Deleuze, Gilles - ¿Hacia una Formación del Futuro? Muerte del Hombre

III. ¿HACIA UNA FORMACIÓN DEL FUTURO?

Que toda forma es precaria, es evidente, puesto que de­pende de las relaciones de fuerzas y de sus mutaciones. Se desfigura a Nietzsche cuando se lo convierte en el pensador de la muerte de Dios. El último pensador de la muerte de Dios es Feuerbach, cuando muestra que al no haber sido nunca Dios más que el despliegue del hombre, el hombre debe plegar y desplegar a Dios. Pero para Nietzsche ésa es una vieja historia; y como lo característico de las viejas historias es multiplicar sus variantes, Nietzsche multiplica las versiones de la muerte de Dios, todas cómicas o humo­rísticas, como otras tantas variaciones sobre un hecho in­contestable. Lo que le interesa es la muerte del hombre. Mientras que Dios exista, es decir, mientras que la forma Dios funcione, el hombre todavía no existe. Pero cuando la forma-Hombre aparece, sólo lo ace incluyendo ya la muerte del hombre, de tres maneras por lo menos. Por un lado, en ausencia de Dios, ¿dónde podría encontrar el hombre el garante de una identidad?» Por otro lado, la forma- 2 Hombre sólo se ha constituido en los pliegues de la finitud: introduce la muerte en el hombre (y, como ya hemos visto, no tanto a la manera de Heidegger como a la manera de Bichat, que pensaba la muerte bajo el modo de una «muer­te violenta»). Por último, las propias fuerzas de finitud, , hacen que el hombre sólo exista a través de la disemina­ción de los planos de organización de la vida, la disper­sión de las lenguas, la disparidad de los modos de produc­ción, que implican que la única «crítica del conocimiento» sea una «ontología del aniquilamiento de los seres» (no sólo la paleontología, sino también la etnología). Pero, ¿qué quiere decir Foucault cuando dice que no hay por qué llorar la muerte del hombre? En efecto, ¿ha sido bue­na esa forma? ¿Ha sabido enriquecer o incluso preservar las fuerzas en el hombre, la fuerza de vivir, la fuerza de hablar, la fuerza de trabajar? ¿Ha servido para evitar que los hombres existentes tengan una muerte violenta? La pre­gunta que constantemente se repite es, pues, la siguiente: si las fuerzas en el hombre sólo componen una forma al entrar en relación con fuerzas del afuera, ¿con qué nue­vas fuerzas corren el riesgo de entrar en relación ahora, y qué nueva forma puede surgir que ya no sea ni Dios ni el Hombre? Este es el planeamiento correcto del problema que Nietzsche llamaba «el superhombre».

Problema en el que sólo podemos contentarnos con in­dicaciones muy discretas, a menos de caer en, el cómic. A Foucault le ocurre lo que a Nietzsche, sólo puede indicar esbozos, en sentido embriológico, todavía no funcionales. Nietzsche decía: el hombre ha aprisionado la vida, el super­hombre es aquel que libera la vida en el propio hombre, en beneficio de’ otra forma… Foucault da una indicación muy curiosa: si bien es cierto que la lingüística del huma­nista siglo XIX se ha constituido a partir de la diseminación de las lenguas, como condición de una «nivelación del len­guaje» a titulo de objeto, una reacción se esbozó, en la me­dida en que la literatura adquiría una función completa­mente nueva que consistía, por el contrario, en «agrupar» el lenguaje, en poner de relieve un «ser del lenguaje» más allá de lo que designa o significa, más allá de los propios sonidos. Lo curioso es que Foucault, en su hermoso análi­sis de la literatura moderna, da al lenguaje un privilegio que niega a la vida y al trabajo: piensa que la vida y el trabajo, a pesar de su dispersión concomitante a la del lenguaje, no habían perdido el agrupamiento de su ser. Sin embargo, nos parece que el trabajo y la vida, en su dis­persión respectiva, sólo han podido’ agruparse gracias a una especie de ruptura con la economía o la biología, del mismo modo que el lenguaje sólo ha podido acceder al agrupamiento gracias a la ruptura de la literatura con la lingüística. Ha sido necesario que la biología se transfor­me en biología molecular, -o que la vida dispersada se agru­pe en el código genético. Ha sido necesario que el trabajo dispersado se agrupe o se reagrupe en las máquinas de tercer tipo, cibernéticas e informáticas. ¿Qué fuerzas estarían en juego, con las cuales las fuerzas en, el hombre en­trarían en relación? Ahora ya no se trataría de la eleva­ción al infinito, ni de la finitud, sino de un finito-ilimitado, si denominamos así toda situación de fuerza en la que un número finito de componentes produce una diversidad prácticamente ilimitada de combinaciones. El mecanismo operatorio ya no estaría constituido ni por el pliegue por el despliegue, sino por algo así como el Sobrepliegue, del que dan testimonio los plegamientos característicos de las cadenas del código genético, las potencialidades del si­licio en las máquinas de tercer tipo, así como los meandros de la frase en la literatura moderna, cuando el lenguaje «no tiene más que recurvarse en un eterno retorno sobre sí mismo». Esa literatura moderna que abre una «lengua extranjera en la lengua», y que, a través de un número ili­mitado de construcciones gramaticales superpuestas tien­de hacia una expresión atípica, agramatical, como hacia la desaparición del lenguaje (entre otros, y como ejemplo, señalaríamos el libro de Mallarmé, las repeticiones de Péguy, las respiraciones de Artaud, las agramaticalidades de Cummings, los plegados de Burroughs,cut-up y f old-in, pero también las proliferaciones de Roussel, las deriva clones de Brisset, los collagesde Bada… ). Lo finito ilimitado o el sobrepliegue, ¿no es lo que ya trazaba Nietzsche bajo el nombre de eterno retorno?

Las fuerzas en el hombre entran en relación con fuer zas del afuera, las del silicio que toma su revancha sobre el carbono, las de los componentes genéticos que toman su revancha sobre el organismo, las de los enunciados agramaticales que toman su revancha sobre el significante. Por todas estas razones, habría que estudiar las operaciones de sobrepliegue, cuyo ejemplo más conocido es la «doble hélice». ¿Qué es el superhombre? Es el compuesto formal de las fuerzas en el hombre con esas nuevas fuerzas. Es la forma que deriva de una nueva relación de fuerzas. El hom­bre tiende a liberar en él la vida, el trabajo y el lenguaje. El superhombre es, según la fórmula de Rimbaud, el hombre cargado incluso de animales (un código que puede capturar fragmentos de otros códigos, como en los nuevos esquemas de evolución lateral o retrógrada). Es el hombre cargado de rocas o de lo inorgánico (allí donde reina el silicio). Es el hombre cargado del ser del lenguaje (de «esa región informe, muda, insignificante, en la que el len­guaje puede liberarse» incluso de lo que tiene que decir) ‘& Como diría Foucault, el superhombre es mucho menos que la desaparición de los hombres existentes, y mucho más que el cambio de un concepto: es el advenimiento de una nueva forma, ni Dios ni el hombre, de la que cabe esperar que no sea peor que las dos precedentes.

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