Marazzi, Christian - La Moneda y la Economía Financiera Global
Crisis de la economía financiera, transformación de la democracia, crítica de la política
Christian Marazzi
Traducción del italiano: grupomartes
(Original en francés aparecido en el número 32 de la revista Multitudes, 2008)
Todo lo que parecía delinear un funcionamiento normal de la economía financiera en los años setenta hoy está desaparecido, y por esto las teorías económicas se demuestran obsoletas. En los últimos decenios, todo se transformó en el interior de la economía financiera y de sus reglas, ya sea en lo que respecta a la gestión del débito público y el financiamiento de las inversiones, ya sea en lo que respecta a la gestión de las empresas y sobretodo la creación de puestos de trabajo. El hecho más relevante es que la economía financiera ya tomó el puesto de la creación monetaria, que fue una constante en el curso de los famosos treinta gloriosos años de la posguerra. Durante esta fase de crecimiento generalizado del capitalismo occidental, gracias al vínculo entre el Ministerio del Tesoro y el Banco Central, las autoridades monetarias disponían del poder de crear liquidez de moneda. Las autoridades monetarias tenían, en este sentido, la posibilidad de cubrir los débitos generales de las políticas del déficit spending, primero que todo a través de una creación de moneda ex ante que anticipaba el devenir-capital de esta moneda inmersa en el circuito económico de las autoridades estatales. La moneda así creada e inmersa en las redes bancarias para adquirir títulos (los «buenos títulos» del Tesoro) constituía una suerte de creación de renta ex ante que se tenía que transformar en crecimiento económico, en ganancias y en creación de puestos de trabajo. A partir de los años setenta hubo un profundo cambio en este enfoque monetario de creación de liquidez y crecimiento sostenido y estimulado por el Estado. La gestión de la crisis fiscal del Estado [1] de Nueva York, en 1973, constituye un verdadero desarrollo y su análisis es importante para entender las transformaciones iniciadas desde entonces en la escala (financiera) global. En los inicios de los años setenta Nueva York conoció un fuerte aflujo de población que emigraba de los estados del sur de los Estados Unidos. Se trataba de desocupados o de personas que ocupaban puestos poco calificados. Estas personas, inmigrantes y pobres, ejercían una fuerte presión sobre el estado social newyorkense. Paralelamente, las empresas industriales huían de la ciudad de Nueva York, generando un proceso de desindustrialización y contribuyendo así al hundimiento del débito público. Las inversiones privadas siguieron el éxodo de las empresas industriales y abandonaron los títulos de débito de la ciudad de Nueva York, los city bonds. Se negaron a financiar la ciudad, ayudándola a sobrevivir desde el punto de vista fiscal. La solución a esta crisis fiscal vino de los sindicatos del servicio público que utilizaron los fondos de pensión de los empleados del servicio público para comprar los city bonds, las obligaciones de la ciudad que no encontraban compradores.
Economía financiera, fondos de pensión y biocapital. En 1976, Peter F. Drucker [2] reflexiona sobre esta transformación que interpreta en términos de un «socialismo de los fondos de pensión». Se trata de una intuición extraordinaria. Drucker, seguramente uno de los más grandes expertos en management de gestión de empresas privadas, lee en esta nueva gestión del débito un proceso de socialización de los medios de producción, o sea el hecho de que el ahorro de la colectividad se utiliza para adquirir acciones, obligaciones. Es en este sentido que habrá una suerte de socialización de los medios de producción. Bien entendido, esto es verdadero solamente en un sentido y en una acepción muy particular. Esta experiencia abre la entrada a lo que transformará a la economía financiera en su forma contemporánea, esto es, en un deslizamiento hacia los mercados financieros por parte de los ahorros de la colectividad: los fondos de pensión, los fondos de inversión que recogen el ahorro y que financian el mercado de la bolsa. Pero el aspecto más interesante de este deslizamiento de los fondos de pensión de los empleados del sector público descansa sobre su dimensión política. A causa de esta operación, cada alianza política entre los empleados del sector público y los proletarios que pedían subsidios sociales se quebró, de ahí que aquellos, cuyos ahorros están invertidos en los títulos del débito de la ciudad, tienen interés por una normalización de la vida de los otros, por una racionalización, por un disciplinamiento de sus comportamientos. En efecto, hacia la mitad de los años setenta, se tejían alianzas a nivel de los cajeros automáticos, de los servicios públicos, de las oficinas de ayuda social que aseguraban la creación y la distribución de la renta. Esta «complicidad» constituía la «micropolítica» del welfare. Se rompieron con la valorización de los ahorros de los funcionarios, bajo la forma de city bonds, en el mercado financiero. Se trata por esto de disciplinar a los pobres que pedían subsidios sociales y que esperaban una «complicidad», una interacción, un respeto relativo a sus necesidades y a su vida. Tenemos ahí el más importante elemento, aunque también el más olvidado. ¿Qué significa la financiarización del capital si no que empezamos a concebir por primera vez una valorización de la vida? ¿Por qué los fondos de pensión? ¿Qué son fundamentalmente? Es la inversión en el pago diferido. Es nuestra vida futura puesta en las manos del capital. Es a partir de aquí que se puede hablar de un biocapital, de la capitalización financiera de una parte importante de nuestra vida, una parte en la cual nosotros no trabajamos más: la pensión. Es a veces difícil concebir exactamente qué cosa es la biopolítica, el biocapital, la puesta a trabajar de la vida. La vida en la perspectiva de una historia del capitalismo financiero de los últimos 35 años es la vida de los pensionados. La experiencia de estos últimos años atravesando las frecuentes crisis financieras, nos hizo entender muy bien el sentido de la inversión en la bolsa del pago diferido: en tanto que se mantiene la edad de la pensión, se beneficiará de una renta que será la mitad de aquella que habíamos previsto. La renta de vida es ligada al destino del capital, al riesgo del capital. Es aquella la verdadera forma de la sociedad, la verdadera forma del riesgo. Existen las centrales nucleares, de acuerdo, pero existe también el hecho de que el destino de los proletarios, de los trabajadores, de todos nosotros, está ligado al del capital. Existe ahora, por primera vez, una superación de la separación entre capital y trabajo. Este es el proyecto, la utopía capitalista. La contradicción cesa de ser «espacializada» con el capital de un lado y la fuerza de trabajo del otro. La contradicción atraviesa al ser humano. Está en nosotros. Es fácil imaginar esta contradicción. Si ustedes son ahorristas tienen interés por el hecho de que la inversión de vuestros ahorros sea redituable. En cuanto trabajadores, al contrario, soportan la consecuencia. Es por lo tanto difícil traducir las contradicciones en términos ideológicos. Es la esquizofrenia pura y simple. Se vuelve muy difícil distinguir el adentro del afuera en tanto el adentro y el afuera están en nosotros. Ahí hay algo de patológico.
Economía financiera, trabajo cognitivo y devenir renta del interés. El cierre del crecimiento fordista-keynesiano constituye un segundo factor explicativo de la financiarizacion. En los años setenta hubo un fenómeno de determinación del crecimiento de las ganancias (la famosa «saturación de los mercados»): las inversiones masivas en capital constante (las máquinas) no permitían más la extracción de un plusvalor relevante. La transferencia de capital hacia los mercados financieros ha permitido realizar las ganancias que la fábrica no podía proveer más. La financiarización ha permitido además delinear este cierre histórico. Es el fin del modelo del crecimiento fordista-keynesiano, el poder de captura se transfiere fuera de la fábrica, desde el momento en que la fábrica no puede más generar plusvalor e innovar. Se vuelve siempre más oneroso innovar al nivel del proceso de producción: las empresas se volvieron enormes, las estructuras productivas demasiado pesadas para dar vía a nuevos ciclos de acumulación. La crisis del fordismo y el recurso a la economía financiera expresan esta urgencia por recuperar en el exterior, hacia los mercados de la bolsa, lo que no se puede producir más en el interior de la fábrica. Esta explicación de la financiarización es recuperada por las fuerzas de izquierda que denuncian la elección «improductiva» del capital respecto de un «deber histórico» de producir, de innovar y de crear puestos de trabajo. Se ha vuelto un lugar común: «en lugar de hacerse ganancia, se hace renta». Este modo de interpretar la financiarizacion resulta muy determinado por una lógica fordista: el capital industrial es el único que tiene que ser productivo, todo lo que viene producido por la economía financiera es improductivo. Es verdad que desde un punto de vista antropológico, los «nuevos bárbaros» -los representantes de la economía financiera- no ayudan a ver en este pasaje una nueva configuración del capitalismo, digamos «cognitivo». En efecto, este capital es altamente productivo, aunque no lo es directamente en la fábrica. La interpretación según la cual el capital financiero sería improductivo es prisionera de una representación que viene del siglo pasado. Desde esta perspectiva, la separación entre la ganancia y la renta subraya la división entre la fábrica y la sociedad, que parece no obstante ser muy lejana de la realidad actual. Para resumir, a partir de fines de los años setenta, el cierre de las ganancias trae consigo una reducción de las inversiones y una doble creación de puestos de trabajo. La «larga marcha» hacia la financiarización que sigue a esta crisis de la ganancia será posible por el ataque directo contra los sindicatos en las fábricas. Permitirá liberar los capitales de los fondos de pensión y orientarlos hacia los mercados financieros. Mientras los sindicatos fueron fuertes en las fábricas, había un obstáculo mayor para la capitalización de los fondos de pensión. Existía todavía una primacía de la redistribución calculado sobre la base de la actividad profesional. Por último bajo la presidencia de Reagan en los Estados Unidos, el proceso se aceleró y el principio de primacía de la capitalización permitió hacer afluir fondos de pensión hacia los mercados de la bolsa. Pero hace falta insistir sobre un punto, gran fuente de confusiones: la financiarización no constituye una modalidad de financiamiento de las inversiones. Las empresas no recorren los mercados financieros para financiar las inversiones, prefieren autofinanciarse; utilizan los propios fondos hasta el 90% de su necesidad de financiamiento. Recorren los mercados financieros para acrecentar la parte de «renta», aquella que no es generada al interior de la empresa. Hay efectivamente un elemento muy fuerte de renta en la financiarización. Todavía, a este elemento de renta no corresponde más un cierre del crecimiento industrial, porque el crecimiento industrial se da a partir de una captura de valores que se encuentra, también esta, por fuera de la empresa. La financiarización debe ser comprendida como un dispositivo de captura del valor generado por fuera de la empresa. Un valor que se da en formas que son propias de la dinámica del mercado de trabajo: flexibilidad, precariedad, creatividad. La emergencia de una potencia vital que es la verdadera fuente del valor económico, y que no se nutre más exclusivamente de la puesta a trabajar en la empresa bajo las formas contractuales o salariales. Carlo Vercellone [3] desarrolló un óptimo análisis del «devenir renta de la ganancia». Esto es, de la ganancia al interior de la renta. Tomemos el ejemplo de la utilización de los fondos de pensión para valorizar el capital financiero. Los fondos de pensión dan la posibilidad de capturar una parte de la vida de las personas pensionadas, de darles un valor que de otro modo dependería del reparto entre el valor creado por la parte activa y el valor creado por la población, digamos «inactiva», los pensionados. La financiarización debe ser entendida como un pasaje de la fábrica a la sociedad, del Homo oeconomicus fordista al Homo oeconomius postfordista, o como al operario social que produce también aunque no esté directamente ligado a un lugar de producción, que produce por el solo hecho de estar vivo. A fines de los ’70 en el mismo momento en el cual el proceso de financiarización se inicia generando el giro del que se habla en este artículo, en sus cursos en el College de France publicados recién en 2004, Michel Foucault analizaba prácticamente todo lo que nosotros hemos tratado de comprender después. Reflexionaba en tiempo real respecto del pasaje al neoliberalismo y veía que se estaba pasando del Homo oeconomicus como hombre del intercambio al Homo oeconomicus como hombre de la producción. Señala un pasaje crucial: el devenir productivo del ser y de la vida. En el nuevo sistema productivo se espera de nosotros nuestra capacidad de valorar, el trabajo de nuestros afectos, de nuestras emociones, de nuestros sentimientos, de nuestro lenguaje, de nuestras capacidades relacionales. Es una cuestión microeconómica que los sociólogos del trabajo que estudiaron el toyotismo describieron bien, pero que va mucho más allá de la empresa y abarca la nueva configuración de la empresa y de aquello que está cambiando la sociedad entera. Hoy ya no hay más laboratorios de investigación y desarrollo (R&D) en las grandes empresas. O si las hay, y seguramente existen, la verdadera investigación y la verdadera innovación resultan de un proceso de encuentro de saberes. Esto depende mucho de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, pero sobretodo de una nueva fuerza de trabajo «cognitivo» que es capaz de producir más que todo lo que se podría en una producción de laboratorio. Hay un excedente ligado al hecho de que no se trata solo de seres sociales, sino también de seres capaces de creación, de innovación y de producción de saberes. Esta idea es fundamental para entender cómo la financiarización permite vampirizar el valor que se crea fuera de las empresas.
Las enseñanzas de la crisis financiera del crédito inmobiliario y de las subprime. La financiarización ha bloqueado y puesto en crisis el rol del Ministerio del Tesoro y de la Banca Central, creadores de moneda en última instancia, para inyectar dinero, para generar demanda más allá de la demanda creada por la economía privada de las empresas. Hoy los débitos públicos son financiados por la adquisición de títulos, como siempre, pero los títulos hoy son adquiridos por una comunidad de inversores que condicionan terriblemente los márgenes de maniobra de las autoridades locales nacionales. Los bancos centrales perdieron su autonomía relativa, de la cual primero se beneficiaban, en su posibilidad de crear moneda. La independencia del Banco Central respecto del Ministerio del Tesoro es en realidad la forma de su dependencia de los mercados. Es suficiente recordar los criterios de Maastricht: si salen, corren el riesgo de ser penalizados por una fuga de capitales, existe una palanca de chantaje de gran potencia. Y es en este sentido que se puede hablar de una «privatización de la moneda», pues la autoridad monetaria depende de las decisiones de inversión en los mercados financieros. Y existe también una suerte de «privatización de la moneda» en el momento en el cual se miran las operaciones de fusión-adquisición. Las empresas que compran a otras empresas no lo hacen solo con el dinero sino también con acciones, con paquetes de acciones que son una forma de privatización, de metamorfosis de la moneda. Esto quiere decir, por un lado, que se utilizan las acciones como moneda para producir las fusiones entre empresas, y por otro lado, las oscilaciones de los valores en la Bolsa condicionan al Banco Central, forzado a monetizar y hacer circular liquidez allí donde hay un riesgo de drenaje de los mercados inducido por los mercados financieros. No se puede decir que la moneda sea privatizada propiamente hablando, pero la lógica monetaria depende siempre más del mercado privado. Esto detiene, dispensa o retira el dinero siguiendo sus necesidades y deseos. Como consecuencia, no hay más control público sobre la circulación monetaria. Desde este punto de vista, la crisis de los subprime en los Estados Unidos es uno de los ejemplos más evidentes. Me limitaré aquí a una consideración sobre esta crisis que merecería en cambio un análisis mucho más vasto. Para empezar, la crisis de agosto de 2007 se desencadenó después de muchos años de fuerte expansión del crédito inmobiliario, expansión que siguió a la crisis de la burbuja Internet. Esto demuestra que en ausencia de un gasto público deficitario de tipo keynesiano (welfare state), el capital necesitó de otros dispositivos de demanda suplementaria como medio de deuda. En otros términos, se pasó de un gasto público deficitario a uno privado para sostener la demanda global de bienes y servicios. El débito público seguramente no está perdido, seguramente no en los Estados Unidos, donde la palanca fiscal es muy insuficiente para equilibrar el crecimiento de los gastos públicos (entre los cuales los gastos militares recuperan un lugar muy importante). Por esto, el sostenimiento de la demanda global se hace entre los mercados financieros y los bancos, como en el caso de los subprime. Una primera consecuencia de esta privatización del gasto deficitario keynesiano está en el hecho de haber pasado los derechos de propiedad social a derechos de propiedad privada: la casa es un derecho, pero un derecho prometido por el capital, un derecho que no es más un derecho social como en la época fordista-keynesiana, sino un derecho privado y por lo tanto condicionado a los ciclos del capital, a sus contradicciones y expansiones. La financiarización de la economía, a través de sus modos de funcionamiento, necesitó incluir un número creciente de economías domesticas en la producción de valor (inmobiliario, pero no solamente, como fue en el caso de las burbujas financieras). Es la cara expansiva del gasto deficitario privatizado. Por una parte, la titulización de los subprime representa una palanca posible y formidable para la creación de crédito. Por otra parte, la distribución del riesgo en el portafolio de un gran número de inversores a escala global, atravesando los mercados de los títulos de crédito, no hicieron más que volver más frágiles las relaciones entre las instituciones monetarias, desde los grandes inversores (los fondos de pensión) hasta los bancos de inversión. Lo cual del mismo modo obligó a la Banca Central a intervenir fuertemente a fines de evitar una crisis catastrófica, en un momento en el cual la renta disponible por las economías domésticas se reveló insuficiente como para garantizar la continuidad del reembolso de los créditos. Es el lado oscuro de los derechos de la propiedad privada: se vuelcan y se vuelven puras deudas en el momento en el cual la confianza entre los sujetos privados se ve comprometida, en este caso preciso, se trata de la confianza entre los bancos. En este sentido, la crisis de la confianza entre los sujetos privados señala la crisis de la regulación pública de la circulación monetaria. Otro aspecto de la crisis de los subprime concierne a la formación de lo que Keynes llamaba «convenciones». La «convención inmobiliaria» como en el caso de la «convención Internet», se forma después del proceso de elección/exclusión que constituye los verdaderos dispositivos que orientan las decisiones de los inversores. El rol de lo simbólico, de la comunicación massmediatica, de los deseos, está lejos de ser secundario en la formación de tales convenciones. Pero es importante recordar que detrás de la dimensión simbólico-comunicativa están los procesos estructurales profundos que actúan. En el caso de la «convención inmobiliaria», el proceso de desinflación fue un factor importante. Este proceso concierne tanto la precarización del trabajo como la globalización misma, en particular con la entrada en la escena mundial de China e India. Estos dos países redoblaron en muy poco tiempo el mercado de la fuerza de trabajo. La presión de los asalariados, por una parte, el desequilibrio a nivel del ahorro global (ausencia de ahorro en los países desarrollados, exceso de ahorro en los países emergentes), por otra parte, desequilibraron no solamente los flujos de capital, sino también los valores de los títulos de la bolsa. La desinflación llevó hacia abajo las tasas de interés y con ellos los valores de los títulos de la Bolsa. Este proceso estructural mudó las inversiones hacia el sector inmobiliario. Podemos esperar entonces, después de la burbuja inmobiliaria, que la próxima «convención» se mude sobre energías alternativas. Todo parece andar en esa dirección, tanto el aumento de los precios del petróleo como la «cultura» del desarrollo sostenible, siempre muy apreciado por las empresas multinacionales para poder seguir las tendencias de los consumidores. Es cierto que los intervalos que separan las dos crisis financieras se redujeron mucho: cada tres años desde 1987 hasta hoy. Paralelamente a este stop and go financiero, asistimos a una expansión de las infraestructuras de la vida activa (redes de comunicación, inmobiliarias, de energía) y a una ampliación/inclusión social de la multitud. En esta espiral, la creación y la distribución de una renta social que sustituya la precariedad de la renta privada deviene una necesidad, antes incluso de ser un objetivo político.
Resocialización de la moneda y renta garantizada. ¿Sobre qué bases se puede dar una forma monetaria a esta reivindicación más que legítima? En primer lugar está claro que hoy el modo de razonar respecto a la cuestión de la renta social garantizada consiste en ponerse y asumir la característica productiva del ser humano. Se trataría de concebir una renta social garantizada en cuanto renta primaria, como salarización no de un derecho sino de una potencialidad, en la justa línea de la «biologización del capital» de la cual tratamos aquí. La renta social garantizada tiene ya una historia bastante larga. Comenzó en los años sesenta y cada diez años se vuelve objeto de nuevas interpretaciones y de nuevas orientaciones políticas. Es imposible darle una definición absoluta, técnica, modelizada. En los años ochenta, la renta social garantizada era pensada respecto de la crisis del trabajo inducida por la crisis del modelo de crecimiento fordista-keynesiano. Había entonces una desocupación masiva y la renta social garantizada se reencontraba en la expresión «menos para trabajar todos». Después, en los años noventa se forma una nueva concepción, ligada esta vez a la flexibilización del trabajo. Existía la idea de que la flexibilidad implicase una productividad transitoria: no se podía ser flexibles si no se era de algún modo productivo, incluso cuando no se era nunca empleado. Hubo después una idea de la renta garantizada según la cual se era considerado como productivo aunque no se trabajara, incluso tanto más productivos cuanto menos se trabajara. En el momento en el cual se mira televisión, por ejemplo, se produce audiencia y por lo tanto publicidad y por lo tanto ganancias. Entonces como se produce no trabajando, se tiene derecho a un pago. Hoy, la actualidad de la renta social garantizada está ligada a la centralidad de la producción y del valor en cuanto producción de forma de vida. La cuestión del financiamiento de la renta social garantizada se impone. Se pueden reconsiderar [4] algunas ideas que circulaban mucho en los años setenta a propósito de la creación monetaria: la creación ex nihilo de dinero, la creación a partir de la nada. Esta idea puede parecer muy misteriosa, pero los economistas que vieron esta gran época teórica la conocen muy bien. Cuando la empresa paga a los asalariados, lo hace a partir de un capital-dinero preexistente. En realidad el dinero no existe, es creado sobre la base de una promesa de pago de una banca secundaria, ella misma monetizada por la Banca Central. Este pago se efectúa cuando los trabajadores empiezan a trabajar, desde su primera semana. Entonces, este dinero que se creó a partir de la nada tiene ya un soporte de valor, del cual proviene el pago del trabajador. Hay por lo tanto un devenir-capital, un devenir-salario del dinero creado. Este es el mismo fundamento de la teoría del circuito económico que permite introducir la noción de salario. Pero en realidad el dinero no se crea a partir de la nada. El dinero se crea ex nihilo desde el punto de vista material pero se crea «por separación», ya que la empresa posee los medios de producción, los cuales son separados de la fuerza de trabajo. Es sobre la base de esta separación que dispone de un derecho a recibir la promesa de pago de una banca. Un individuo, en cuanto individuo cualquiera, no se beneficia de este derecho. Por lo tanto, es a partir de una asimetría de poder que existe esta creación monetaria. Esta idea de creación monetaria ex nihilo es interesante, porque seguramente se puede prever de reestablecer una cierta autonomía a partir de la creación del dinero, más allá de los límites de la financiarización. Y estos límites son verdaderamente estrechos: la financiarización reduce considerablemente tanto el margen de maniobra en lo que concierne a la libertad de creación de renta a nivel local como a la autonomía política en la creación y en la gestión monetaria. La creación de dinero ex nihilo nos permite reflexionar sobre una cuestión que es crucial en los debates y en los movimientos políticos. La cuestión no es saber si la distribución de la renta nos vuelve «cómplices», si se hace de nosotros inexorablemente, de los componentes de la máquina, si significa el fin de nuestra autonomía, de nuestra separación. El interés de la creación de dinero ex nihilo se basa en el hecho de que entre la creación de dinero y su devenir-capital, hay un tiempo: el tiempo de la subjetividad, el tiempo de la valorización, el tiempo en el cual nosotros somos puestos a trabajar y producimos capital. El razonamiento podría ser el siguiente: si la producción de capital hoy pasa a través de la producción de la vida (la puesta a trabajar de nuestra vida que hace que se pueda hablar de bioeconomía y de biocapital), entonces el pago (la imposición de un salario), ¿no significa que nuestra vida es inexorablemente puesta al servicio del capital? Existe un tiempo, el tiempo de la subjetividad, el tiempo de la transformación, un tiempo durante el cual se corre el riesgo de una puesta a trabajar de la vida, pero que no está calculado exactamente. Es lo que sucede con la subjetividad cuando entra en la empresa. Era lo mismo en el tiempo de Marx. Cuando le decían: «no sirve de nada luchar por el aumento de los salarios, porque entonces el capital va a aumentar los precios, y el salario real disminuirá otra vez», él les respondía esencialmente: «¡No! ¡Atención! Hay un tiempo entre el aumento del salario nominal y su regulación en términos reales. Es el tiempo de la vida, el tiempo de la subjetividad, que es el tiempo de las luchas, de las organizaciones». El devenir-capital del dinero bajo la forma de la salarización de la vida implica un lapso de tiempo para una vida que puede ser otra respecto de su puesta a trabajar.
Notas:
[1] O`Connor J., 1973, The Fiscal Crisis of the State, Palgrave Macmillan.
[2] Drucker P.F., 1976, The Unseen Revolution: How Pension Fund Socialism Came to America, Harper Collins, New York.
[3] Vercellone C., 2006, Il ritorno del rentier, en Posse, otoño 2006, págs. 97-114.
[4] Marazzi C. y Corsani A., Biorevenu et resocialisation de la monnaire, Conversación en Multitudes, Nro. 27, invierno 2007.