Rullani, Enzo - El capitalismo cognitivo: du déjà vu?

¿Por qué hablamos hoy día de capitalismo cognitivo? En la plétora de discursos sobre la economía del conocimiento, por lo general se deja de lado la cuestión más importante, a saber: por qué hoy día sentimos la necesidad de unir la producción de valor económico a la producción de conocimiento. Por qué esta necesidad emerge con fuerza ahora en vez de hace diez o veinte años.

La unión de economía y conocimiento no es una novedad. Esta unión existe, y tiene mucha consistencia desde que, con la revolución industrial, la producción comenzara a utilizar máquinas (es decir, la ciencia y la tecnología incorporadas a las máquinas); después, con Taylor, a organizar científicamente el trabajo. Toda la historia del capitalismo industrial, durante sus dos siglos de existencia, es la historia de la extensión progresiva de las capacidades de previsión, de programación y de cálculo de los comportamientos económicos y sociales a través de la utilización del conocimiento. El «motor» de acumulación del capital ha sido puesto a punto por el positivismo científico, que ha recogido, en el último siglo, la herencia de las Luces, y que ha inscrito el saber en la reproducibilidad.

El conocimiento se ha puesto al servicio de la producción en tanto que conocimiento determinista, cuya tarea es la de controlar la naturaleza a través de la técnica y los hombres a través de la jerarquía. Los resultados, en términos de ventajas prácticas, han sido remarcables (aumento de la productividad y de los ingresos), pero ello al precio de la pérdida de la fuerza liberadora de una razón que, tras estar plegada a antiguas servidumbres, parecía preparada para imaginar, sentir, comunicar más allá de los límites del utilitarismo. Reduciendo el conocimiento a un simple modo de cálculo y de control técnico, la modernización ha reprimido la variedad, la variabilidad y la indeterminación del mundo, para conformarlo a las exigencias de la producción. En otros términos: la modernidad ha reducido de manera forzosa la complejidad (variedad, variabilidad, indeterminación) del entorno natural, del organismo biológico, del espíritu pensante y de la cultura social, a las dimensiones toleradas por la fábrica industrial. Es decir: a muy poco o a nada.

En el curso de los dos últimos siglos, el conocimiento ha jugado su papel en la objetivación del mundo, adaptando la naturaleza y los hombres a la producción. No ha llegado hasta el final. Sin embargo, en este proceso el conocimiento se convierte en parte integrante del desarrollo industrial, con las máquinas, los mercados y el cálculo económico. Así, en el capitalismo moderno el conocimiento se ha convertido en un factor necesario, tanto como el trabajo y el capital. Se trata, para ser más exactos, de un factor intermediario. Un poco como la máquina, el conocimiento «acumula» el valor del trabajo (y otros factores productivos) empleado para producirlo. A su vez, el conocimiento entra en la producción gobernando las máquinas, administrando los procesos y generando la utilidad para el consumidor. En el circuito productivo del capitalismo industrial, el trabajo genera el conocimiento y, el conocimiento, a su vez, genera el valor. De este modo el capital, para valorizarse, no debe solamente «subsumir» (siguiendo los términos marxistas) el «trabajo vivo», sino también el conocimiento que genera y que pone en el circuito. Esas son justamente las dificultades de esta «subsunción», que impiden reducir de manera simple el conocimiento a capital y que, en consecuencia, dan su sentido a la idea de capitalismo cognitivo. En efecto:

  1. En el circuito productivo del valor, el conocimiento constituye un mediador muy poco dócil, ya que la valorización de los conocimientos responde a leyes muy particulares. Estas leyes difieren profundamente de las imaginadas por el pensamiento liberal o marxista en sus teorías respectivas del valor. Por consiguiente, el capitalismo cognitivo funciona de manera diferente del capitalismo a secas [tout court];

  2. Esta diferencia, que ha existido siempre, emerge hoy día y es fácilmente reconocible en el hecho de que los procesos de virtualización separan el conocimiento de su soporte material y lo vuelven [re]producible, cambiable, utilizable de manera distinta, tanto el capital como el trabajo que se ha empleado para producirlo. El posfordismo, que utiliza frecuentemente el conocimiento virtualizado, se revela completamente incomprensible en la ausencia de una teoría del capitalismo cognitivo;

  3. La valorización del conocimiento, sobre todo cuando es utilizado de forma virtual, genera toda una serie de mismatching (incoherencias) en el circuito de la valorización. El proceso de transformación del conocimiento en valor no es, así, lineal y estable en el tiempo. Al contrario, implica la inestabilidad, puntos de discontinuidad, catástrofes, una multiplicidad de caminos posibles. Es justamente al situarnos en un punto de vista porfosdista cuando los obstáculos reencontrados por la valorización del conocimiento ponen al descubierto espacios de «crisis». Entretanto, es en estos espacios, que son también espacios de libertad, donde pueden insertarse soluciones nuevas y transformaciones institucionales originales. He aquí por qué con toda razón se habla tanto de capitalismo cognitivo.

El conocimiento no es una recurso naturalmente escaso, su escasez es solamente artificial. En tanto que término intermediario, el conocimiento no tendría ninguna influencia sobre la teoría del valor si no fuera más que una especie de bien semi-acabado que no hace sino «conservar» y «transmitir», a los procesos en curso, el valor del capital y del trabajo utilizados para producirlo. Sin embargo, ése no es el caso. Ni la teoría del valor, de la tradición marxista, ni la liberal, actualmente dominante, pueden dar cuenta del proceso de transformación del conocimiento en valor. De hecho:

• El conocimiento tiene ciertamente un valor de uso (para los usuarios, para la sociedad) pero no tiene un valor-coste de referencia que pueda ser empleado como referente para determinar el valor de cambio y funcione bien como coste marginal (teoría neoclásica), bien como coste de reproducción (teoría marxista). En efecto, el coste de producción del conocimiento es fuertemente incierto (el proceso de aprendizaje es por su naturaleza misma aleatorio) y, sobre todo, es radicalmente diferente del coste de su producción. Una vez que una primera unidad ha sido producida, el coste necesario para reproducir las demás unidades tiende hacia cero (si el conocimiento es codificado). En ningún caso ese coste tiene que ver con el coste de producción inicial.

• El valor de uso del conocimiento no es ya el punto fijo sobre el que basar el valor de cambio, tal y como se produce con la utilidad marginal en la teoría neoclásica del valor. De hecho, independientemente del valor de uso para los usuarios, en un régimen de libre concurrencia, el valor de cambio de una mercancía, de la que el coste de reproducción es nulo, tiende inevitablemente a cero. El valor de cambio del conocimiento está entonces enteramente ligado a la capacidad práctica de limitar su difusión libre, es decir, de limitar con medios jurídicos (patentes, derechos de autor, licencias, contratos) o monopolistas la posibilidad de copiar, de imitar, de «reinventar», de aprender conocimientos de otros. En otros términos: el valor del conocimiento no es el fruto de su escasez (natural), sino que origina únicamente limitaciones estables, institucionalmente o de hecho, del acceso al conocimiento. Sin embargo, estas limitaciones no llegan a frenar más que temporalmente la imitación, la «reinvención» o el aprendizaje sustitutivo por parte de otros productores potenciales. La escasez del conocimiento, eso que le da el valor, tiene, así, una naturaleza artificial: Ella deriva de la capacidad de un «poder», cualquiera que sea su género, de limitar temporalmente su difusión y de reglamentar el acceso.

Economía de la velocidad. El valor de los actos cognitivos, que es garantía para esta forma de escasez artificial, tiende estructuralmente a menguar con el tiempo. Los valores económicos están inscritos en el tiempo y varían con él. En este sentido, la economía del conocimiento es una economía de la velocidad: los valores no son stocks que se conservan en el tiempo, ellos decrecen con el aumento de la velocidad de los procesos. Para poder extraer del valor conocimientos es necesario entonces acelerar el uso para su mayor difusión posible. Al mismo tiempo, a menudo en razón misma de su difusión, el conocimiento es socializado. Es decir, que deviene patrimonio común a los concurrentes y a los usuarios potenciales, conforme van cayendo las barreras que limitan su acceso. Difusión y socialización son dos procesos paralelos. Sin embargo, el propietario (o el poseedor) del conocimiento debe mantenerlos apartados, acelerando el primero y ralentizando el segundo. El valor disponible para los productores depende, entonces, en cada momento, del gap que llegan a mantener entre la velocidad de la difusión y la de la socialización. El poder contractual (sustituabilidad) de las diferentes partes y de los diferentes factores determina, a través de los precios de los conocimientos intercambiados en los mercados «intermediarios», la distribución del valor disponible entre empresas, de una parte, y entre factores, de otra.

El conocimiento da cuenta de la acumulación de capital. La relación entre valor (de cambio) y conocimiento es muy compleja, debido a que está subordinada al efecto multiplicador de la difusión y al demultiplicador de la socialización. El capital del valor interioriza las leyes de la valorización del conocimiento, es decir, la lógica de los rendientos decrecientes en el tiempo, de la aceleración de su difusión, de la limitación de su socialización, de la reducción, por todos los medios, de su carácter sustituible. Además, se trata de un proceso que permanece siempre, en una cierta medida, indeterminado. No hay una manera óptima de emplear los conocimientos con el fin de obtener de ellos el máximo beneficio, ya que cada operador debe explorar por cuenta propia el espacio de las diferentes posibilidades de difusión, de socialización y de sustitución en la supply chain (cadena de la oferta).

De hecho, la acumulación de conocimientos y de valor que generan es un proceso experimental que adquiere forma en diferentes contextos, y que se efectúa sin que los resultados estén predeterminados. Eso no tiene nada que ver con la homogeneidad del capital dinero, que pretende prever y nivelar las tasas de beneficio de las diferentes unidades abstractas del capital. Los procesos cognitivos parten de contextos diferentes y operan de manera experimental. De este modo no admiten una respuesta única, sino varias. La variedad de las situaciones y de las estrategias posibles diferencia estructuralmente y de manera durable las diferentes unidades del capital cognitivo. Cada una incorpora conocimientos de procedencias diferentes, adopta sentidos de valorización diferentes y, in fine, cada unidad obtiene una tasa de beneficio diferente.

Lo que entonces falla es la abstracción real (la reducción del trabajo a tiempo de trabajo), gracias a la cual el capital marxista realizaba la subsunción del «trabajo vivo» reduciéndolo al del capital dinero. En la subsunción de los conocimientos, el capital cognitivo permanece contextual y diferenciado, si bien utiliza, en parte, el conocimiento abstracto. La igualación de las tasas de beneficio que vuelve homogéneo al capital financiero, dándole la forma de capital-dinero, es entonces contradicha de manera notoria. Ello es debido a la naturaleza localizada, específica, en parte autorreferencial, del capital cognitivo, que el capital financiero pretende nivelar y dirigir. El capital-dinero no llega, en realidad, a afirmar su homogeneidad de otro modo que separando el nivel financiero del nivel productivo, en el que los capitales cognitivos son y permanecen profundamente diferenciados. Las dos «almas» del capital, es decir la forma conocimiento (capital cognitivo) y la forma dinero (capital financiero), no se fundamentan la una en la otra: permanecen distintas, y dan lugar a toda una serie de mismatchings (incoherencias).

Los MISMATCHINGS típicos del capitalismo cognitivo. Dentro del capitalismo cognitivo, la lógica intrínseca de la valorización del conocimiento no coincide con los actores, más bien se opone abiertamente a ellos (a los empresarios en primer lugar, pero también a los trabajadores, a los consumidores, etc.), que deberían producirlo y utilizarlo. En otros términos: se crea una incoherencia, una forma de mismatching entre los valores que concurren al ciclo de acumulación de los conocimientos, y los que concurren a la formación del valor. A causa de esta incoherencia:

– El valor que puede ser extraído de los conocimientos producidos no es maximizado, ya que la difusión permanece inferior a aquella potencialmente posible;

– Si debido incluso a esta falta de difusión no hay suficientes garantías sobre los rendimientos, no se realizan nuevas inversiones en conocimientos; o bien se realizan en cantidad menor en relación a lo que habría sido posible y deseable para la sociedad.

En el primer caso hay una pérdida social, un uso poco eficiente de un recurso disponible. En el segundo, hay subacumulación, tanto en el plano cognitivo como en el del valor: la productividad y la renta producida crecen menos que lo que sería posible obtener si se aumentara de manera apropiada las inversiones en aprendizaje. Se trata de dos situaciones sobre las que se puede intervenir: en lo que se refiere a la empresa, se puede intervenir por innovaciones organizacionales, contractuales, institucionales, que reducen los efectos de mismatching; desde el punto de vista político, se puede intervenir por innovaciones institucionales y contextuales que vuelvan a un tiempo gobernable el mismatching y realizables las inversiones socialmente convenientes.

En el funcionamiento del capitalismo cognitivo hay al menos tres grandes ocasiones de mismatching, en función de la oposición que aparece entre: (a) la difusión y la apropiación. El conocimiento genera valor si es difuso, pero la difusión tiende a reducir su grado de apropiabilidad; (b) el tiempo de la vida y el tiempo de la producción. El tiempo de vida procede con la lentitud necesaria del aprendizaje complejo. El tiempo de la producción es por el contrario dominado por la velocidad de aprendizaje simplificado, que genera un mundo extraño, alienante, de objetos y de comportamientos, en relación al mundo de la vida; (c) el riesgo y la inversión colectiva. Las personas, las empresas y los territorios corren el riesgo de equivocarse cuando buscan orientarse en las situaciones complejas, en las que el valor de sus propios recursos no está garantizado. Con el fin de minimizar el riesgo, reducen las inversiones en nuevos conocimientos, poniéndose de este modo al margen del proceso de aprendizaje social y de producción de valor.

Un esbozo de los capitalismos posibles. Los tres problemas aquí recordados nos ofrecen la posibilidad de esbozar las diferentes variantes del capitalismo cognitivo. Los países, las regiones, las empresas, los trabajadores y los consumidores han escogido, en el curso del tiempo, posicionamientos diferentes en este esbozo ideal de las respuestas posibles. Algunos incluso han introducido innovaciones técnicas, organizacionales e institucionales capaces de desplazar el trade-off (arbitrio) y de engendrar esta suerte de nuevo valor potencial. Cuando ha habido avances remarcables sobre este terreno, la orientación tomada por la gestión de los trade-off ha cambiado.

Eso ha creado una discontinuidad entre «el antes» y «el después» que podemos describir correctamente como un cambio de paradigma, como el paso de un capitalismo cognitivo a otro. Los diferentes paradigmas que han ido sucediéndose desde la revolución industrial (el capitalismo mercantil en el siglo diecinueve, el fordismo en el veinte, el posfordismo en nuestro siglo) han reposado, cada uno, sobre avances importantes bajo una forma u otra en los trade-off recordados arriba. En el curso del tiempo, estos paradigmas han realizado sistemas coherentes de gestión del circuito cognitivo.

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Publicado en el número 2 de Multitudes.

Traducción de Beñat Baltza