia prevaleciera por sobre la repetición. Pero, como descubrimos más tarde, la imaginación se volvió cristalizada en la Imagen y la predominancia de la Imagen paralizó la Imaginación. Las máquinas de la producción homologada de la Imagen han infiltrado la mente colectiva y la cablearon introduciendo automatismos psíquicos, linguísticos y relacionales. Debemos reconocer esto: la sociedad real ya no es capaz de imaginar nada que no haya sido producido en los laboratorios del Sistema Global Homologado.
En su trabajo más célebre, Debord llamó a este efecto homologador de la imaginac(c)ión el “Espectáculo”. El Espectáculo es lo que debe ser visto pero nunca puede ser vivenciado.
La generación del ’68 deja atrás una herencia trágica. La expectativa de felicidad fue constitutiva de la cultura de esa generación. Nacida después de la guerra más devastadora en la historia, se juró nunca sufrir tal violencia inhumana otra vez. Esta expectativa, sin embargo, fue desmentida dos veces. Primero, la construcción de comunidades singulares de felicidad extra-histórica (situaciones) no fue perseguida. No se la organizó científicamente, porque nosotros (dialécticamente) esperábamos que la felicidad viniera de la historia, de la realización del comunismo y de la llegada de una totalidad no alienada. En segundo lugar, la historia no es el lugar para la felicidad, y esto garantiza la infelicidad de los dialécticos.
Si no hubiera sido Hegeliano, el situacionismo habría comenzado a desentenderse de la historia y sus pretensiones totalizantes, con el fin de privar a la totalidad de explotación y guerra. ¿Qué más puede significar “situación”, en definitiva, si no esto: un espacio de existencia que es imaginado y construido de acuerdo a reglas que no obedecen a ningún principio de totalidad? Pero el ’68 (y el situacionismo) no era capaz de pensarse a sí mismo como vuelo, sustracción y deserción activas. Quiso pensarse a sí mismo como una nueva totalidad en desarrollo.
Debord fue el última Hegeliano, el último gran dialéctico aunque, paradojicamente, él pudo percibir la formación de un campo donde la dialéctica ya no es más efectiva, ni en la interpretación ni en la práctica.
La realidad actual del semiocapitalismo se despliega a través de la transformación digital de la producción comunicativa y no guarda parecido con una negación dialéctica, de hecho tampoco pone en marcha un proceso de totalización. Por el contrario, lo que domina el universo social de la web es la fragmentación. La expectativa de los dialécticos se volvió una trampa e impidió a la potencia cognitiva, productiva, imaginativa y existencial de transformar en términos positivos situaciones que eran felizmente singulares. La sociedad post-68 tiene ahora esta capacidad.
De esta manera, la potencia productiva del trabajo cognitivo se rebeló contra la existencia y la felicidad de los trabajadores cognitivos, el poder del espectáculo de la comunicación social se sublevó contra la comunicación social entendida como un proceso de compartir la vida.
Debord vio el límite de la dialéctica, pero no quiso superarlo, ir más allá, escapar a la obsesión por la totalidad histórica, y seguir libremente su camino. Cuando digo Debord aquí, quiero decir todos nosotros, quienes no pudimos (ni podemos y tal vez nunca podamos) liberarnos de Hegel y del horizonte histórico. El punk conscientemente siguió el camino del movimiento situacionista y percibió la disolución de toda totalidad futura posible. El slogan “no future” señalaba que ninguna totalidad tolerable sería alguna vez posible. Y el suicidio se ha vuelto un comportamiento social difuso, o incluso un arma contra los otros y contra uno mismo: la única ruta de vuelo posible para el sufrimiento intolerable de una existencia en la cual todo sentido ha sido extinguido.